XIV

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FREYA

Lord Alexandre Allard, observó con hastió y resignación las puertas que se alzaban con brocados de oro, y el escudo perteneciente al ducado de Beaufort, sin enterarse de que a su lado la persona que colgaba de su brazo se sentía igual de abrumada que su persona.

Añadiéndole la molestia, que se combinaba con los nervios. Haciéndola una mezcla perjudicial, que en cualquier momento de la noche detonaría con lo primero negativo que escuchara de su persona.

Porque Freya Allard, sabía que, si daba ese paso, las cosas se volverían más serias de lo que de por sí ya eran, y por consiguiente casi imposibles de disolver sin un escándalo de por medio.

Que poco le interesaba, pero que se volvía angustiante cuando involucraba al rubio que venía de años de habladurías por el abandono, que se juntó con el engaño de su amigo.

Adler era un buen hombre, y de alguna manera si eso se salía de control ella abandonaría el barco. Dejándolo desolado, pese a haberle hecho la advertencia inicial, y no quería dañarle nuevamente, pero eso era lo que iba a pasar irremediablemente.

Pues las advertencias no eran un aliciente suficiente para que impidiera lo inevitable.

Al principio consideró adjudicarse el título de casamentera, pero recapacitó cuando captó que se hundirían al parecer que lo despreciaba poniéndolo en el peor de los lugares. Después de un tiempo, no le pareció si quiera que el buscara alguna, porque a todas las miraba con ojo crítico y no se lo merecían. Y, por último, apareció o el puso en la ecuación a Lady Smith, y todo quedó reducido en malas caras y enumeración de puntos negativos cuando aquella aparecía en su campo de visión, o en alguna conversación.

Todo en pro de su bienestar.

En todo caso, por cualquier punto que se mire, si no tenían tacto quedarían en ridículo.

Y por Lady Smith no lo pensaba soportar.

—Freya, si deseas nos podemos regresar —su hermano la sacó de sus pensamientos, haciendo que mirase aquellos ojos azules, idénticos a los de su madre, que la observaban con suplica.

—Me encantaría decirte que sí, pero correr hoy no puede pasar por nuestros pensamientos —era cierto, aunque también lo hacía para vengarse.

Eso le pasaba por ponerla en ese aprieto al quedarse callado.

—Lo veo y no lo creo —trató de sonar divertido, pero el tinte amargo de su voz lo delató.

Estaba pasando días malos.

El pasado no lo abandonaba, cosa que justificaba porque ni a ella la dejaba tranquila.

» ¿Cuándo dejaste de ser la enana fugitiva a convertirte en el duende daña vidas? —su ocurrencia se sacó una carcajada genuina, que le destensó el cuerpo.

—En el momento en que me percaté de que mi hermano le huía a una mujer, que a todas luces no es más que una damita refinada sin demasiada fuerza —ahora fue el turno de reír a Alex sabiendo perfectamente que no le daría ninguna explicación al respecto.

Cuando se trataba de Luisa, nunca lo hacía.

» Ni que fuera tu peor pesadilla —dejó de carcajearse tensando la mandíbula.

—Lo es —se apresuró a decir, logrando que lo mirase sorprendida, deteniendo su andar para indagar.

—¿Qué te hizo? —la última vez que había presenciado un encuentro acalorado entre ellos, la calmada y siempre correcta Lady Luisa de Borja se había gritado con él en medio de todo el salón su desprecio, dejando a los presentes de una pieza.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora