Capítulo 1: Seleccionando una flor

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Lanzenave era un país extraño.

Un desierto junto al mar.

Su clima era extremoso y su vegetación escasa, al menos en la zona donde había nacido. Sabía que existían las cañas de azúcar debido a la cantidad de dulces que se creaban de manera constante en las cocinas del castillo, por lo que suponía que alguna parte del país era una jungla, sin embargo, no podía saberlo.

Desde mi nacimiento, nunca había tenido la oportunidad de salir de la sala de niñas, donde yo, un par de hermanas y varias primas estábamos alojadas.

La sala de niñas debía ser un lugar divertido, donde se nos daba de comer, se nos tomaban medidas para confeccionarnos ropa cómoda y fresca a medida que crecíamos, también había juguetes y se nos impartían clases acordes a nuestra edad. ¿El problema? tenía recuerdos de haber vivido hasta la edad adulta en un mundo diferente, por lo que 'era demasiado inteligente para mi edad'. Con cinco años ya era capaz de leer de corrido y escribir de manera correcta, aunque en esto tardaba más que mis hermanas y primas mayores. También era buena con los números y haciendo cuentas, de modo que, lo deseara o no, sobresalía.

"¿Cómo están las flores del reino el día de hoy?"


Preguntó mi padre, el Rey Gervasio, quién había ido ese día acompañando a los médicos y sanadores. No pude evitar hacer cuentas, mi padre nos visitaba una o dos veces cada dos temporadas, en tanto los médicos nos hacían chequeos médicos cada mes y nunca, desde que tenía uso de razón, habían coincidido estas visitas.

"Estamos bien, honorable Rey" respondimos todas las niñas de la sala, cruzando nuestros brazos frente a nuestros pechos y arrodillándonos frente a él, en lo que era el saludo aqui.

"El día de hoy es un día especial" dijo el rey Gervasio luego de hacernos a todas un ademán para que nos pusiéramos de nuevo en pie. "Una de ustedes cruzará la puerta del mar en dos semanas para servir al Zent de Yurgensmith"


Mis hermanas y primas comenzaron a soltar murmullos emocionados, era como estar encerrada en una jaula con cotorras que hablan sin saber lo que dicen. No pude evitar fruncir el ceño, preguntándome porqué no había algún enviado de este otro reino para conocernos, ¿no era ese el protocolo por el cual la realeza solía seleccionar a sus consortes?

"Los médicos van a medirlas y a hacerles algunas pruebas bajo mi supervisión, aquella con las mejores calificaciones podrá viajar al otro lado y tendrá el honor de servir al Zent, si lo hacen bien, el Zent podría tomar como esposa a la afortunada flor que le enviemos. ¿No les gustaría ser la esposa del Zent?"


De nuevo el jolgorio, plagado de risitas tontas y miradas de ensoñación.

No, esto no me convencía para nada, ya era demasiado extraño que nos llamaran «flores» y no «princesas» como para que ahora seleccionaran a una para enviarla a «servir» a este monarca extranjero. ¿Cómo exactamente iban a «servir» a este Zent? ¿Qué tipo de servicio ameritaba ser seleccionada para casarse con él? ¿Porqué no había ningún enviado del otro lado de la puerta del mar para la selección?


Sentí la sangre escurrirse de mi rostro al imaginar el destino de la «afortunada» seleccionada para salir de la sala de niñas. De pronto mi pequeña jaula de oro ya no me parecía tan mala, aún si ya me había leído hasta la memorización la escasa colección de diez libros de cuentos que tenía a mi disposición.

"Padre" dije, acercándome a mi padre cuando las demás niñas fueron dócilmente a formarse para ser evaluadas por los tres médicos. "¿puedo quedarme contigo?"

La flor y el demonio: Libro 1: La Flor del Desierto BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora