Capítulo 14

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Lupillo tomó una combi que le cobró cincuenta pesos hasta Tulum. No tenía idea de dónde pasaría la noche. No le importó. Había aprendido a confiar en su intuición. Tenía la certeza de que encontraría lo que necesitaba. En su mente elaboró su plan: si al llegar veía restaurantes llenos no dudaría en pararse a tocar. Imaginó a Tulum como un pueblo lleno de viajeros que se reunían en una plaza y luego se iban a fumar hierba o beber unas chelas en la playa. El tramo duró cerca de cuarenta minutos. La combi se detuvo en una avenida. No se parecía a lo que imaginó. La plaza del pueblo no tenía mucho movimiento. Vio un mini súper cruzando la avenida. Afuera del lugar se encontró con una hermosa chica de ojos verdes y el tono de piel tostado. No dudó en acercarse a ella. Le preguntó si le cuidaba sus cosas mientras iba a la tienda por un refresco. La chica asintió tímidamente.

—Me llamo Lupillo. Vengo del norte. ¿Qué se puede hacer por aquí?

—Depende de lo que estés buscando.

—Un lugar con fiesta.

—Puedes ir al Curandero. Está a dos cuadras de aquí.

—¿Tú qué plan tienes?

—Estoy esperando a unos amigos para ir a la playa.

—Por cierto ¿Cómo te llamas?

—Me llamo Simone.

El nombre era italiano. Aquella belleza tenía su aire extranjero. Lupillo se lamentó no insistir en salir con la chica. Aunque la acababa de conocer sabía que podía causar temor con sus obstinadas insistencias primerizas. Miró la hora en su teléfono. Eran ya las nueve. Caminó dos cuadras y al doblar en la esquina vio una multitud de gente de todas las edades, todos los colores, razas y credos bailando, y bebiendo en esa calle. La fiesta estaba en la calle. La calle era un carnaval. El bar tenía unos columpios enormes en la parte de afuera junto a la barra. Unos viajeros tendían sus paños de artesanías y otros hacían malabares con fuego. Las chicas paseaban luciendo la parte del top de sus trajes de baño. Todos hablaban con todos. Esto le recordaba a San Cris pero más caluroso y amigable. La vibra le agradó. Todos se veían buena onda. Y fue entonces que un chico supo que aquel muchacho era un recién llegado.

—¿De dónde vienes hermano?

—Vengo del norte. Es mi primera vez por aquí. Estaba buscando algún sitio para tocar y sacar unas monedas para luego buscar un hostal.

—¿Necesitas un lugar donde dormir?

—Sí. Ya estoy un poco cansado del viaje desde Palenque.

—Pues mira. Saca pa unas chelas y te puedes quedar en mi depa. Tengo wifi, clima, tele, podemos compartir la mitad de la renta.

Algo en ese muchacho no le hizo dudar a Lupillo de aceptar su propuesta. En primera instancia no notó malicia por parte de aquel hombre de cabello largo y labios gruesos. Su rostro era tosco con las facciones poco definidas. Quizás por eso le decían Chango. Sacó el último billete de cien pesos que tenía y Chango fue por dos caguamas. Guardó el cambio para otra promo. El primer trago de la cerveza le supo a felicidad. Se relajó por completo y de su rostro se ausentó el gesto de pena y duda por no saber dónde dormir. Entre la pena y la incertidumbre una caguama no da las respuestas, pero al menos hace que a uno se le olviden las preguntas.

Chango le contó que era de Guanajuato. Se dedicaba a la artesanía. Lo saludaba mucha gente. Parecía ser algo importante. Un hombre pequeño con un cajón repleto de golosinas y cigarros pasó en medio de la multitud. Lupillo le compró dos. Chango le robaba caladas de cigarro mientras hablaba de las maravillas de Tulum.

—Este es un lugar con una vibra chingona. Si vienes en buen plan te lo va a dar todo. Si eres un pasado de verga puede que no le agrades. Es milenario. Hay energías bien cabronas que se concentran en éste paraíso. Aquí lo tienes todo: cenotes, playa, lagunas, selva, ruinas, chicas guapas y fiesta.

Para ser alguien que a sus veinticuatro años no había logrado nada importante aquel sitio le ilusionó para vivir esa vida de parranda, libertad, música y amores pasajeros con la que puede soñar cualquier bohemio y músico fracasado a su edad. Los rostros de la gente sonreían sin la menor preocupación. El humo del cigarro se paseaba por toda la cuadra. Unos forjaban churros y otros compartían sus caguamas con los recién llegados. En verdad parecía que se forjaba una hermandad de viajeros o seres libres. Eso le hacía creer a Lupillo que luego de recorrer más de dos mil kilómetros desde que dejó su casa, al fin había llegado al sitio ideal. Se sentía cansado. Pensó en si seguir adelante o comenzar esa nueva vida llena de fiesta, excesos y vista al mar. Optó por lo segundo. Olvidó la razón de haber llegado. A la medianoche vio que Chango se besaba con una mujer de tatuajes con el rostro molido por el acné. Los acompañó en una caminata de besos y agarrones de nalga. Llegaron a casa de Chango. Era un apartamento pequeño con apenas dos habitaciones. La cocina estaba en la entrada. Chango le dijo que podía dormir ahí. Se encerró con la chica. Lupillo se durmió borracho y cansado, arrullado por los gemidos del otro cuarto que debieron durar unas tres horas.

¿Cómo volverse mochilero?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora