Capítulo 7

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De nuevo la plaza de la catedral de San Cris parecía una feria. Esa tarde se enfrentaban México y Croacia. Me dispuse a salir a tocar ya que era viernes y el flujo de monedas crecía de mano en mano. Quería sacar dinero para mi pasaporte y salir con Katia rumbo a Costa Rica ¿Qué sería de mí si llegaba con una italiana atravesando Centroamérica? ¿Llegaríamos como cómplices inseparables de viaje sin resistirnos al enamoramiento tras acompañarnos por un largo camino? ¿Será que yo tendría una nueva vida en Puerto Viejo tocando mis rolitas? Comprendí la emoción que debían llevar los mochileros en sus rostros cuando cargan su vida en la espalda. No sé cómo no me animé a hacerlo antes; me refiero a irte solo con lo necesario, renunciar a tus dudas, desapegarte de tus fantasmas, permitir que te guíe la incertidumbre y descubrir por tu cuenta nuevos lugares convencido de que tus pies pueden llevarte a donde sea.

Los croatas hablaron previo al partido de lo le harían a México. Su técnico se parecía a Joseph Gordon Levit en 500 días con Summer. México le pasó por encima a Croacia tres a cero. El Piojo Herrera entró en un estado de euforia después de la segunda anotación que parecía que se estaba transformando en un supersayayin..Todos los que vimos aquel partido guardamos de forma hilarante la imagen del técnico de la selección en nuestros recuerdos. Todo el mundo estaba alegre. Y eso significaba una cosa: dinero en la calle. Tomé la combi a Tuxtla. Me di un paseo con la guitarra por las taquerías del centro. El calor hacía que la camiseta se pegara al cuerpo. Había movimiento por las calles. Entré a cantinas, locales de pollos asados, botaneros tradicionales y canté canciones norteñas como Laurita Garza y Arboles de la Barranca. Veía en las cantinas que pasaban charolas con costillas fritas, frijoles, caldo de camarón, butifarra y chicharrón. El hambre se hizo presente y como última parada fui al mercado. Las fondas estaban a punto de cerrar. Ya nadie tenía pozol para refrescarme. Canté con mi voz ya muy desmejorada, aun así, tenía fuerza y tono. Mi canto retumbó en las cortinas de acero y el eco clamó con una energía nueva y tal vez por eso los dueños de los locales salieron a dejarme comida en una mesa. Comí un enorme banquete de arroz con pollo, milanesa y agua de jamaica. Me senté tranquilamente para recuperar fuerzas y prepararme para regresar a San Cris.

Tomé la combi de las ocho de la noche. Mis bolsillos estaban forrados de monedas. Hasta se me caían un poco los pantalones por el peso que cargaba en ellos. Llegué a San Cris completamente cansado pero muy contento por lo que junté. Tenía más de la mitad del dinero para mi pasaporte. Con otra jornada igual estaré listo.

A la mañana siguiente salí muy temprano de casa de Carlos. Pasé por una casa en Rancho San Nicolás. Dos hombres obesos tenían varios cartones de cerveza en el pórtico de su domicilio. Me vieron pasar con la guitarra y uno de ellos me habló.

—¿Cuánto me cobras por una hora de música?

—Doscientos pesos.

—Es mi cumpleaños.

Toqué durante casi dos horas. Llegó la esposa de aquel hombre con una gran olla de barbacoa e invitaron a todos los familiares a sentarse en una mesa que estaba detrás del pórtico. Yo sólo vi cómo pasaban las tortillas con los frijoles y el arroz de plato en plato. No me ofrecieron ni un taquito. Lo bueno fue que ya no tuve que ir a Tuxtla.

El hostal de Katia estaba por la calle Mazariegos. Partí con la guitarra y el dinero en las bolsas entusiasmado por encontrarla y contarle que ya estaba listo. Una amiga de ella pasó por una panadería. Su nombre era Leticia, venía de Argentina y ya llevaba alrededor de dos meses en San Cris. Me contó que se sentía un poco desesperada ya que el dinero apenas le alcanzaba y quería seguir viajando por México. Así estamos todos, pensé, nos la estamos pelando pero hay que buscar una alternativa.

¿Cómo volverse mochilero?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora