2. No soy yo

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Kassandra

Todos creemos que cuando morimos se acabó, punto y final. Al menos, eso es lo que siempre nos han dicho o hemos visto a nuestro alrededor. Sin embargo, esto no es así...

Yo morí, pero al poco regresé a la vida. Dejé de ser yo. Bueno, era yo de nuevo, pero algo en mí había cambiado.

Ese lunes comenzó como otro lunes de mierda más: levantándome a las 5:30, duchándome con agua fría porque la caldera no funciona desde el martes pasado, pero no tengo una mísera libra extra para arreglarla, ni tiempo para que vengan a arreglarla. Tendría que pedirme un día libre para esperar al fontanero, y eso, no me lo puedo permitir. Si yo faltase sería un caos en la casa de los Smith.

Me pongo lo primero que pillo, me coloco bien el piercing de la nariz y cepillo mi pelo bicolor azul eléctrico y negro. Me voy comiendo un bagel mientras corro para pillar el metro a las 6:15; tengo que llegar a Notting Hill antes de las siete. Hora en que el juez Sir Charles Smith sale para trabajar y su "adorable" mujer arpía se escabulle para hacer sus gestiones en la inmobiliaria en la que trabaja. Sospecho que esa mujer no es muy buena madre; no entra a trabajar hasta las nueve, pero prefiere dejarme sola con los tres diablos que tiene por hijos para que sea yo la que les prepare el desayuno, el almuerzo, los vista y los lleve al colegio. Soy una au-pair a tiempo parcial, aunque en realidad hecho más horas en esa casa que en la mía. La oferta de trabajo comenzó como "cuidadora" ocasional de los niños, jugar con ellos y estar en casa por si algún día los padres no podían regresar del trabajo a tiempo o surgía algún imprevisto. Mentira. Desde los primeros días, Susan Smith fue añadiendo tareas a mi interminable lista de deberes en su hogar. Al final he acabado haciendo de todo: desde hacer la compra, limpiar el báter, hacer disfraces o preparar la cena para sus amigos en fin de semana. Se suponía que tendría libre los sábados y domingos, pero casi siempre los trabajo por unas libras extra que tengo que recordarles haber trabajado cada fin de mes cuando me pagan.

«¿Por qué son tan rácanos los ricos?»

No podía permitirme perder el único empleo que me ha durado en mi vida.

Tuve que dejar los estudios a los dieciséis y buscarme la vida. Mi joven y enfermiza madre jamás tuvo mucha cabeza. Tal vez, la que a mí me ha sobrado siempre para sacar a la familia adelante: mi madre, yo y nuestra gata Katia. De mi padre poco sabemos o poco me ha contado mi buena madre, la que se pasa viendo la tele, las novelas y los realities todo el día. Ella cobra una pequeña pensión por ser madre soltera y por su enfermedad: esclerosis degenerativa. No puede trabajar y tiene fuertes dolores, lo sé, pero tampoco tiene mucha voluntad por realizar alguna tarea; ni siquiera se apiada de mí, cuando ve que no puedo con mi alma al llegar exhausta tras haber trabajado durante más de doce horas en casa de los Smith; la condenada no me deja ni respirar.

Así que, cuando eso terrible sucedió, tampoco es que me diese mucha pena desaparecer del mapa. Mi vida era totalmente prescindible para la sociedad, y yo tampoco la disfrutaba mucho. Cuando descansaba algún domingo, en los que le decía a mi madre que estaba trabajando para que me dejase respirar, me iba a algún parque de Londres, o al zoo para pasar el tiempo con los animales, aunque muchas veces me quedaba frita en ese Starbucks cerca de la casa de los Smith, viendo pasar gente bien arreglada dentro sus cochazos importados de Alemania; sonriendo y disfrutando de sus amigos y familiares.

Me gustaba sentarme ahí, con mi móvil, y les hacía fotografías sin que se diesen cuenta. Tal vez, eso es lo único que echaré de menos cuando esté muerta: el no poder hacer fotos.

La fotografía para mí es como detener el tiempo y el espacio en una cuantas pulgadas; algo mágico y emocionante. A menudo tengo que borrar fotos porque no me caben en la memoria de mi maltrecho móvil de tercera o cuarta mano.

Como iba diciendo, ese día iba tarde, no quería que me regañasen de nuevo. Para más inri, tuve que bajarme una parada antes de Notting Hill por culpa de unas malditas obras de mantenimiento en la estación. Corría como una condenada a las siete menos diez, cuando comenzó a llover más fuerte. De repente, vi un hermoso sauce llorón en una mis casa favoritas en Notting Hill, esa con los tejados altos y la familia feliz de tres miembros. Los veía a diario cuando iba y volvía de casa de los Smith. Sin embargo, esa mañana tuve que detenerme, a pesar de ir muy muy tarde, para hacerle una foto al árbol bajo la lluvia. Las gotas parecían descender como pequeñas cascadas por cada una de sus ramas y las luces tenues y cálidas de las ventanas detrás, proporcionaban la postal ideal.

En el encuadre casa salía un posted de la luz, así que sin darme cuenta me adentré en la carretera, con la mala fortuna que un despistado conductor, somnoliento y con poca visibilidad por la lluvia, además del hecho de que aún no había amanecido del todo, me arrolló lanzándome por los aires. Sentí un tremendo dolor en el costado y noté como que flotaba. Mientras caía n me dio tiempo de ver la casa, y deseé estar allí dentro, riendo con aquella familia donde todos parecían importarle a los demás. Allí podría haber sido tan feliz. Seguro que esos padres me habría pagado un curso bueno de fotografía y contaría con el mejor equipo para hacer fotos con drones. Me encantaban los videos hechos con drones. Entonces, choqué contra algo y todo se apagó.

Alas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora