Lado B 1

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No sentía nada al despertar. La alarma cumplía con su función de hacerme abrir los ojos, y yo me quedaba ahí tendida, pensando que tenía que cumplir mi obligación culturalmente impuesta de ser funcional.

Lograba hacerlo, normalmente, por dos horas. Me hacía salir a correr y desayunar. Una ducha. Un café. Y entonces me topaba de frente, día tras día, con la asfixiante pregunta de "y hoy, ¿qué vamos a hacer?".

Pasaron tres semanas antes de recordar que yo ya conocía la solución a esa apatía. Cuando yo no lograba, por mí misma, imponerme un horario, ya sabía que era mejor buscar uno impuesto desde afuera.

No tenía amigos ya en esa ciudad. O, los que tenía, ya no los quería ver. Estaba avergonzada de la versión de mí que había sido con ellos, y verlos solo lo hubiera empeorado.
Eso sin añadir que ahora todos me miraban con ojos de lástima, porque aunque él no había contado nada - propio de un hombre de su generación; que no lloran, no cuentan, no gimen, no se descompensan-, lo había hecho yo el día en que decidí comunicar que ya consideraba haber hecho la parte del proyecto en la que era útil y que era hora de decir adiós.

Después de faltar a un par de cenas laborales, la gente entendió que Cillian y yo ya no éramos Cillian y yo.

Lo que más me molesta de esto es que la anterior se volvió una realidad en mi vida. Antes de conocerle, tenía claro que no quería volver a estar en una relación donde se moviesen conceptos de pertenencia o posesión.

Alba y yo éramos Alba y yo en el sentido de lo mucho que nos divertíamos juntas y las maldades que hacíamos al resto. Alba y yo éramos unas hermanas traviesas.

Cillian y yo fuimos pareja.
Y yo debería tener bien aprendida la lección para entonces (mi lección, no digo que sea un modelo funcional para todos).
Pero supongo que sí tengo un apego con ciertos hombres.

Mi necesidad de ser validada como igual por un hombre que admiro no estaba aniquilada, como una vez creí.

Y eso solo significaba una cosa: tenía mucho trabajo que hacer sobre mí misma. Habían piezas de mí que se habían desorganizado en la aventura - y otras que ya estaban fuera de lugar antes de conocer a Cillian.

La solución temporal, la curita, fue apuntarme a varias actividades.
Empecé a tomar lecciones de guitarra; me apunté a un gimnasio donde practicaban boxing - porque aprovechar la miseria para hacerte unos abs nunca viene mal-; e hice contacto con una psicóloga, explicándole que era escritora y quería la oportunidad de participar en algunas de sus sesiones privadas como oyente, para encontrar el tema de mi próxima novela.

Que ya estuviese publicada ayudó, por supuesto. La reputación tiene grandes ventajas.

Y así encamine de forma algo aleatoria y tempestiva una nueva etapa de mi vida, mientras no tenía ganas de ver a nadie y, sobre todo, no tenía ganas de ser vista

Todo el amor que perdimos {Peaky blinders y Casa de Papel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora