Capítulo 6

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Eran un día de junio del 2014. Fue la primera vez que me tocó vivir un mundial de futbol lejos de casa. En la plaza de la catedral instalaron una pantalla gigante. Los extranjeros paseaban con la playera del tricolor y otros viajeros buscaban un lugar cómodo para disfrutar del primer partido que fue México contra Brasil. Se recuerda bien ese juego por la brillante actuación de Memo Ochoa que fue una muralla para la delantera brasileña. Les arrebató balones en todos los ángulos posibles. Al final empataron a cero. A la mayoría de la gente nos supo a victoria aquel primer partido.

Esa tarde estuvo soleada, un ambiente amigable y alegre se sentía como pocas veces por ese sitio. Como siempre, iba con mi guitarra por si se presentaba la oportunidad de compartir un poco de música o hacer monedas. Pasé por los Portales y me encontré con un chico con guitarra. Estaba afinando su instrumento. Me acerqué para apoyarle con un afinador que había descargado en mi celular. Su nombre era Martín y venía de ciudad de México. Me dijo que era terapeuta. Tenía un rostro preocupado.

—Tengo dos semanas de que llegué. Apenas sale el varo con la guitarra. Mi ex novia me llamó hoy para decirme que está embarazada. Esto significa un cambio de planes en mi vida y no sé si estoy dispuesto a regresar. Uno no puede huir de sus problemas. Y ella no se quiere venir para acá. Le digo que es una gran oportunidad para un nuevo comienzo. Un pueblo de viajeros alejado del bullicio, un lugar mágico donde puedes llegar a pie a cualquier sitio.

Para olvidarnos de la bruma de problemas que nos intentó arruinar la tarde, Martín y yo tocamos una canción en los Portales. Yo la había escrito. Se llamaba "De puro aventón". Él me acompañó con el requinto.

Veo en tus ojos algo que me dice que todo va a estar bien

siento en las mejillas algo así como una brisa

yo quisiera despertarme junto a tu sonrisa

y llevarte a pasear mi amor

no tengo dinero para un boleto de avión

pero estoy seguro que la pasaremos mejor

en la carretera de puro aventón

Un par de chicas que caminaban por ahí debieron sentirse conectadas con la rola tanto así que nos regalaron sus sonrisas mientras nos grababan con sus teléfonos. Fuimos rockstars de la calle por unos segundos. No volví a ver a Martín por el rumbo. Algunas personas van por la vida como notas musicales dispersas y otras que traen el ritmo las conectan para dar lugar a una melodía. Todos tenemos una canción por escribir.

Un día después de conocer a Martín conocí en el mismo sitio a Yeik. Era un italiano de ojos claros que siempre llevaba un sombrero. Se colgaba en un soporte de metal una armónica y tocaba el ukulele afuera del oxxo de los Portales. Estaba tratando de hacer dinero para seguir su viaje hasta Los Cabos. Él como los demás músicos se estaba enfrentando a la realidad de San Cris: éramos tantos que el oficio se volvía mal pagado y las propinas apenas nos daban para comer dos veces al día en el mejor de los casos. Yeik me habló de Puerto Viejo en Costa Rica. Un pueblo donde según él, yo podía casarme por la gran cantidad de mujeres bonitas que estaban ahí descubriéndose a sí mismas. ¿Casarme yo? Para ser sincero no era una de mis aspiraciones. Apenas comenzaba mi aventura. En el poco tiempo que tenía viajando, México me pareció una enorme avenida para recorrer tranquilamente, y cada uno de sus estados se volvía un barrio que iría conociendo poco a poco. La vida y los pensamientos te pueden cambiar muy rápido en dos semanas fuera de casa. A los veintitantos años ya no anhelaba el éxito ni la fama o la fortuna, tampoco hijos, un crédito hipotecario o un coche; lo único que quería era tocar la guitarra, conocer mi país de mochilazo y mandar a la verga a todos los que no le aportaban nada bueno a mi vida. Ese era yo, un espíritu libre, un alma vieja que apenas recordó que la felicidad está en el viaje y no en el destino. Tenía una guitarra, un telescopio, una mochila, un par de libros en el celular y una carrera que no ejercía ¿A dónde podía ir con eso? ¿Cuál sería mi destino? ¿Cómo podía decirle al mundo que compuse una canción que estaba seguro que todos podían cantar y con ello por un rato de sus problemas? Tal vez mi propósito en este camino era descubrir esa manera de conectar con oídos entusiastas. Tal vez no era más bueno ni inteligente que los demás. Dejar de comparar mis anhelos más profundos con los deseos más superficiales de otros fue mi primer coqueteo con la sabiduría.

Como Yeik tenía problemas con el dinero estaba tramando mover unos kilos de alguna sustancia prohibida de Guatemala hasta Oaxaca. Los viajes para transportar mercancías eran una forma arriesgada en la que caían muchos extranjeros. Algunos eran tentados por el peligro y sentirse como personajes de narcoseries. Todo a cambio de comprometer erróneamente la libertad. Yeik estaba desesperado por llegar a la otra punta del país ¿Cuál era la prisa? Los lugares tienen una vibra que te impulsa o te detiene. Hay que saber reconocer cuando ésta sobrepasa nuestra propia voluntad porque es ahí cuando uno tiene que moverse. Hay que aprender a ser pacientes para reconocer las señales. Tal vez la desesperación de Yeik no le permitía enfocar la atención de manera adecuada.

Una semana después mientras tocaba afuera de una taquería vi en las noticias que la policía en Oaxaca detuvo a un par de viajeros que se dirigían a Puerto Escondido. En sus maletas llevaban un kilo de cocaína. Pude reconocer el rostro triste y serio de Yeik en televisión. Sentí pena por él. Al final lo sedujo la tentación, el hambre y el dinero fácil.

Podría decirse que la antítesis de Yeik era un chico cordobés con sus trenzas rastafari. Su nombre era Simón. Andaba de buen humor y totalmente despreocupado la mayor parte del tiempo. Lo conocí en los Portales al igual que a Yeik. Su acento era chistoso y por eso simpatizaba de inmediato con sus potenciales clientes. Se dedicaba a fabricar artesanías con macramé, alambres y minerales preciosos que iba recolectando durante sus viajes. Nos resguardamos de la lluvia. Miró con una profunda serenidad el horizonte cargando con un brazo un paño con sus trabajos.

—¿Queres un fernet?

—No tengo idea de qué sea.

—Solamente comprá una cocacola y shastá.

Fui al oxxo por el refresco y un par de vasos. Sacó de su paño una botella de color verde y sirvió un poco. Le di un trago. Sabía a algo fresco. Como una especie de hierba que te relajaba el estómago.

—Esto está bueno.

—De donde soy lo bebemos mucho.

—No pareces el típico argentino mamón que llega a México y se siente europeo.

—Ah. Es que tú te refieres a los porteños, los de la capital, por ellos es que luego piensan que todos somos unos mamones. La Argentina es muy grande, como México, no me digas que un chilango aquí es igual a los de sur.

—Tienes razón. Casi siempre juzgamos las nacionalidades de las personas por su capital. Y las capitales son junglas que a veces escupen el peor reflejo de sus visiones.

Simón había salido de Argentina hace dos años. Viajaba con su novia Fátima. Iban a pasar unos días en Guatemala y se dio cuenta que estaba embarazada. Así que extendieron su estadía en México para que su bebé naciera en esta tierra de nopales y mezcal. Una idea que le entusiasmaba a Simón porque se le notaba que amaba México. Más tarde llegó su novia. Era un ángel en todo el sentido de la palabra. Al sonreír aquella mujer transmitía paz y era más tranquila y relajada que Simón. Me invitaron a cenar a su casa. Decía que vivían en una cabaña y que en el techo de su case estaba cubierto de un cristal por donde se veía ejércitos de constelaciones.

Recordé a Martín porque su chica también esperaba un bebé y se le miraba en el rostro una carga enorme, como si el mundo de un día para otro se volviera una pesadez que se arrastra entre las ojeras a la que ya no se puede renunciar. Por otro lado, Simón estaba contento con su mujer. De algo estaba seguro sobre Martín y Simón. Ambos esperaban un bebé con sus respectivas parejas, sin duda alguna aquel hecho marcaba un nuevo inicio. Quizás un bebé es una manera en la que puede cambiar de configuración todo el universo de alguien.

Muy poco preocupados si la venta de artesanías era abundante. Al final de la jornada, él lograba obtener lo necesario y a diario agradecía por eso. Lo que funcionaba para Simón era su actitud con la que día a día enfrentaba al mundo. Ya es un mundo bastante triste y habituado al conflicto como para no hacer una pequeña diferencia con una sonrisa. Me decía cuando le pregunté si esa paz y felicidad que cargaban él y su chica eran parte natural de su forma de ser. Estaba a punto de partir con ellos a su casa para cenar cuando la lluvia se detuvo y Katia me sorprendió con su llegada. Escuché su irresistible acento italiano preguntando si me animaría a ir a Costa Rica con ella. Tuve que posponer la cena con Simón y Fátima. Había una ruta pendiente por trazar.

¿Cómo volverse mochilero?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora