XLVII

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FREYA

Por la fuerza del estallido del artefacto su cuerpo retrocedió.

Perdió la estabilidad, y soltando el artilugio uso sus manos como escudo paro no golpearse de lleno.

Por inercia se hizo un ovillo en el suelo.

Puso las rodillas a la altura de sus pechos, y como pudo se abrazó.

Las pequeñas explosiones no dejaban de resonar, pero esta vez a las afueras de aquel lugar.

Si estaba herida, no lo sabía con exactitud.

Lo único que le importaba era protegerse.

No dejar que dañaran a su bebé.

Salió de su estado, en el momento que sintió un fuerte tirón en su melena azabache que la hizo erguirse sin ningún tipo de consideración.

Arrancándole sollozos.

—Quise ser condescendiente con su persona —se percató del que la sostenía era precisamente el mismo hombre que le raptó.

El lacayo del monstruo, que en esos momentos miraba todo con aburrimiento, pese a que sonaba cansado y hasta molesto.

» Proponerle un trato factible para preservar la vida del ser que viene en camino —su rostro palideció, pero no se permitió desmayarse porque seguía sostenida por el cabello —. Que me haga el desentendido, no quiere decir que no sepa todo sobre usted —aclaró haciéndole tragar grueso —, pero lo único que ha logrado es acabar con mi nula paciencia, y siendo sincero con usted, me sirve más muerta que viva —la naturalidad con la que habló del tema la estremeció.

Ante sus ojos su vida no valía un chelín.

—¡No! —escuchó de algún lado como alguien negaba ese destino —. Déjela vivir, haga conmigo lo que desee, pero por lo quemas quiera no le arrebate la vida a mi nieto —giró la cabeza para observarle.

Sin importar el dolor punzante.

Ubicándola cundo se erguía para separarse del cuerpo de su hija.

Se veía lleno de sangre, y sin ningún tipo de movimiento.

El vestido de la rubia madura, a la par de sus manos manchadas por el mismo.

Le había matado.

Todo a su alrededor cobró sentido.

Le dio vueltas el mundo.

Su cuerpo se puso laxo, pero la sostuvo el moreno que ahora le tomaba por la cintura con fuerza.

Negó fervientemente con lágrimas en los ojos.

Ella no quería acabar con un alma.

Se defendió, le doy prioridad a su vida.

Amelia podría ser lo que fuere, pero en ningún momento se le cruzó por la cabeza que detonaría un arma en contra de ella.

—Para su tranquilidad Lady Somerset, usted no fue la que le dio fin a su existencia —nuevamente habló el enmascarado —. El arma detonó, pero mientras usted estaba en el suelo, al no atinar a más que el techo, Froilán hizo el trabajo sucio por usted —señaló a su captor —. Le debe la vida.

—¿Cómo pudo? —le reprochó presa del pánico, el dolor, la rabia.

De tanto, que no sabía cómo afrontarlo.

Hablaba de la vida de un ser humano, como si fuese menos que nada.

—Al parecer el agradecimiento no está en sus costumbres —chasqueó la lengua con una diversión oscura.

PROTEGIENDO EL CORAZÓN (LADY SINVERGÜENZA) © || Saga S.L || Amor real IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora