XXXVI

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FREYA

Los días para Lady Freya Somerset, se habían convertido en una lenta agonía.

Con pequeños lapsos de tiempo, en donde la felicidad se desbordaba en su pecho.

Una alegría tan intermitente, que le parecía irreal lo que estaba ocurriendo.

Desde el momento en que pisó Bádminton House, todo se llenó de oscuridad.

No había momento del día que no suspirara con pesadez, y le regalara sonrisas vacías a Adler.

Que, pese a que las notaba, insistiéndole con preguntas al respecto, le negaba lo que ocurría hasta el cansancio para evitarle más inconvenientes de los que por sí ya le ocasionaba.

El recibimiento de la Duquesa solo fue el inicio de todo.

Sintió que una corriente helada se alojaba en todo su cuerpo.

Se convenció así misma que era por toda la tensión acumulada.

Pese a su mirada llena de desdén, pues le acogió como mejor pudo.

Le brindo hasta una nueva doncella, alegando que no podía depender del personal de su hermano.

Al principio refutó ante aquello ya que con Harriet se sentía a gusto después de su nana, pero al ver que su esposo iniciaría una nueva disputa para que no intentara imponerle su voluntad, no tuvo más remedio que acceder, pese a su reticencia a luchar por sus derechos.

Una mala idea, pues hasta el momento no había sido atendida como se debía.

Ni siquiera podían relativamente preparar el baño a la temperatura que ella indicaba.

Así que, su aseo lo protagonizaba el agua más fría de lo que alguna vez hubo probado.

Ni hablar de su comida.

No era precisamente lo que servían, pues de esta había de sobra.

No le convenía matarle de hambre.

Cuando él se hallaba merodeando por el castillo, era de lo mejor.

Con los más exquisitos manjares.

Todo lo contrario, cuando se ausentaba por horas o días de su lado.

Su rutina era la misma.

Con la diferencia que la Duquesa dejaba la fachada de mujer correcta, lanzándole comentarios desdeñosos que su suegro trataba de retener, pero que no podía controlar.

Y más cuando se unía con Amelia.

Su copia.

La crueldad de esas dos damas no tenía comparación.

Su carácter hizo acto de presencia en todo ese tiempo.

Pues no se reprimiría por nada, pero era algo que ya la tenía harta.

Rebajarse a responderle las ofensas ya le causaba repulsión, y se acrecentaba cuando en más de una ocasión obtuvo unas palabras con Adler al ser descubierta, y ellas solo se demostraban como los angelitos que distaban de ser.

Y no lo culpaba, porque siempre le ponía de primera dándole el beneficio de la duda, pero el quedarse callada solo hacía que llevarlo al límite consiguiendo que el ambiente entre ellos se pusiera denso ante su mirada dolida, pues sabía que no estaba confiando en él.

Las noches eran su único consuelo.

Alivianando la desazón de su pecho.

El hombre que le regalo la vida con sus caricias, y frases tiernas le daba esa calidez que tanto regocijo le brindaba a su alma, ya que no podía estar por mucho tiempo disgustado con ella al ser su debilidad.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora