Cap. 2

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Las dos semanas siguientes han sido horribles. Está cansado y las lágrimas secas en su rostro se renuevan con frecuencia por las noches.

Ha buscado trabajo hasta el cansancio pero no logra encontrar nada.

El desempleo es fuerte y sabe que debe de encontrar algo rápido porque sus ahorros no duraran por más tiempo.

Siente la necesidad de salir y despejarse pero tampoco sabe bien a dónde ir.

Y entonces lo recuerda.

El café especial de aquel hombre que lo salvó.

Con un extraño ánimo, se pone de pie y va directamente al baño, se asea, se arregla y cuando está satisfecho con su imagen sale de su departamento.

Espera que su memoria no falle y pueda llegar al lugar. Lo intenta por unos minutos, incluso una hora pero no puede recordar en que calle es.

Suspira frustrado.

Se dirige de nuevo a la banca donde aquella vez lo conoció, se sienta y cierra los ojos con pesadez.

Trata de recordar, trata de prestar atención a sus recuerdos y enfocar las calles en dónde pasó.

Cuando siente que lo tiene, abre los ojos y se pone de pie.

Camina a paso lento, aun con duda de no hacerlo bien pero por suerte, está vez lo recuerda a la perfección y su corazón salta de emoción cuando se encuentra frente a la vieja puerta de madera que ahora nota que tiene un letrero que dice «Empuje la puerta para entrar».

Lo hace y entonces escucha una campanilla avisar de su llegada. Cae en cuenta de esos pequeños detalles que no notó la primera vez que estuvo allí.

Escucha unos pasos apresurados y ve al hombre salir con una sonrisa.

—¡Bienvenido a Home! —dice—. ¡Tome asiento!

Jungkook parpadea un momento, sabe que el hombre no lo ha reconocido y se siente un poco tonto por esperar que lo hiciera.

Hace caso y se sienta. La carta le es entregada y tiene que tragar duro cuando leé los nombres de las bebidas y no sabe que ordenar.

Siente sus mejillas ruborizarse, no sabe como explicar lo que desea.

El hombre le regala una sonrisa y sabe que está listo para pedir su orden. Traga saliva.

—¿Qué te puedo ofrecer?

—En realidad… —carraspea—. No sé que ordenar…

El hombre parece sorprendido —¿Gustas una recomendación?

—No, yo… —traga saliva, sabe que tiene que decirlo—. Hace unas semanas me ayudaste y me trajiste aquí para beber un café, ese es el café que quiero pero no sé su nombre.

Sabe que lo último lo dijo con voz muy baja, pero es irrelevante porque ahora la mirada del hombre es intensa sobre él. Seguramente intentaba recordarlo.

—¡Lo siento! Suelo ser muy malo con la memoria, que torpe —ve al hombre golpearse su frente—. Lo siento, sé exactamente que hacer, ¡ahora vuelvo!

El hombre desaparece y se queda en el lugar solo.

Le da un vistazo, sigue igual que la primera vez que estuvo allí, se da cuenta de lo solo que luce el lugar a pesar de sentirse tan cálido. Se pregunta si no tendrá más clientes y no tiene tiempo de pensar mucho en ello, pues el hombre regresa con su taza de café y otra extra en su otra mano.

La deja frente a él y el hombre se sienta con él.

—¿Cómo has estado? Espero que no te hayas quedado durmiendo en esa banca de nuevo.

Suelta una risa —Por fortuna no, he llegado a mi cama todos los días desde entonces.

—Es bueno de saber. El frío en esta época es peligroso.

Asiente y bebe de su café, es el mismo sabor que recordaba, sus papilas gustativas estaban felices.

—¿Y tú cómo estás? —se atreve a preguntar.

El hombre luce sorprendido por su pregunta, el también lo está pero no quiere quedarse tanto tiempo en silencio. Quiere hablar con alguien, de lo que sea.

Quiere poder disfrutar de una buena charla.

Por suerte el hombre sonríe de inmediato.

—Estoy bien, gracias —dice—. Ya sabes como es esta época, te tiene de un lado a otro.

Sonríe —Perdón que pregunte pero ¿es tuyo el negocio? No he visto a nadie más.

El hombre sonríe feliz y orgulloso —¡Es mío! Vine a Seúl para poder poner la cafetería de mis sueños, así que estoy aquí.

Abre sus ojos sorprendido —¿Es tuyo en totalidad?

—Mío, así es —el hombre sonríe—. ¿Te gusta?

—Es un lugar cálido —dice mientras asiente—. Me agrada, por eso vine aquí.

La respuesta parece gustarle al dueño, pues le regala una sonrisa tímida y puede ver sus mejillas colorearse en un tenue carmesí.

Él se siente de la misma manera.

—Por cierto, me llamo Jungkook, Jeon Jungkook.

Dice con sus manos alrededor de su taza, el hombre le sonríe.

—Un placer Jeon Jungkook, me llamo Park Jimin.

Le sonríe y le resulta familiar la tranquilidad que siente allí.

Toman su taza de café y poco a poco comienzan a hablar de otros temas pero sin profundizar. Simplemente dos extraños hablando de cosas triviales y lo agradece porque no quería estar en silencio.

Ha estado en silencio esas semanas, está ansioso de poder hablar con alguien.

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