Глава Седьмая

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VII

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VII

El gran y viejo emperador, se encontraba en solitario, dentro de su despacho. Su mirada estaba fija en una rosa blanca que posaba en un florero sobre su escritorio. Admiraba a esa flor por todo lo que era, y lo que representaba. Era tan bella, tan pequeña y delicada, pero tan cruel y dañina con sus espinas; un símbolo que transmitía, que no importara que tan etérea fueran las cosas, o las personas, hasta la flor más bella era capaz de causar dolor. Lo mismo ocurría con las personas. Le dio una calada a su puro, sin mover sus ojos de aquella simple, pero elegante rosa, y un par de segundos después, dejó salir el humo de sus pulmones. En el exterior de la habitación, alguien tocó un par de veces a su puerta, causando desconcentración en el zar, y ocasionando que llevara su vista hacia la entrada.

—Que pase... —ordenó.

Los guardias que custodiaban su oficina, abrieron desde afuera, dando paso a Maksim Varzar, el primer ministro de Novarrussa. Ambos pares de ojos azules se encontraron, y una sonrisa breve se coló por el rostro de Crassus, aunque no era una expresión de gusto, o alegría, era más una expresión sarcástica, y un tanto burlona, un acto que el recién llegado correspondió de la misma manera, siendo totalmente deshonesta su sonrisa, pero no era algo que se demostrara tan limpiamente, ya que existía una relación fuerte, y cortés entre ambos.

—Buenas tardes... —saludó el hombre al gobernante.

—Maksim, que bueno verte. Creí que te irías unos días a tu mansión para pasar las fiestas.

Un suspiro salió del ministro en cuanto lo escuchó mencionar aquello de irse en estos días de las fiestas. El día de hoy, era veinticuatro de diciembre, y, aunque por la iglesia ortodoxa hace muchos años el día de navidad se festejaba en enero, con la entrada del imperio Shostakóvich eso se había modificado, y se había unificado con el resto del mundo, aunque una gran parte de los países del mundo, se habían vuelto parte del imperio. El pelinegro había planeado salir del castillo para pasar las fiestas en casa, sin embargo, no podía dejar las cosas tiradas, y necesitaba hablar con los suyos antes de irse.

—Quería ir para las fechas de navidad, y no generar más espacio del que ya ocupan tus invitados en el castillo, pero había unas cuantas cosas que no quería dejar pendientes, y fue por eso que decidí quedarme. Pero ya prometí ir a casa para año nuevo, y estar con mi muchacho...

—¿Tu muchacho? Pero si él ya no es ningún muchacho, es todo un hombre —interrumpió el anciano.

Ahora sí fue una sonrisa sincera la que se posó en los labios de Maksim, y esta, era una de orgullo. El zar percibió eso, y sonrió de la misma manera, el primer ministro estaba en todo su derecho de sentirse orgulloso de Cory, sabía todo lo que se había estado preparando durante todos estos años, no obstante, el emperador era firme en la idea de que nunca iba a ser mejor que su Conan, algo en lo cual Varzar difería, ya que su chico, se había convertido en todo lo que siempre soñó e imaginó que sería. Era idéntico a su padre, y mejor en todos los aspectos al resto de los nietos de Crassus.

El Juego del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora