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La situación se sentía extraña y curiosa a la vez.

Daeron tomó asiento extendiendo su brazo para que fuera curado. Joffrey se sentó igual a su lado y con un paño mojado, limpió la sangre aún pegada a la piel.

—No tenía idea de que supieras como coser una herida.

—Hay muchas que no sabes de mi, Tio.

—Tienes razón. —Una sonrisa acompañó su oración y una mueca de dolor cuando la aguja atravesó su piel.

Joffrey empezó con los primeros trazos sobre la piel, concentrado en su trabajo que no se dio cuenta de los ojos violetas sobre el.

Extrañamente Daeron se permitió observar con detenimiento el rostro de su sobrino, sus rizos oscuros y su bonito perfil. Joffrey Velaryon ya no era aquel niño pequeño que paraba pegado a su madre, un adolescente en pleno crecimiento estaba ahora curando su herida.

—Los rumores son ciertos.

—¿Cuáles exactamente? —El Velaryon alzó sus oscuros ojos encontrándose con los violetas de su Tío.

—El menor de los Velaryon, el más atractivo entre sus hermanos, eso dicen. —Comentó Daeron y aprovechando la atención del menor, examino su delgado rostro, la forma de sus ojos y el oscuro marrón de sus iris, la perfecta nariz que poseía y su pequeña boca. ¿Por qué lo hacía? Ni la menor idea tenía.

—Los mismos rumores que dicen de ti —Joffrey desvío la mirada cuando sintió que la mirada de Daeron era demasiado intensa.

—¿Y son ciertos?¿Te parezco más atractivo que mis hermanos? —Con un deje divertido en la voz acercó su rostro al de su sobrino y la sonrisa que tenía quedó a medias, cuando su respuesta llegó. La ajuga clavándose en su piel más fuerte de lo necesario.

—Puede que si, puede que no. ¿Por qué debería importar mi opinión? —Joffrey continúo con su trabajó terminando, y pasando por últimas vez el paño mojado, limpiando la herida ya cosida.

—No lo se, sólo quería saber. —Daeron tiro su cabeza para atrás, el cuerpo aún le dolía y estaba cansando pero entre el cansancio físico, el mental era más. No quería pensar en su madre pero era inevitable. Había vivido demasiado tiempo complaciendo a los demás, que ahora haciendo por fin lo que deseaba, se sentía extraño.

Joffrey lo observó en silencio, guardando los utensilios que había usado, se puso de pie y camino para la puerta.

—Toma un baño y cambia tu ropa. Descansa.

𝐋𝐄𝐀𝐋𝐓𝐀𝐃 𝐀𝐋 𝐀𝐌𝐎𝐑 - Lucemond & Jaegon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora