XLIV

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FREYA

La expectación ante lo desconocido, no se comparaba con el terror que percibía en todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo.

Se hallaba reviviendo lo ocurrido de cuando apenas era una niña.

En ese momento se sentía de aquella manera.

Tan débil, y de algún modo doblegada por fuerzas superiores que disfrutaban dañando al semejante.

Trató de mantenerse lo más serena que pudo, pero no ayudaba el hecho de tras haber intentado saltar del carruaje, la amordazaran y controlaran durmiéndola con algo que distinguió como láudano.

Algo bastante arriesgado, y poco ingenioso teniendo en cuenta su estado.

Pensándolo tras haber actuado.

Como siempre.

Pero, tenía que intentarlo pese a que tuvo que resignarse al no tener escapatoria.

No supo cuánto tiempo duró en la inconciencia, pero las penumbras no ayudaron demasiado cuando volvió en sí.

Le habían puesto algo en la cabeza para tapar su visión, y aunque luchó, las sogas que ataban sus brazos en la espalda no cedieron ni un poco.

Lo único que consiguió fueron laceraciones en sus muñecas, que hacían que la parte afectada escociera.

¿Si iban a matarle porque no terminaban con aquello?

¿Cuál era la gracia de tenerle en ese estado?

No quería un fin para su vida cuando sentía que apenas estaba iniciando, pero la realidad la abofeteaba y lo único que deseaba es que la pesadilla terminase para que su sueño de amor, ese que no había considerado hasta hace poco. En específico, cuando el rubio apareció en su existencia tornándolo todo tan posible, volviese a ser palpable.

Pues no estaba preparada para despedirlo, se negaba a aquello cuando apenas si conocía lo que era sentirse de verdad con vida.

...

Aun con los sentidos embotados distinguió que estaba en una superficie blanda, si es que así se le podía llamar al colchón duro que la sostenía.

Había llegado a su destino, y la tenían como en antaño.

En un lugar donde solo un catre era su única pertenencia.

Descubrió el mismo aroma a húmedo y putrefacción.

Tiritó a la vez que refrenaba un sollozo.

El pasado estaba tan latente.

Uno en donde ella era ultrajada salvándose de la peor de las canalladas.

No por ser tan solo una niña dejó atrás aquella pesadilla.

En ese momento había regresado a esos días.

Deseaba a su madre, los mimos de aquel hermano que le consentía hasta el más mínimo de los caprichos, y hasta añoraba la nula preocupación de su padre a la par de su rostro cargado de desprecio cuando por fin decidió hacer acto de presencia.

Todo era mejor que cualquier cosa.

Quería gritar, pero no tenía fuerzas para aquello.

Su estómago sonó dando por enterado que no había recibido la alimentación adecuada, en este caso nula.

No sabía hace cuanto estaba en aquel lugar, pero tenía la necesidad de un poco de agua.

La garganta la poseía seca, y si se dispusiese a hablar se infringiría daño.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora