XLVI

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FREYA

Un sudor frio le recorrió la espina dorsal.

No podía ser cierto.

¿Fue tan evidente?

Hasta una nana cantante mujer.

Claro que fuiste evidente.

Hubiese sido menos notorio que se lo gritaras en la cara.

Debió contenerse.

Ahora había revelado aquello que deseaba cubrir con su vida, pero como siempre por sus imprudencias lo echó todo a perder.

Por primera vez en su vida maldecía de verdad ser tan impulsiva.

Decidió no responderle, como si las palabras fuesen a desaparecer si no decía nada.

Respiró profundamente tratando de contenerse.

Así que, como si no la hubiese escuchado siguió con su tarea de adecentarse.

Se puso el camisón que le proporcionaron, percibiendo como se lo agradecía su cuerpo por darle aquel mimo.

Prosiguió con el corpiño, que seguramente le apretaría el abdomen, pero un jadeo lleno de negatividad le frenó al instante.

Volteó para mirar a la persona causante de aquel alboroto, y lo siguiente que observó fue como le arrebataba la prenda sin siquiera dejarle rechistar.

—¿Cómo te atrevas a infringirle ese daño a mi nieto? —entrecerró los ojos sin comprender, a la vez que se percataba como caminaba de un lado a otro ansiosa —. No permitiré que lo lastimes —aquellas palabras lo único que provocaron fue que riera sin una pizca de gracia, haciendo que esta frenara sus ímpetus, y se aproximara a su cuerpo para tomarle del brazo puesta en la tarea de zarandearle —¿Crees que su vida es un juego, chiquilla desvergonzada? —negó con incredulidad por su hipocresía.

—Le recuerdo que aquí, la única que puso en riesgo es usted imitación de dama respetable —soltó con desprecio, cansada que le echara la culpa de todo, cuando claramente estaba ensañada con su persona la muy desquiciada —. Así que, resérvese los reproches, si ahora pretende que le crea que la moral regresó a su cuerpo —de igual manera la iba a matar, así que no se mordería la lengua —. Porque aquí, la única que no tiene ni idea de que la vida de un ser humano es lo más valioso que habita en el mundo, es usted —se liberó con fiereza, sin importar que cada parte de su cuerpo doliese —. Y, por otra parte, no sé de dónde saca aquello de que será abuela, pe...

—Puede sonar absurdo, pero poseo la habilidad de reconocer cuando una dama esta de encargo —si no supiera de buena fuente y con pruebas que aquello si podía pasar, se le reiría en la cara por tamaña falacia —, y querida, tú esperas el fruto de ese amor malsano que tiene mi hijo por ti —eso ultimo lo dijo con repulsa.

Era más que predecible que le odiaba solo por existir.

No refutó aquello, porque su nana también tenía la misma cualidad.

Había presenciado en innumerables ocasiones como le daba sus presagios a las mujeres que trabajaban en casa de Alex.

Cosa que le entretenía, y causaba gracia.

Muchas veces se sentaba en la cocina con Agnes, y le preguntaba que percibía.

Esta con un deje de fastidio le respondida todas sus curiosidades, hasta que con su mirada mordaz le mandaba al otro extremo del castillo a hacer algún tipo de actividad.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora