Capítulo 9: El comandante de azul

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Era raro que su padre lo visitará en sus aposentos, en especial desde que había sido bautizado y había demostrado que, al menos en destreza musical, era muy superior a todos los otros niños de la Soberanía

Un sirviente con una bandeja de té y tres tazas entró detrás de su padre, seguido de su tío Siegfried, el erudito de su padre.

"¿Puedo orar por...?"

"¡Ahórrate el saludo, Ferdinand! Siéntate" ordenó Zent en ese momento.


Se sentía incómodo y preocupado conforme acataba la indicación.

Su profesor de historia en turno salió despavorido junto al resto de su séquito en cuanto Zent les hizo un ademán para que salieran, dejándolo solo con los tres recién llegados.

Quería preguntar que había hecho, apretando sus puños sobre sus rodillas y mordiéndose la lengua conforme el sirviente les servía el té y su tío Siegfried hacia la prueba de veneno. Hasta entonces pudo beber un poco para mantener la paciencia.

"Hijo, pensé que eras más inteligente"


Le tomó todo su autocontrol no escupir el té en su boca.

Ferdinand respiró antes de pasar el líquido caliente, depositando la taza de diseños rojos en la mesa antes de mirar al frente.

"¿Puedo saber de qué modo te he fallado, padre?"


El Zent sonrió. No era esa sonrisa orgullosa que mostraba cuando Ferdinand superaba las expectativas de sus profesores en los estudios o cuando bailaba al ritmo que su padre le marcaba. Ésta era esa sonrisa horripilante que ponía cada vez que el tema era alguna «flor». Esto tenía que ver con Camille.

"Te estás encariñando demasiado de tu flor, Ferdinand".

"¿De esa niña? ¡Ridículo!"


Se cruzó de brazos, dejando ver una parte de su fastidio antes de mirar a Siegfried, quien sostenía algo en sus manos mientras hacía comentarios al Zent sin que Ferdinand pudiera escucharlo. Su padre torció la boca, insatisfecho, sin dejar de mirarlo.

"Te has divertido molestándola, escuchando las historias que prepara para ti y desdeñando su comida a pesar de que en realidad la disfrutas" dijo su padre con una sonrisa complacida.


Ferdinand se lamentó por ser tan obvio con lo de la comida.

"Y eso está muy bien. Tu flor parece saber cuál es su lugar, seguro se quitaría toda la ropa si se lo ordenaras"


Se sintió confundido ante eso último. ¿Por qué le haría una petición semejante a Camille? Seguro eso la haría odiarlo más de lo que ya lo hacía. Aún así, no dijo nada. Su padre quería que él escuchara y no a la inversa.

Padre, al menos quita esa sonrisa! me revuelve el estómago cada vez que la usas'.

"¡El problema es que no tienes idea de cómo utilizarla! Y eso es imperdonable"

'¿Utilizarla? Camille no es un objeto, ¡Es una persona dotada de creatividad y valor! Y sería la amiga perfecta si no supiera que vas a quitármela.' Pensó Ferdinand bebiendo un poco de té para disimular sus pensamientos.

"No entiendo cómo más utilizarla, padre. Dijiste que su función era ser bonita y entretenerme, creo que le estoy sacando bastante provecho".

"Ferdinand, ¡Eres tan joven!" se quejó su padre antes de guardar silencio y escuchar lo que fuera qué Siegfried le estaba comentando con el aparato antiescucha que ambos sostenían. "Siegfried dice que ni siquiera la has tocado como es debido".

La flor y el demonio: Libro 1: La Flor del Desierto BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora