1. Los ojos del extraño.

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 La última gota de vino se derramaba sonando con eco en la iglesia, el sacerdote estaba escondido debajo del altar tapándose la cabeza con los brazos

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 La última gota de vino se derramaba sonando con eco en la iglesia, el sacerdote estaba escondido debajo del altar tapándose la cabeza con los brazos. Las respiraciones aun seguían agitadas, las espadas enterradas en algunos cuerpos enemigos que habían sido derrotados ferozmente por tan solo cinco guardias de la corona. El rey se limpiaba las gotas de sangre de la frente con un pañuelo blanco que llevaba su propio nombre bordado con filamentos de oro: Choi Soobin.

— ¡A quién se le ocurre profanar la casa de Cristo! Estamos perdidos, ¡en su propia casa!

El sacerdote salía de su escondite a los gritos observando con horror la escena, indignado hasta la médula, sabiendo que ese desastre lo debería limpiar él, pues la mirada llena de aversión del rey mostraba sus pasos futuros, así que se sacó la sotana y hurgó en un cajón, se abrió otra botella de vino y la bebió de un saque, chorreando por las comisuras como un desquiciado.

El rey, por su parte, se alejó a paso de plomo hacia el palacio, sus ojos, que siempre estaban llenos de brillo ahora estaban negros, curtidos en venganza. Su semblante pálido se tiñó de cólera, seguía con su oscuro cabello revuelto sudando desde la frente, y su pequeña boca impenetrable, tensa como el mármol. Estaba cansado de esta historia que se repetía una y otra vez. Nunca lograban matarlo, pero dejaban un rastro de caos que perduraba por días.

—¡¿Estás bien?! — su madre bajaba las escaleras con el rostro pálido y los ojos hundidos, agarrándose el vestido con amabas manos para no tropezar. Las malas noticias volaban demasiado rápido en el palacio o quizás, la mujer simplemente asumía que todo estaba mal por esa inconfundible mirada.

—Lo estoy— sentenció Soobin y sonrió para ella, su rostro se llenó de luz, solo su madre lograba que sus almendrados ojos se vieran de ese modo único, tan vivaces.

—Quizás no sea buena idea que te vayas, tengo miedo.

—Esa gente me necesita, es solo otro día, irá bien como siempre.

—¿Y si no?

—Si no confías en mi no tengo nada, madre—le sostiene las manos. Ella sonríe con el corazón roto.

—Confío en ti, Dios sabe que es así, pero mi corazón dice que no debes ir. Mira lo que acaba de pasar, tus mejillas aun tienen sangre.

—Si no voy, ellos ganarán.

—Esa gente no es tu pueblo— se mueve indignada de un lado hacia el otro.

—Esa gente es gente y me necesita como cualquiera, madre por favor, no me hagas esto en la puerta de mi partida.

La mujer lo observa con los ojos llorosos, su hijo es tan alto que le cuesta un poco poder tocarle el rostro sin obligarlo a que se encorve. Sus instintos le dicen que no está bien, sus lágrimas caen y lo abraza, lo abraza tan fuerte que Soobin siente el mismo miedo que su madre. Las piernas le tiemblan, pero es un sentimiento que no quiere llevarse, así que se aparta abruptamente sacudiéndole el negro y largo cabello a la mujer, la deja tambaleante dentro de ese largo vestido holgado en tonos esmeraldas. Luce tan consternada que Soobin no puede verla, le da la espalda apretando los puños.

Los amores del rey [Soobin x Ateez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora