𝒞𝒶𝓅𝒾𝓉𝓊𝓁ℴ ℴ𝓃𝒸ℯ | 𝒞ℴ𝓃𝒸𝒾ℯ𝓃𝒸𝒾𝒶 𝓎 𝓇ℯ𝓂ℴ𝓇𝒹𝒾𝓂𝒾ℯ𝓃𝓉ℴ

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La sombrilla se balanceaba duramente con cada trote de sus pies en el pavimento y con su otra mano sostenía su sombrero contra su cabeza

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La sombrilla se balanceaba duramente con cada trote de sus pies en el pavimento y con su otra mano sostenía su sombrero contra su cabeza. Detrás de ella la seguía su doncella, quien por segunda ocasión, se esforzaba por no perderla de vista, y era algo difícil de lograr, a pesar que el destino a él que quería llegar era a la casa Bridgerton.

Elizabeth llegó a la entrada de la casa y tocó la puerta fuertemente, lo suficientemente para la escuchará hasta la escalera. En cuando el mayordomo abrió la puerta, no pareció que no había más que decir.

—La esta esperando en el jardín, señorita Relish.

Elizabeth sonrió, asintió y entro a la casa.

En el jardín, ahora iluminado por la luz del medio día, vio a Daphne sentada en la mesilla. Su postura recta, rostro estoico, pero mirada perdida, se dio cuánta que, lo que uniera pasado esa mañana, cambio la vida de Daphne.

—No te quedaste sin pretendiente ¿Cierto? —comenzó al sentarse frente a ella, recibiendo la mirada de su amiga—. Porque no llego ninguna nociva de un funeral.

Daphne apretó los labios.

—De hecho, si, es práctico decir que me quedé sin pretendiente —Elizabeth abrió los ojos y la boca—. Porque ahora es mi prometido.

El silencio se asiento entre las dos. Daphne observaba, esperando la reacción de su amiga, pero Elizabeth no decía nada, sin embargo, su rostro hablaba por ella. Sus ojos parpadeaban, procesando la información, inhaló una bocanada de aire, para tener aliento para hablar, pero las palabras no aparecían, al menos no palabras coherentes.

—Boda.

—Boda —asintió Daphne, intentado sonar segura.

—Simon y tú.

—Así es, me casare con el Duque —esta vez, su voz tembló al final.

Elizabeth, en ese segundo, como si fuera un golpe, terminó de procesar la noticia y soltó un gritillo ahogado.

—Pero ¡Daph! ¿Cómo, qué sucedió?

El los siguientes minutos, Elizabeth escucho el orden de los acontecimientos. Daphne logro llegar a tiempo, evitando una tragedia segura y convenció a Simón de casarse, arreglado, o cubriendo, los problemas que hayan tenido anteriormente. Después le contó lo que había originado el duelo, lo que había sucedido en el baile. Escuchaba, mirando los gestos de la pelirroja. Algo estaba pasando, que rostro estaba tapando. Ignoro sus propias preguntas y escuchó.

—Ya hablé con mamá, Anthony a duras penas acepto el compromiso, pero sabe que es lo mejor para la situación, así que está organizando una audiencia con el clérigo para solicitar un permiso especial. Con suerte la boda será en una semana.

—Daph…

—Tu seras mi Dama de honor y necesito que me acompañes a la toma de medidas, es importante que…

—Daph.

Ninguna pudo decir más. Elizabeth notaba en Daphne un remolino de sentimiento e inseguridades. Hablaba rápido, claro, pero de una forma absorta. Reconocía el sentimiento, a pesar que su propia forma de expresar inseguridad era diferente. Eran diferentes, pero el sentimiento era el mismo. Por ello, supo que en ese momento no necesitaba ser cuestionada, solo apoyada.

—Me siento honrada de ser tu dama de honor, y te apoyaré y acompañaré en cada decisión que tomes, sin importar cual sea.

Los hombros de Daphne se relajaron y las facciones de su rostro se destensó. Solo asintió, sonriéndole.

—Gracias.

Elizabeth sabía que, por el momento, Daphne solo necesitaba apoyo, no cuestionamiento.



Después de su charla, Daphne fue con su madre a reunirse con Lady Danbury y el Duque en el parque. Sabía que a los Bridgerton no les molestaba su presencia allí, pero de quedarse no haría nada más que mirar las paredes. No sabía si Colin estaba en casa, no le gustaba entrar en el piso privado sin un hermano acompañándola. Los niños debían de estar por ahí, pero no quería molestarlos en sus tareas. Así que se levantó de sillón y comenzó a acomodar si tocado y su chelina, cuando la puerta del salón se abrió, dejando entrar el barullo de unas voces. Primero vio entrar a su hermana y después de ella a Colin. ¿A dónde habrá ido?

—Sabia que seguirías aquí, Liz —alardeo Emmaline sonriente, resaltando las pecas en sus mejillas.

La rubia fue a tomar asiento en uno de los sillones del otro lado del salón, pero Colin se acercó hacia ella con una sonrisa.

—¿Ya te ibas, cielo? —El tono que uso en sus palabras, tan íntimamente cariños, y la mirada confundida, pero atenta, en sus ojos la hicieron avergonzarse, sonrojando sus mejillas. Normalmente solo usaba esos apodos cuando estaban solos.

—Daphne se fue con tu madre, y como no bajaste supuso que no estabas en casa, así que…

—¡Claro! Comprendo —su sonrisa dio la ilusión de hacerse más grande.

La tomo de la mano y la llevo a sentarse de nuevo.

—De hecho, tengo una razón —metió la mano de dentro de su saco y sacó un pequeño bolsillo azul atado con un blanco.

—Lo encargué hace unos días y hasta hoy en la mañana me notificaron que lo tenían listo, así que fui…

Mientras hablaba, Elizabeth no separaba las vista de sus manos. Observaba su temblor al abrir el bolsillo, y como, al voltearlo, un anillo plateado caía en su palma. Su corazón comenzó a saltar despavorido, y sus manos comenzó a temblar también. Por un momento, parecía un bebé tratando de hablar, solo balbuceaba, tratando de decir algo.

Colin tomo la argolla entre sus dedos, y lo alzó. La joya estaba ente ellos.

—No se si dedo proponértelo oficialmente ahora que lo tengo o si solo debo ponértelo, o talvez deba decir una palabras…

Elizabeth negó, interrumpiendo su cascada verbal.

—No, no… —rio nerviosa, sus ojos comenzaban a picar—. Tu, digo, si quieres puedes decir algo, pero no creo, en realidad es… —pasó la lengua por sus labios—. Es perfecto.

Colin sonrió, pasando saliva. Por suerte, su temblor ya no estaba presente cuando tomó su mano cubierta por el guante de encaje. Con agilidad que causo un revuelo en el estómago de Elizabeth, saco el guante de un tirón maestro. Ambos observaron como el anillo se acoplaba en el anillo anular de la joven. Se ajustaba perfectamente, sin apretujones ni espacio, era a su media. Ambos, al mismo tiempo, tomaron una bocanada de aire, porque habían dejado de respirar. Colin acarició con ambas manos la piel desnuda de la mano de Elizabeth, desde su muñeca hasta sus nudillos. Gesto tan íntimo y puro.

—Es perfecto —susurró, Elizabeth.

En un segundo, ambos comenzaron a imaginarse en el altar. Colin visualizaba, con un nudo de emoción en sus estómago, a Elizabeth caminando por el pasillo de la iglesia, con sus mejillas rojas y sus labios sonriendo. Y Elizabeth se imaginaba a ella misma frente a Colin, con el ramo entre sus manos y el velo sobre sus ojos, frente al sacerdote y todas sus seres queridos; sus padres, sus hermanos, los Bridgerton. Aquellas imágenes se juntaban, unida, pues en ese momento, cualquier otro sueño o meta había perdido la batallas de importancia, porque en ese momento llegar a ese momento importaba más que cualquier viaje.

Sin embargo, hubo algo en la mente de Elizabeth que no sucedió en el de Colin. Su imaginación y su conciencia jugaron en su contra y la llevaron a Daphne, de pie a un lado de ella. La realidad comenzaba a invadirla. No sabía que consecuencias habría anunciaban su boda, los rumores viajarían, comparaciones entre las fechas. Nada evitaría que una saliera perjudicará.

—Colin —apenas pronunció su nombre, la mirada de Colin cambio, preocupado ante los sentimientos que estaban reflejando los ojos de Elizabeth—. No se si debamos anunciar nuestro compromiso, por lo menos no ahora.

Era inefable que aquella palabras, en primera instancia, causaron un gran pesar en ambos.

—La situación de Daphne es delicada, no estamos seguros de las consecuencias que dos bodas, de familias como las nuestras, causen en nuestra reputación —apretó los labios, nerviosa.

—Hey, tranquila, respira —acarició su mejilla, mirando su rostro con atención. Automáticamente, los pensamientos dentro de su cabeza se detuvieron, un efecto que solo la voz de Colin tenía el poder de hacerlo—. Explícame, hermosa

—Desde que cumplimos cierta edad y comenzaron a observar a las futuras debutantes, Daphne y yo hicimos a hacer oídos sordos ante los rumores y las opiniones que nos rivalizaban. No dejamos que eso nos afectara. Pero ahora es diferente, más permanente —levanto la mirada, mirando a su prometido con preocupación—. Si lo anunciamos en la misma temporada ¿Quién crees que será la más perjudicada? ¿Daphne o yo? Comenzaran a decir que una se adelantó a la otra, de darán cuenta de la diferencia de tiempo, empezaran loa rumores sobre Daphne, rumores descabellados, pero perjudicantes.

Colin frunció las cejas. No era difícil de adivinar. La sociedad se convertía en juzgados y adivinos cuando se lo proponían. Se preocupaba por el futuro de su hermana, seguía siendo su hermana menor, y no solo se trataba de ella, los efectos llegarían hasta su familia.

Elizabeth continuo, al notar que algo pasaba por la mirada de Colin.

—Y Cressida, esa alimaña se aprovechará para tener atención y soltara lo que vio.

Su voz, aquella que amaba escuchar reír, que disfrutaba oír cada curiosidad suya por mundo, estaba temblando. Sus ojos, aquellos que se enchinaban cuando sonríe, observaban sus manos jugar con el encaje de la falda. La determinación no tardó en aparecer en los ojos de Colin, aunque dentro de suyo sus deseos más egoístas quisieran callarlo.

—Amor, despreocúpate —alzó su mano, tomando su rostro por la mejilla y con lentitud y cuidado la hizo mirarlo—. Si prefieres esperar un poco más, esperaremos un poco más.

Pasó su brazo por los hombros de la joven y la acercó. Elizabeth recargó su frente en su cuello, disfrutando de aquel aroma embriagador de su prometido.

—Lamentó que tengas que esperar más, cielo.

—El tiempo no importa mientras sigas escogiéndome para estar a tu lado. Es lo único que deseo.



La noche había cubrido Londres y las velas alumbraban cada hogar en Grosvenor Square. En la hora en la que cada habitante se preparaba para dormir, Marina Thomson hacia su rutina nocturna, colocando en sus manos un producto humectante con cuidado. Era uno de los pocos momentos en los que se libraba del estrés y de la familia anfitriona, cuya matriarca parecía empujarla a un futuro infeliz.

Detrás de ella, escucho la puerta abrirse. Posiblemente era Penélope, quien había adquirido la manía de visitarla a esas hora del día. La pequeña joven era una única miembro de la familia que le era tolerable, a pesar del odioso sentimiento de pena y simpatía que usaba en su voz cada ve que hablaban. Sin embargo, al levantar la mirada, a través de espejo de encontró a la señora de la casa.

—Invité a Lord Rutledge a cenar con nosotros el sábado —su anuncio pintado de desinterés llegó a sus oídos, causando que su estómago diera un vuelco de náuseas con tan solo escuchar ese asqueroso nombre— Tienes hasta entonces para armarte del entusiasmo adecuado para su propuesta.

La amargura llenó su pecho y salió por su garganta.

—Aunque tuviera hasta el Juicio Final, no lograría sonreír a ese horrendo destino.

Su posición con cambio. Espera esa reacción de su parte.

—A pesar de los obstáculos —alzo la manos, para implorar su cordura—, pude encontrar a un hombre que pasará por alto tu estado actual y te brindará seguridad. Deberías estarme colmando de gratitud, pero te limitas a quedarte aquí a quejarte —pero no hubo efecto. Marina recargo sus codos en el tocador y entrelazo las manos, dedicándole una mirada firme, impasible— ¿Es por el Sr. Bridgerton?

Marina se giró, sosteniéndose del respaldo.

—Le gusto. Se que me pedirá la mano.

Tales palabras perdían sentido de su significado, cuando fueron dichas con aquel tono de voz instante y mirada impasible, sin un gramo de ilusión.

—El chico es muy joven. Tiene dos hermanos mayores aún solteros. Será mejor que olvides esa idea tonta o te encerraré aquí hasta el día de tu boda con Rutledge.

La voz suave de Marina la detuvo, cuando estaba dando un paso atrás para irse. La joven se levantó de su asiento y se acercaba a ella, con las manos tomadas sobre su estomago.

—Espere, Lady Featherington. Tiene razón —suavizó su voz y adquirió un tilde condescendiente— Ha sido amable conmigo. Me gustaría corresponder a esa amabilidad —levanto las cejas, con mirada sugerente—. Si me casara con el Señor Bridgerton, usted forjaría lazos con una familia que, por lo que entiendo, es muy poderosa ¿No sería bueno para sus hijas? —Lady Featherington desvío sus ojos, imaginando lo lejos que podría llegar. Sin embargo, aquella idea era tan imposible de lograr como de convertirse en reina. Se dio la vuelta, demostrando su pensamiento. Marina volvió a insistir con más ímpetu— Deme hasta el sábado. Si para entonces no consigo una propuesta del Sr. Bridgerton, aceptaré a lord Rutledge con una sonrisa en los labios.

La mujer negó. La idea era cada vez más tentadora, pero continuaba siendo imposible.

—Querida, estas a seis meses de la maternidad, siete con mucha suerte. Incluso si ocurriera un milagro y Colin Bridgerton dejara de seguir a la niña de los Relish, tardarían semanas en casarse.

Marina bajo la mirada, pero en su rostro, en su voz, denotaba aquella idea mezquina que se había alojado en su mente.

—Eso sí esperamos hasta la noche de bodas para consumar la unión —volvió a mirarla, dejando a relucir el brote de una sonrisa.

Lady Featherington abrió la boca. Habían llegado al destino de la intención. Por único momento, las dos mujeres estaban en la misma página.

—¿Lo seducirás? —dijo, ahora con un tono más impresionado.

De esa forma, esa faramalla se había convertido en algo posible.

Dentro de sus cabezas visualizaban el modo de amarrar al muchacho. Joven inocente, pero de familia de honor, principios usables a su favor. Por ello, no escucharon que, minutos antes, unos pasos se habían detenido detrás de la puerta.

Lo había escuchado todo.

Aquella joven pelirroja, de corazón valiente, sensible y leal, estaba escuchando su mayor temor. Penélope había sido una de las tantas muchachas que fue víctima del efecto del encanto Bridgerton. Ahora, de aquel enamoramiento había quedado casi nada, solo perduraba el suficiente cariño para sentir remordimiento. Colin y Elizabeth siembre fueron amables con ella, y sus respectivas familias la recibían con aprecio, a pesar de la incómoda actitud de su familia. Sentía que los estaba traicionando por tan solo ser oyente del egoísmo.

—Hare lo que deba hacer —escuchó a Marina, con suficiente disposición para preocuparse más.

—Muy bien. Tienes hasta el sábado.

Del amor al odio están a un paso ¿Lo han escuchado? Pues la perseverancia está a un paso de convertirse en egoísmo, y de este, a un distancia mucha más corta, esta la mezquindad.











¡Hola! ¿como están?

Lamento haberme perdido tanto tiempo, pero estos últimos tres meses han sido duros y absorbentes. Entre divorcios y problemas familiares no había tenido mente para continuar.
Hoy me sentí más enfocada y con la mente libre, así que termine el capítulo.

Si encuentran algún error de congruencia ortográfica les pido que me lo señalen, para corregirla lo más pronto posible.

No dejaré está historia, por más que me tarde, la amo y no deseo dejarlos a medias.

Espero que les haya gustado.

Atte: De Bridgerton

𝐃𝐫𝐞𝐬𝐬 •𝖢. 𝖡𝗋𝗂𝖽𝗀𝖾𝗋𝗍𝗈𝗇•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora