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¿ Lo peor de tener un fin de semana perfecto?

El lunes.

¿ Lo mejor de tener un lunes de mierda en el trabajo?

La noche del lunes.

Nolan nos había invitado a todos a una especie de cóctel que estarían celebrando él y su mujer con motivo de su aniversario.

Su esposa me caía bien. Transmitía paz como él, pero algo en ella me decía que era la encargada de meterle chutes de electricidad a aquella relación. Y desde que me hice mayor, siento una admiración que se confunde con cariño, a ratos, por todas las mujeres que se encargan del orden de su vida y la de sus seres queridos para mantenerlo todo funcionando.

Me parece que son los verdaderos ángeles.

La fiestecilla, en general, fue bastante bien. Simplemente éramos un grupo de personas cercanas hablando sobre arte todo el tiempo, con copas de vinos elitistas y demasiada comida para picar a la mano.

Ninguno conservó los tacones o los blazers por mucho tiempo. La decoración de la casa de los Nolan te invitaba a sentirla como tuya, de sentirte cómoda.
Y, al final, terminamos siendo un grupillo de snobs divertidos descalzados en el piso; los pies de algunos encima de otros; el humo de los fumadores matizando el clima íntimo; las cortas risas de hombres barbudos que tenían cien cuentos graciosos en los bolsillos...

Sencillamente se sintió natural cuando Cillian me preguntó si quería que me acompañase en el camino a casa.

No hubo una ceja levantada por no encontrar lógica entre la propuesta y su última reacción cuando compartimos un momento juntos.

No me pregunté motivos. No hice mapas mentales diseccionando posibilidades. No hubo preguntas sobre lo que él estaría esperando que yo dijese.

El alcohol desconectaba mi parte calculadora e intensa. Y, a veces, aquello tenía demasiado sabor a paz, a domingo acabada de levantar, a café lento cuando no hay sitio al que llegar.

— No sabía que apoyabas el pragmatismo— rompió el silencio, metiéndose, mientras, la mano en los bolsillos.

— Bueno, soy joven, pero hubo un tiempo en el que busqué soluciones en cada lugar que pude encontrar. Y, ni siquiera sé cómo, pero un día llegué a William James y el pragmatismo— mis botas ponían la banda musical mientras hablaba. La calle mojada los efectos añadidos— Y me gustó la idea de que no hubiese nada que estuviese bien y mal. O que todo en realidad, siempre estuviese mal en dependencia del resultado que se quería lograr — silencio, cabeza abajo— Creo que me dio paz.

Silencio.

— ¿ Sobre qué otras cosas interesantes has leído? — su voz fue tan relajante como cuando estás esperando que un chico venga a buscarte y, de repente, escuchas el sonido del timbre justo cuando empezabas a pensar que se le haría tarde.

— Poder. Guerras. Hijas encerradas en un ático que luego quemaban a la madre y le quitaban al marido — lo miré y subió las cejas, torciendo la boca en un gesto divertido— El miedo a morirte y dejar a tus seres queridos vivos. Economía. Psicología.

Silbó por lo bajo.

No dijimos nada. Solo seguimos caminando, pero el aire había cambiado. Mis hombros ya no me hacían una gata engrifada. Mi espalda ya no me dolía de tanto tenerla trancada. Algún telón se levantó por detrás de mis ojos y alguna necesidad cayó.

Es una sensación curiosa cuando sientes que finalmente logras medio impresionar a alguien a quien querías demostrarle u valía. Que sí, que sé que querer hacerlo está fatal; pero nunca he sido buena manejando mis sentimientos. Solo sé encerrarlos y castigarlos en un rincón sin poder salir a jugar.

— Hay un café debajo de tu casa — no era sorpresa. No era pregunta...— ¿ Te apetece entrar y charlar un rato más?

Todo el amor que perdimos {Peaky blinders y Casa de Papel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora