1

145 14 39
                                    

La primera vez que lo vi, lamento decir que lo reconocí. ¿Alguna vez se han reconocido de inmediato en otros ojos? ¿Les ha bastado 2 minutos para saber con total seguridad la dinámica que se instalaría entre otra persona y tú?
No me refiero a ello de forma romántica.

De hecho, creo que es alguna especie de maldición.

Una carga de linaje que tenemos que sanar y nos hace coincidir con el mismo tipo de persona, una y otra vez, hasta que aprendemos lo que necesitamos aprender.
Lo jodido es que el nuevo avatar siempre viene con funciones distintas y señales de alarmas menos marcadas - o quizás es que mi poder de idealización me hace creer eso.

El punto es que, al verlo, fue como si volviese a ser yo. No lograré explicarlo de forma lógica. Hay personas que, por alguna razón que no he podido doblegar a palabras, suben tu energía hasta convertirte en una versión de ti de manera automática. Alrededor de ellos es como si no existiera la gravedad, la inseguridad, el tiempo...porque todo es tan intenso.

Casi como si tuvieran su propia fuente interna, inagotable, de energía magnética y, al acercarse, hubiese una transferencia que terminaba en una especie de equilibrio físico en el que ambos vibraban a la misma frecuencia.

Es un chute. No creo tener que decir algo más para alimentarles la preocupación..

La primera vez que lo vi calculé que tendría entre 35 y 38 años. Muy por encima de mis 23.

Y, por supuesto, -para qué mentirles- por unos minutos quise desplegar un ataque dirigido a sus puertas; conquistarlo; ser Cleopatra y conseguir que me persiguiera; ser pantera y ver cómo se acercaba lento para acorralarme en la habitación mientras yo también calculaba los movimientos de mi presa.

Quería que me viera.

Y lo hizo. Pero esto no es una historia de amor, aunque lo parecerá al principio.

Simplemente vino. Se me acercó con su espalda recta y sus gestos medidos - siempre he tenido una inclinación sexual hacia las personas que mueven su cuerpo como un preciso reloj.

Me miró fijamente y, entre sus labios rectos pude identificar por milisegundos, una curva.

— ¿Eres la poeta?— preguntó.

Y frunciendo los labios se alejó en cuanto le respondí.

Había tendido el anzuelo. Es normal. Soy una chica, al fin y al cabo, de esta generación que ahora cumple veintitantos y que se acostumbró a entrever amores eternos detrás de los hombres que, en primera instancia, nos hacen poco caso, o incluso rechazo.

Solo piensa en Edward Cullen. ¿Quién podría culparnos?

Su movimiento había sido juguetón, y me hizo preguntarme si le había gustado o si le gustaba gustar, especialmente a chicas menores.

En el pasado había caído múltiples veces en las manos de ese tipo de hombres. Hombres con más poder, con más validación tras sus pasos. Supongo que lo hacía porque eso estaba buscando: validación; y era demasiado joven para entender que un tipo inteligente puede quererte simplemente porque nota que eres lo suficientemente estúpida para ser manipulable y no darle problemas.

En aquellos tiempos yo pensaba que un hombre listo solo podía enamorarse de una mujer lista. Y, para serte franca, aun no sé si eso es verdad o mentira, porque ninguno de ellos se enamoró de mí...pero ser lista no forma parte de los requisitos para llevarte a la cama. Y no a dormir...

Así que cuando Cillian se me aproximó y luego se marchó de aquella manera, yo quise irlo a buscar. Quería tener sus ojos azules rendidos ante mis piernas. Quería tenerlos mirándome con ternura desde la otra esquina de la cama, mientras me acariciaba las pantorrillas. Quería verlo sonreír cuando con mi lengua lo despertara.

Ya sé. Ya sé. No son cosas que una persona normal diría, pero siempre he sido una desequilibrada emocional. Una necesitada. He sido, incluso, mendiga.

Pero, esa noche no hice nada. Decidí dejarlo pasar. A él. Todo él. Y a todo aquel que no me lo pusiera fácil.

Así que, en aquella fiesta, terminé besándome en alguna esquina con Tony.

Tony venía de alguna parte que se parecía a mi tierra. Era un país que no hubiese dicho estaba en Latinoamérica, si no fuera por que me lo juraban sus manos al apretarme, lo tosco de su manera de manipularme y dominarme, la manera en que decía "dios mío". No conocía su país pero nos corría por las venas la misma sangre.

Me gustaba. Era cómodo. Nos reíamos. Me gusta reír con los hombres con los que me acuesto.

Me gusta poder encontrármelos en una fiesta de mano con otra y no sentir celos.

Me gustan los guiños desenfadados y las palmadas en el trasero en el medio de la fiesta. Que jueguen conmigo como niños. Que no intenten mantener apariencias.

Es el beneficio de algo real. De no querer ni más ni menos de lo que el otro está dispuesto a dar. De buscar a quien te quiere y dejar ir a quien quiere jugar al gato y al ratón.

Ya te digo, no siempre te comes a quien quieres. Pero, cuando comes, no te provoca acidez.

Y así es mejor.

Todo el amor que perdimos {Peaky blinders y Casa de Papel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora