ACTO TERCERO

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En el mismo lugar, unos meses después. Luz de tarde. El paisaje del fondo, invernal en los primeros actos, tiene ahora el verde maduro del verano. En escena hay un costurero y un gran
bastidor con una labor colorista empezada. 

Andrés y Dorina hacen un ovillo. Falín enreda lo que puede. Quico, el mozo del molino, está en escena en actitud de esperar órdenes. Llega Adela, de la cocina. Quico se descubre y la mira embobado.


QUICO.—Me dijeron que tenía que hablarme.

ADELA.—¿Y cuándo no? La yerba está pudriéndose de humedad en la tenada, la maquila del centeno se la comen los ratones, y el establo sigue sin mullir. ¿En qué está pensando, hombre de Dios?

QUICO.—¿Yo?¿Yo estoy pensando?

ADELA.—¿Por qué no se mueve, entonces?

QUICO.—No sé. Me gusta oírla hablar.

ADELA.—¿Necesita música para el trabajo?

QUICO.—Cuando canta el carro se cansan menos los bueyes.

ADELA.—Mejor que la canción es la aguijada. ¡Vamos! ¿Qué espera?(Viendo que sigue inmóvil).¿Se ha quedado sordo de repente?

QUICO. (Dando vueltas a la boina).—No sé lo que me pasa. Cuando me habla el ama, oigo bien, Cuando me habla Telva, también. Pero usted tiene una manera de mirar que cuando me habla no oigo lo que dice.

ADELA.—Pues cierre los ojos, y andando, que ya empieza a caer el sol.

QUICO.—Voy, mi ama. Voy.

(Sale lento, volviéndose desde la puerta del corral. Falín vuelca con estruendo una caja delata llena de botones).

ADELA.—¿Qué haces tú ahí, barrabás?

FALÍN.—Estoy ayudando.

ADELA.—Ya veo, ya. Recógelos uno por uno, y de paso a ver siaprendesacontarlos. (Sesienta a trabajaren el bastidor).

DORINA.—Cuando bordas, ¿puedes hablar y pensaren otra cosa?

ADELA.—Claro que si. ¿Por qué?

DORINA.—Angélica lo hacía también. Y cuando llegaba la fiesta de hoy nos contaba esas historias de encantos que siempre ocurren en la mañana de San Juan.

ANDRÉS.—¿Sabes tú alguna?

ADELA.—Muchas. Son romances viejos que se aprenden de niña y no se olvidan nunca. ¿Cuál queréis?

DORINA.—Hay uno precioso de un conde que llevaba su caballo a beber al mar.

(Adela suspende un momento su labor, levanta la cabeza y recita con los ojos lejanos).

ADELA.—

"Madrugaba el Conde Olinos

mañanita de San Juan 

a dar agua a su caballo

a las orillas del mar. 

Mientras el caballo bebe

 él canta un dulce cantar; 

todas las aves del cielo se paraban a escuchar;

caminante que camina

olvida su caminar;

navegante que navega

la nave vuelve hacia allá..."

ANDRÉS.—¿Por qué se paraban los caminantes y los pájaros?

ADELA.—Porque era una canción encantada como la delas sirenas.

La dama del albaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora