Epílogo.

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Adrer.

4 de diciembre.

—Venga, va, entra ya.

Me mira con cara de cachorrito triste, pero no me da ninguna pena.

—Ay, chico, ríete un poco aunque sea.

—No me hace gracia alguna. —me cruzo de brazos. —¿Vas a entrar o estas hciendo el tonto?

—De verdad, esa pelirroja te tiene absuelto. —bromea Yendal. —Aunque, ¿a quién no? Será una zorra pero es preciosa.

Sonrío sin ganas.

—Venga, joder, que tengo que irme al Bazar. —insisto.

—¡Ay, vale!

El centro de rehabilitación de Estambul se cierne sobre nosotros y Yendal lo mira aterrada, aunque trate de ponerle humor a la situación.

—Venga, no tengo todo el día. Entra ya.

Ella me mira, sonriendo con ironía.

—No me metas prisa, Adrer. ¿No entiendes que esto es algo complicado para mí? —posa una mano sobre su pecho con fingido drama.

—Yendal, tengo que irme. —miro mi reloj, son las doce y debo estar allí a y media. —Hassu está esperándome en el Bazar.

Bufa.

—Vale, dame unos segundos.

La clínica de rehabilitación de Estambul está enfrente de nosotros, Yendal lleva su maleta en la mano pero da vueltas antes de entrar. Yo espero que entre al lugar apoyado en el coche.

—¿Quieres que vaya contigo a hacer el registro?

Ella se gira mirándome con inocencia.

—Sería un placer, caballero.

Volteo los ojos y la tomo del brazo, entrando al edificio.

Andamos hasta la secretaría y toco el cristal con los nudillos.

—¿Hola? —llamo por alguien.

Una señora de gafas y mascando chicle como una vaca se asoma.

—¿Sí? —responde con sorna.

—Para registrarla. —señalo a la mujer a mi lado.

Ella asiente lentamente, tecleando con parsimonia hasta que alza la cabeza de nuevo para preguntarme:

—¿Nombre? —la miro esperando a que conteste, pero se distrae mirando la pulcritud del sitio.

—Yendal Kozlova. —contesto yo por ella.

—¿Edad?

—25 años.

—¿Motivo por el que está aquí? —cuestiona mientras teclea.

—Alcoholismo con antiguas estancias en rehabilitación.

Ella asiente mientras continúa con su tarea y miro a Yendal, que me sonríe.

—Listo. —señala unos asientos. —Puede esperar allí, señorita Kozlova. En unos minutos la llamo de nuevo y terminamos esto.

—Bien. —habla ella por fin y nos dirigimos a los asientos.

Ella se apontoca en uno, sin embargo, yo me acerco a ella agachándome apra quedar a su altura.

—Yo me tengo que ir, ¿vale? —le informo. —Vendré a visitarte con la niña. Tranquila, sé que todo estará bien.

HISTORIAS EN EL MAR MÁRMARA © ✓ [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora