Глава Ноль

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Un silencio ensordecedor abundaba en los pasillos del castillo, manteniendo el ambiente aún más tenso de lo que ya estaba por naturaleza. El gran Zar, se encontraba reunido con todos sus nietos y nietas, para hablar sobre la reciente situación que se había dado a conocer, no solo al pueblo, si no, que a ellos también. Nadie quería hablar, nadie se atrevía a decir la primera palabra, pues eso marcaría el inicio de una nueva discusión en aquella familia de gobernantes.

Fuera de aquella habitación, el ministro de Novarrussa y mano derecha del emperador, caminaba de manera presurosa hacia aquella junta; no iba específicamente tarde, pues su excelencia no había sido invitado a tal reunión, ese era un momento único para la familia real imperial, solo que había detalles que se habían adelantado más pronto de lo que se esperaba. Los guardias que custodiaban la puerta, tocaron avisando su entrada, para terminar de anunciar al ministro ante el emperador.

—Su majestad, altezas... —saludó, dándoles una reverencia en señal de respeto —. Lamento la interrupción, pero, mi señor, los invitados ya vienen en camino. Los candidatos y las candidatas para formar parte del imperio están por comenzar a llegar en unas cuantas horas, he recibido llamadas de los representantes y asistentes de todos ellos.

La expresión de sorpresa en los rostros de tres de los cuatro hermanos Shostakóvich fue inevitable de ocultar. No se esperaban que aquellos invitados alistaran sus cosas tan rápido para asistir a aquel encuentro con los descendientes de la corona.

—No puede ser, hay demasiadas cosas que aún no están listas. No estoy preparada para esto—soltó la joven Gran Duquesa Fiorella —. ¿Por qué no nos avisó antes? —preguntó, fijando la vista en los claros ojos de su abuelo.

—Porque creí que habría tiempo suficiente para que dirigieran la noticia. No esperaba que comenzaran a llegar tan pronto —respondió el mayor hacia sus nietos —. Maksim, diles a las doncellas que preparen las habitaciones de invitados del tercer piso, quiero el ala Este para las mujeres y la Oeste para los caballeros —ordenó el Zar —. Encárgate de que todo quede en perfecto orden.

El ministro asintió, atento a las palabras y órdenes del emperador.

—Entendido, mi señor —agregó dando una reverencia hacia la familia imperial, antes de salir de aquella sala.

—Abuelo, vas a tenerme que exculpar con lo que diré, pero me niego rotundamente a realizar esto. Es una blasfemia el traer desconocidos a nuestro castillo en búsqueda de nosotros ser desposados —interrumpió el príncipe y heredero al trono imperial, Conan —. ¿Por qué haces todo esto? Está claro que el pueblo está en deplorables condiciones y no me parece del todo correcto derrochar dinero de esta forma, mientras muchas provincias están muriendo de hambre y dolor por la guerra —agregó con enfado en la voz, sin perder la cordura y el respeto hacia el emperador.

—Guerra que ellos mismos provocaron. No es nuestra culpa el que tengan diferentes ideales entre sí, eso es lo que el pueblo se ganó —respondió duramente el anciano —. Además, Conan, estás a meses de convertirte en emperador y no tienes ninguna prometida o esposa. De los cuatro —los señaló a todos —, tú eres el que más necesita esto. El pueblo necesita saber que toman las riendas de sus responsabilidades como príncipes, y heredero, tienen que asegurarse de que el emperador tendrá a una emperatriz y de que habrá más de un heredero, quieren afrontar el futuro con certeza.

El Juego del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora