Mi ánimo se encontró muy derrotado tras probar suerte en Guadalajara y Ciudad de México. Nadie te dice que para ser un artista con un poco de reconocimiento hay que tener algo de dinero, carisma y no ser tan desagradable visualmente. Yo no tenía nada de eso. Me hice a la idea de que tenía talento. Un montón de pendejos se inventan hermosas mentiras de sí mismos y los demás terminan por creerlas. La mente humana no sabe distinguir lo que es real de lo que es fantasía. Para creer y crear cosas buenas de ti primero debes alejarte de todos lo que te han hecho creer lo malo. Por eso tenía que irme. Pensé que como no había encontrado las oportunidades que estaba buscando en las ciudades más importantes de México; tal vez mi destino estaba en otro lugar. Aparte le caía mal a un chingo de gente y quería irme a la verga. Pensé en el sur. ¿Quién busca oportunidades en el sur? Por lo regular los sureños migran a las capitales. Yo, en cambio, estaba dando un giro completo a mi vida. Me la pasaba buscando señales que me sedujeran a quedarme en determinado sitio. Tal vez un par de coincidencias podrían llevarme a mi destino. Pero bueno, el destino es solamente una manera romántica de llamarle a nuestras coincidencias.
Alguna vez escuché entre artesanos mochileros que en Playa del Carmen a uno le podía ir bien con la guitarra. Elegí San Cris porque era lo más lejos a donde podía ir con trescientos pesos, eso fue lo que costó el boleto de autobús saliendo de Puebla. Vi a San Cris como una parada técnica para conocer y hacer algo de dinero para mi pasaje hasta Playa.
Luego de una siesta reparadora de tres horas me di un baño y salí a recorrer San Cris. Museo del ámbar, tienda de café, tortas, señoras en la plaza de la cruz enorme vendiendo atole y tamales, repostería francesa, panadería, chicas guapas de largas trenzas, músicos, chamulas y un sinfín de viajeros ofreciendo alfajores, pulseras, aretes, anillos, plantas y hasta unos que al verte con mochila o un instrumento musical te preguntaban si estabas buscando algo. El cielo se despejó y junto al kiosco un grupo de chicos platicaban. Eran cuatro. Uno de ellos llevaba un djembe, otro una guitarra y los otros dos fumaban un cigarro. Parecía que improvisaban una canción. Me acerqué a ellos con la más familiar de mis sonrisas. El chico que del djembe me preguntó qué tocaba. Música norteña y una que otra folk que yo compongo, le dije. Me invitó a mostrarle mis creaciones. Tomé la guitarra con soltura y miré al cielo como si estuviese agradecido de haber llegado al lugar indicado. Canté mis rolas y el ritmo les animó a bailar de manera graciosa a los otros chicos.
—¿Quieres venir a yamear? – Me preguntó el chico del djembe.
Al arte de improvisar rolas en la calle junto con músicos desconocidos los viajeros le llaman yamear Era un tipo de muy flaco, alto, la piel tostada como un pan que se deja segundos de más en el comal y con unos tatuajes de unas espirales en las mejillas. Tenía el cabello estilo mohicano con una larga cola. Su nombre era Marco, todos le decían El Azteca. El otro chico que nunca se despegaba de él tenía la cara de un perro triste. Tenía acento colombiano y un lenguaje corporal exagerado. Le llamaban El Colombia.
Era un idiota que lo único que hablaba de Colombia era de la coca y en sus puñetas mentales hablaba de ser un hombre peligroso. Estoy seguro que lo era; no porque pudiera hacerte algo sino porque daba la impresión de ser una persona que te podía meter en problemas. Cualquier pendejo te puede meter en problemas si no mides la distancia a la hora de confiar.
Salimos con dos guitarras y el tambor a tocar a las afueras de los restaurantes y cafés entre los andadores. En el camino se nos unió un chico argentino que llevaba otro tambor. A pesar de que yo llevaba mi guitarra para todos lados y toqué en muchas taquerías y mercados en Monterrey, Guadalajara e Ixmiquilpan; ese día descubrí algo más efectivo a la hora de pasar el sombrero: contar una historia de por qué tocan en la calle. El Azteca indicó con su mano que nos detuviéramos en cierta cafetería y como un maestro de ceremonias se dirigió al público que almorzaba.
Buenos días a todos. Somos músicos viajeros. A través de lo que hacemos nos ganamos la vida. Queremos compartirles un poco de nuestro trabajo. Si al final de este show ustedes quieren cooperar con una moneda o una sonrisa nos ayudarían mucho a continuar con nuestro viaje.
¡Wow! Todos los músicos viajeros deberían aprender a dirigirse así a su público. La gente lo miró con atención y los que apenas probaban su primer bocado prestaron su oído con amabilidad. Tocamos dos canciones por lugar. Recorrimos cuatro sitios. Trabajamos más o menos cuarenta minutos y sacamos doscientos cincuenta pesos. Nos repartimos la taloneada entre El Azteca, el chico con el otro tambor y yo. A cada uno nos tocó como ochenta y tantos pesos. Quedamos de vernos más tarde. Al menos saqué unas monedas para comer un hotdog con una coquita en el oxxo.
Luego de sentirme satisfecho con la comida chatarra, caminé todo el andador de Guadalupe. Veía en cada esquina rostros nuevos, sonrientes, manos estrechándose, gente sentada de todas partes del mundo hablando de la música, la comida, la nueva parada en su ruta, la fiesta, planes para sacar dinero en la calle. Podías hablar con cualquiera. Y cualquiera te podía hablar para pedirte la hora, un cigarro o ya sea para invitarte a una fiesta por la noche. Veía chicas rubias de hermosos ojos azules y verdes mirando con fascinación a especímenes del último linaje maya o azteca que pasó alguna vez por las calles de San Cris. Cerveza, licor de maíz y caña, café, cacao, pan dulce, tamales, tacos dorados y aroma a lluvia. Era una pintura que cambiaba de tono conforme trascurría el día.
Dando vueltas encontré otro hostal por cincuenta pesos el dormitorio. Toqué la puerta y me abrió un hombre con una botella de licor de caña en la mano. Tenía unos cuarenta años y se veía muy acabado. Le decían Pancho. Con la lengua adormecida me platicaba del sitio. El cuarto tenía dos literas y los colchones no se veían muy cómodos que digamos, pero tenía que ir reduciendo el presupuesto para ver hasta dónde podía llegar.
Acordé con Pancho cambiarme a ese sitio a la mañana siguiente. Esperaba encontrarme con El Azteca por la noche para salir a tocar. No lo vi por ninguna calle. A eso de las siete de la noche llovió tanto y no paró hasta la medianoche.
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¿Cómo volverse mochilero?
AventuraTal vez te identifiques con Lupillo. Es un alma que no sabe que está atrapada en el cuerpo de un humano y acostumbrada a ser libre sabe que tiene que llegar a un sitio. No sabe con exactitud a dónde. Lupillo lo intenta por varios caminos. Como ser u...