Prefacio

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Valkiria sintió los brillantes rayos del día tratando de colarse por sus párpados mediante un destello molesto. Apretó los ojos y arrugó la nariz, se quejó un par de veces y se cubrió la cara mientras se sentaba. Había estado acostada sobre nieve fría y lo único que veía eran kilómetros y kilómetros de montañas. Parpadeó un par de veces mientras se acostumbraba a la imponente vista. Le resultaba preciosa y le quitaba el aliento, pero también la hacía sentir sumamente intrigada.

Un destello peculiar entre las rocas llamó su atención y gateó hasta él curiosa. Removió la nieve y descubrió un mango plateado coronado con una joya guinda. Al jalarlo, liberó una pesada espada de metal. La mujer admiró como se veía bajo los rayos del sol; su inmensa majestuosidad. Se la acomodó tras la armadura de un movimiento.

Empezó a caminar siguiendo el rumbo que le dictaba su propio instinto, bajo el brillo del sol aunque no bajo su calor. Un frío agresivo residía permanentemente en ese lugar.

Tras alejarse algunos metros, escuchó un relincho y se detuvo. Subió la mirada y escudriñó todo a su alrededor en busca del emisor de ese sonido, pero tuvo que esperar a que se repitiera para poder localizarlo.

Escaló las rocas y llegó hasta el magnífico corcel blanco que la esperaba. Ella lo saludó y le acarició el cuello, las mejillas y la espalda, notó que sobre esos hombros; a ambos lados de la columna le salían una especie de alas con plumas tan suaves como la propia crin.

Miró al horizonte por un momento y al solo ver más montañas, se giró al animal como en busca de respuesta; esperando que este supiera a dónde ir. Pero este solamente avanzó de la misma manera que ella, siguiendo su instinto, y ella lo siguió confiando ciegamente en él.

Llegaron finalmente a un pueblo al pie de las montañas y pararon un momento para admirarlo desde lejos. Notó el movimiento y el barullo, las características físicas de las personas del lugar y cuáles parecían ser sus rutinas. Vio a un herrero golpeando un objeto como el que traía ella en la espalda provocando un sonido metálico que escuchó por primera vez, vio también a una madre que en uno de sus brazos cargaba a su bebé y en el otro la canasta de alimentos que había adquirido en el mercado, así como a unos jóvenes bebiendo hidromiel desde unos cascos mientras se reían.

Ella sonrió, cobijada por el calor de la cotidianidad y cabalgó un par de metros hacia el centro de ese pueblo. Consideró que su futuro estaría ahí y haría su vida como uno más de ellos. Se bajó y guió a su corcel por el lugar, decidiendo dónde instalarse y qué oficio le gustaría tener. Hasta qué pasó junto a la entrada de un jardín de niños que salían de sus clases y varios de ellos corrieron a través de ella persiguiéndose. Ni siquiera repararon en su presencia.

La estupefacción fue tal que hizo retroceder a Freyja, quien se llevó una mano al abdomen y la otra a su corcel como soporte, resintiendo el eco de la sensación de un golpe en el sitio. Escuchó la voz de la maestra que llamaba a los chiquillos como un eco muy lejano.

Se alejó apresuradamente de ese pueblo, aún con Pegaso siguiéndole la pista, tremendamente confundida y asustada. Se abrazaba los brazos y miraba a todos lados con esperanza, pero a la vez con miedo. Cabalgó lo que se sintió como una eternidad, perdiéndose cada vez más en las montañas nevadas que parecían susurrarle al oído sus temores.

Hasta que una noche escuchó los poderosos cantos de batalla Vikingos a lo lejos que parecían dirigirse hacia la enorme luna azul. Extrañamente cautivada por el astro, no pudo despegar sus ojos de él.

Y entonces fue cuando los escuchó, el relincho de otros corceles que surcaban el viento en esa dirección, cada vez en un grupo más grande. Freyja y pegaso observaron como uno de esos corceles y su jinete, una mujer con su armadura, los sobrevolaba y cruzaba las montañas con dirección al mar. Supieron entonces hacia dónde debían de ir. Y Freyja se subió a su corcel.

Esa fue la vez que el hombre en la Luna habló con Freyja Berge, revelándole una misión extraordinaria y heroica que aceptó con valentía y humildad. Lo que olvidó decirle fue que eso no duraría por siempre y qué sería de ella después de la venida de los católicos.

¿Por qué seguía aquí?

Valkiria | Jack Frost ;; Rise of The GuardiansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora