Capítulo 15

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Reconocí de inmediato el sonido del motor. Era de un vochito. Debía ser de la década de los noventas. Empapado en sudor me levanté del piso de la cocina. Tenía sed. Apenas me puse de pie y la puerta de la habitación de Chango se abrió. Qué bueno porque tenía ganas de ir al baño. Salieron contentos, como dos personas que se acaban de conocer y cogen toda la noche. Lo triste de coger conmadre la primera noche es hacerte ilusiones. Ya que está muy de moda suscribirte a las apps durante un corto periodo; lo mismo debería pasar con llevar acabo el acto sexual con una persona nueva. Que el trato sea si después de un mes no se estipula un proyecto se puede cancelar sin resentimientos el apego. Aunque si quieren continuar cada quien debe establecer sus cláusulas. La chica se llamaba Priscila. Salió sonriente, le brillaba la piel. Me dio los buenos días. Chango la invitó a sentarse en el comedor y le preparó un café. Chango al menos se había desintoxicado del alcohol con la cogedera. Yo seguía crudo y el calor del pueblito playero no me ayudaba mucho. Me invitaron a tomar café. El vochito era de una amiga de Priscila. Salió a para invitarla a pasar. Su nombre era Damaris. Era chonchita con unas enormes chiches y una cara de niña. Era buena onda. Nos contaron que vivían en un rancho sustentable en el camino que salía para Mérida. Tenían un cenote en casa. El tipo que les daba hospedaje era un italiano de nombre Aldo.

Nos invitaron a pasar el fin de semana por allá. Al terminar el café las chicas salieron. Chango me preguntó que cómo me sentía.

—Estoy bien. Es divertido estar aquí. Se siente mejor que estar en San Cris. Tal vez porque el sol pone de buen humor a la gente.

En ese momento alguien tocó la puerta. Chango abrió.

—¡Mira! Es el Calimba.

Era un cuate con ese color de lanchero de Acapulco, venía sin playera, con una bermuda larga y en la espalda le colgaba una jarana veracruzana. Tenía la cara hinchada. Seguramente era por la cerveza. Se notaba que estaba igual que nosotros. Que apenas su cuerpo se estaba reponiendo de la peda de anoche. Estaba seguro que lo vi entre la multitud que abarrotaba la esquina del Curandero. Chango lo abrazó efusivo.

—Este vato es mi carnal. Es otro pedo. —Me decía mientras el Calimba intentaba decir algo con la boca adormecida.

—¿Tienes para unas chelas?

—Claro que sí. Aquí el carnalito que viene de Monterrey se las patrocina ¿o no?

—Creo que te di los últimos cien pesos que me quedaban anoche- Le dije apenado puesto que sin conocerme me dio la oportunidad de dormir en su cocina. Metí la mano a mi bolsa y sentí un papelito. Era de cien pesos. Le extendí la mano para dárselos.

—Al rato vas a sacar más. Van a armar un yam y les va a ir chingón.

El entusiasmo de Chango me hacía creer que sus palabras eran ciertas. Tenía confianza en que todo iba a estar mejor y si no ¿a quién le importaba estando en ese lugar? Se tiene la playa, el calor, un cuarto para dormir y al menos alcanzaba para la cerveza. Y aunque era muy temprano me deje fluir por la acción del momento. Nunca antes me había bebido una caguama a las diez de la mañana. Chango trajo dos y nos sentamos en la mesa. Dijo que improvisáramos cualquier cosa. La jarana de Calimba me recordó al hombre de Palenque. Le dije que hiciera tres acordes y me siguiera el ritmo. Y fue así que en ese momento Calimba y yo conectamos nuestros pobres talentos musicales para ser los mejores intérpretes de La Bamba en Tulum.

Sacamos otras dos rolas en un lapso de una hora bebiendo aquellas caguamas mañaneras. Chango insistía que íbamos a forrarnos de dólares porque nos escuchábamos chingón. Y como ya no teníamos cerveza ni dinero, pero sí mucho entusiasmo nos salimos al mediodía por los restaurantes de la avenida principal. Me sorprendió bastante que no nos excluían ni nos hacían caras por vernos como unos auténticos vagos borrachos. Recorrimos cantinas, barras de mariscos, comidas caseras. Cada vez que pasábamos el sombrero Chango tomaba una parte para abastecer al equipo de cerveza; esa era su labor porque no estaba tocando ningún instrumento. Y fue así que tocando llegamos hasta la carretera que sale a la playa. Chango nos preguntó si estábamos cansados y la verdad era que no, andábamos prendidos, vimos monedas, de todos los tamaños y billetes de todos los colores. Entonces nos detuvimos a un lado de la carretera y levantamos el dedo.

No era difícil conseguir un aventón. De cada dos coches que pasaban si uno no te levantaba era porque venía lleno. Nos fuimos en la caja de una camioneta. Eran cinco kilómetros y medio para llegar a la zona de bares y hoteles. Una carretera de dos carriles se juntaba con los atractivos de esa zona de la playa. Había campings y hoteles de cincuenta dólares la noche. Los bares tenían diseños muy coquetos con música reggae. Los lugares a esa hora de la tarde eran poco concurridos, aprovechamos para bañarnos en el mar y sentarnos bajo la sombra de una palma. Unos chicos llevaban una hielera y nos invitaron a ver cómo soltaban a las crías de tortuga para regresar al mar.

Chango platicaba de ir a pescar el fin de semana. Tenía un arpón en su casa y unas aletas de buzo. Calimba tenía la lengua muy dormida. Contamos el dinero que teníamos. Sacamos ochocientos pesos. Repartimos entre tres. Chango y Calimba se pararon para buscar cerveza. Les dije que quería disfrutar la vista del lugar. El desvelo y el cansancio se manifestaron en mi cuerpo. Chango me dejó una copia de las llaves por si decidía regresar más tarde. Vi sus largas cabelleras alejarse por la orilla de la playa.

El sol se fundía con el celeste del Caribe y los rayos dejaron de calar en la piel. Regresé caminando hasta el pueblo. Pasé por el Curandero y estaba tranquilo. Llegué a un puesto de tacos y pensé que podía hacer unas monedas extra. Un hombre que iba con su familia me invitó a cenar después de mi show. Regresé al departamento de Chango y dormí agradecido por todo lo que Tulum me había regalado ese día.

¿Cómo volverse mochilero?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora