𝔓𝔯𝔬́𝔩𝔬𝔤𝔬

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Di un sorbo de mi café y miré por la ventana. La fuerte lluvia azotaba los cristales e, instintivamente, me acurruqué sobre mí misma y posé mis dedos sobre la taza caliente. 

Estaba con Itziar, mi mejor amiga del alma y la única persona con la que realmente me sentía cómoda. Nos conocimos a los 16 años cuando ambas estábamos internadas. La mayoría de amistades las hice en el hospital Clínica López Ibor, un prestigioso centro de referencia en enfermedades mentales, pero ninguna era tan comprensiva como ella. De haber tenido otra orientación sexual, podría afirmar que era mi media naranja. Aunque realmente lo pensaba así. Gracias a ella, comprendí que ese concepto no era meramente romántico.

Ambas mirábamos la ventana. Itziar sabía que no estaba bien, pero respetaba mi silencio. Es una de las mil cosas que me gustaban de ella.

Me atreví a romperlo porque, por mucho que disfrutara de la quietud y de organizar mis pensamientos, no la había sacado de la cama solo para mirarnos.

—Todavía no me lo puedo creer.—repliqué—Lo entiendo. Entiendo que quieran que avance. Que no me estanque en la autocompasión... Pero podrían haberme consultado el centro. 

—Te entiendo.—interrumpió. Dejó su ensaimada en el plato, se limpió el polvillo con la servilleta y me cogió la mano.

—¿Creen que me están ayudando? Mírame las pintas.—señalé con mi cabeza mi vestimenta urbana—Hay muchas universidades con mejores referencias cerca. Joder, ¡vivo en el centro de la capital!

—Ellos quieren lo mejor para ti, pero siempre se equivocan de método.—completó mis pensamientos—Sé que no te vas a sentir bien. Sé que crees que no vas a encajar. Y, mejor serte sincera que darte una mentira piadosa... No creo que lo hagas... Ni tampoco serás la única.—soltó mi mano para sujetarse la sien, con el codo apoyado en la mesa—Siempre hay alguien, ¿sabes? Te refugias tanto en mí como yo en ti y crees que nadie te va a entender igual. Pero nuestras personalidades no son únicas, Zaira. Conseguirás a alguien. Un grupito, quizás. Aunque tu ansiedad no te lo permita verlo, yo realmente lo creo. Y sé que en el fondo, tú también.

Asentí y volví a quedarme en silencio: Tenía razón. No creía que en una universidad entera, por muy elitista que fuera, no hubiera nadie compatible conmigo. Quizás incluso habría becados con notas excelentes en institutos de los peores barrios... Sacudí mi cabeza. No debía prejuzgar, aunque en esa situación, era difícil pensar lo correcto. Me sentía abrumada y traicionada por mis padres. Me habían matriculado a traición en la Universidad Pontificia de Comillas. Creían que mi trabajo, auxiliar de enfermería en un psiquiátrico, no era bueno para mi salud ni mi futuro. "Puedo aspirar a más", fueron sus argumentos. "¿Crees que tu trabajo podría pagar tu piso y tu coche?". En eso tenían razón. Seguía dependiendo de ellos y sabía que no era lo correcto. De esa forma, podían controlarme.

Lo malo de nacer en un nivel de vida alto, es que luego bajarte es muy difícil. Sabes que no va a ser para tanto, pero tú ya te has acostumbrado a ciertas comodidades. Desde mi ingreso en el hospital, no podía soportar estar alrededor de mis padres. Sentía que, de alguna forma, ellos fueron responsables de lo que me pasó. Mi psiquiatra decía que eso era síntoma de mi Trastorno Límite de Personalidad, que tenía que culpar a alguien y creía falsamente que estaban en mi contra. No obstante, conseguí convencerlos de que lo mejor para mí era estar alejada de ellos, así que me compraron un piso en Plaza de España, para estar bien ubicada y tener todas las comodidades. Más tarde, me saqué el carnet de conducir y me compraron un Tesla

Aún así, me pusieron condiciones. Dijeron que no siempre iba a estar bajo su manto y detestaba que tuvieran razón en eso. Tenía un vacío existencial en mi vida por aquel entonces y no sabía qué hacer con mi vida. Lo único que sabía era que mi situación era terrible, y sentía una profunda injusticia ante ello, así que me fui a lo "fácil" e hice el Grado Medio de Auxiliar de Enfermería. Así, podría ayudar a otras personas que se sintieran igual. Acudí a mis padres también para conseguir trabajo en un psiquiátrico, ya que tenían muchos contactos. Nunca les gustó porque para ellos era no avanzar y estancarme en mi situación. No comprendían que, aunque quizás no fuese feliz y estaba muy lejos de serlo, sí era estable por primera vez en mi vida, y eso era un logro. Así que me matricularon en la universidad, en contra de mis deseos. 

Una silueta debajo de la lluvia interrumpió mis pensamientos. Iba caminando por la calle, sin paraguas ni capucha, y se paró en frente de la ventana. Me miró fijamente, forzándome a entrecerrar los ojos para confirmar que era a mí, y siguió su camino a paso lento, aún volteándose. Entre las imágenes que conseguí captar, un pelo mojado negro azabache se deslizaba sobre su frente y hacía un flequillo que dejaba ver sus intensos ojos azul-verdoso.

Qué genética.

—¿Qué pasa?—interrumpió Itziar, con curiosidad. Automáticamente miró al chico—¿Le conoces de algo?

—No.—respondí, con confusión. Sacudí mi cabeza y la miré—Un colgado, supongo.

BUENAS BUENASSSSS

Tengo una migraña terrible y he terminado el prólogo a toda prisa, porque tenía ganas de escribirlo por fin!!

Espero que os haya gustado. De todas formas, cuando se me pase el dolor de cabeza corregiré el capítulo porque apuesto a que hay muchas erratas.

Gracias por leer y espero que os quedéis por aquí mucho tiempo!! 

La brumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora