1. Tap! Tap!

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Camilo Madrigal puede contar como pasó exactamente. Después de todo, los primeros encuentros siempre son los más memorables.

Él estaba llorando en esa ocasión. Ya ni siquiera era una novedad que lo hiciera; pues desde hace mucho, sus días empezaron a consistir en pretender que era el extrovertido ante los ojos de la familia y del pueblo. Pero, llegada la noche, se volvía débil en cuanto ponía un pie dentro de su habitación.

Tal y como los demás, cargaba con el peso de su familia y su don.

«¿Soy suficiente?» «¿Qué tengo que hacer?» «¿Quién soy?»

Mismas preguntas, siempre repitiéndose en su cabeza una y otra vez, causando que el llanto se desbordara de sus ojos.

No era nada nuevo. Absolutamente todos en la familia sufrían en silencio por lo mismo, o de plano, otros ni siquiera eran conscientes y simplemente lo aceptaban e ignoraban, como Isabela o Mirabel. Pero a él, a tan corta edad, le estaba matando lentamente con el pasar de los días que se dedicaba a estar en su cama abrazándose a sí mismo para contener la tristeza de lo solitario y angustiado que se sentía al no saber qué hacer para lograr que todos estuviesen felices y mantuvieran la imagen que tenían de él.

Para finalizar sus dramáticas noches, su método para calmar el llanto era dejar de pensar en los problemas, y en cambio, recordar las cosas por las que tendría que estar agradecido, como por ejemplo: Que por lo menos él sí había recibido un don, su familia y el pueblo lo amaban, y estaba vivo—Sí es que eso valía algo—.

Pensar en eso lo hacía poder dormir en paz, pero en esa ocasión, mientras entrecerraba los ojos dispuesto a dormir, lo escuchó por primera vez.

Tap-tap.

Dos golpeteos contra un cristal se escucharon y la tristeza se convirtió en una confusión que lo puso inmediatamente en alerta. Se repitieron de nuevo mientras buscaba en todas direcciones con la vista a oscuras; eran claros, precisos, y audiblemente provenientes de entre la docena de espejos que tenía alrededor de su habitación.

Cuando creyó encontrar el origen, el sonido se repetía y parecía cambiar una y otra vez de lugar hasta detenerse en el espejo frente a él, y entonces, finalmente lo vio.

Su tío Bruno; su cabello negro y largo acompañado de diversas canas. Ojos verdes y un intento de expresión amistosa.

No creyó que fuese real hasta que lo escuchó hablar.

—¿Me vas a dejar entrar?

Camilo se paralizó del miedo y se aferró a las sábanas debajo de él.

Lo vio colocar ambas manos sobre el cristal, esperando por su respuesta. El chico tragó duro y trató de convencerse a sí mismo que esto era una pesadilla. Bruno se había ido hace mucho tiempo, y no tenía razones para volver. Y, de ser así, entonces no tendría porqué acercharlo a él. Jamás hizo nada que no fuese contarle a la gente lo terrorífico que era.

Esto sólo era una pesadilla bien vivida. En su lógica, sí cerraba los ojos muy fuerte mientras tenía una experiencia igual de intensa, entonces despertaría por el susto y se daría cuenta que seguramente había amanecido y él estaba fuera de la cama sobre el suelo.

Así que, el mejor plan que se le ocurrió fue asentir para darle el a su petición al mismo tiempo que puso a prueba lo que creía.

No funcionó.

Al volver a abrir los ojos, seguía sobre su cama en total oscuridad. Pero, por lo menos, Bruno ya no estaba en el espejo frente a él.

Estaba a su lado en la cama.

IN MY ROOM; «Brumilo»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora