IV

14 4 30
                                    

Las cosas con Scott se mantenían, distantes, por decirlo de algún modo. Habíamos llegado al acuerdo tácito de no decir nada en la oficina, trabajando como la competencia que éramos, nada más que una o dos palabras cordiales cuando era necesario. Además, Scott se había encerrado en su cubículo como un condenado a muerte, dispuesto a comprobarle a la señora Tan que podía hacer las cosas mejor que yo.

—Necesito un favor...—dijo Dean, entrando rápidamente en la oficina,

Llevaba dos semanas durmiendo en el apartamento de Scott, haciendo todo menos dormir cuando pasó eso. Alcé la vista, ignorando el fallo evidente que tenía mi código.

—¿Qué ocurre?

Jamás lo había visto titubear. En los meses que llevábamos conociéndonos, incluidos aquellos donde trabajábamos a distancia, Dean era uno de los hombres mas seguros que había conocido, siempre con una sonrisa confiada y una palabra sarcástica dispuesta a responder ante cualquier afrenta.

—Este...no sé como puedas tomarlo.

—Me estás asustando, Dean.

—¿Te gustaría venir a cenar a casa de mi madre?

Parpadeé varias veces, entendía las palabras pero no parecía procesarlas.

—¿Qué? ¡Espera! ¿Qué?

Dean se desplomó en el asiento frente a mi, como si un globo se hubiese desinflado dentro de él.

—¡Por favor, Ámbar! ¡Te pagaré si es necesario!

Negué vigorosamente con la cabeza, ruborizándome con solo pensarlo.

—¡Claro que no! A lo que me refiero es...¿por qué yo?

—Le prometí a mi madre que llevaría a la chica que estoy conociendo para que ella la conociera—casperreó.
—¿Conociendo?—abrí mucho los ojos—¿Te refieres a conocer de conocer?

—¡Perdón!—movió las manos desesperado—¡Me acorraló y no tenía nada más que decirle!

—¿Cómo que te acorraló?

Se ruborizó aún más que yo si eso era posible, viendo nerviosamente sus manos. Algo me decía que Dean tenía un secreto que no quería que nadie conociera, pero necesitaba que le cubrieran las espaldas.

—Me preguntó si había conocido a alguien especial y...no supe que hacer, así que le hablé de ti.

—¿Por qué?

—Porque eres especial—dijo como si fuera obvio.

—Me dijiste que no buscabas nada de mi en ese sentido.

—No lo hago, por eso he venido a pedirte un favor, ¡de amigos!—aclaró.

—¿Le dirás a tu madre?

—Eventualmente, pero ahora necesito que hagas esto por mí.

—Está bien—accedí—Pero quiero que me expliques porque.

Cerró la puerta, comenzando una explicación que hizo que frunciera el entrecejo. Entre muchas otras cosas, no esperaba aquello, pero no podía dejarlo sin ayuda. Era mi amigo y me necesitaba. Cuando terminó de hablar, lo abracé con fuerza.

—Gracias, Ámbar.

—Tienes que hablar con tu madre, ella te aceptará y entenderá—dije, intentando consolarlo—mientras juntas el valor para hacerlo, yo iré contigo.

Contento al escucharme, me besó las mejillas.

—¡Te prometo que lo haré!—dijo con alegría—Pasaré por ti el viernes a las siete, ¿está bien?

Ni Tan SolosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora