XXVI

5 3 3
                                    

Ámbar.

No podía seguir viviendo aquí. De hecho, no estaba segura si podía seguir viviendo en ningún lugar. Cuando escuchaba a la gente decir que habían momentos que te cambiaban completamente, no pensé que sería algo como esto. Salir del hospital había sido la parte más fácil, con la mano de Scott firmemente entrelazada con la mía.

—Estás a salvo...—susurró, besando mi frente.

Honestamente, no le creía. Si cerraba los ojos, volvía a ver a Lucas, sintiendo su respiración encima de mi cuerpo. No había llegado a hacer nada, pero las promesas de hacerme daño eran suficientes para perseguirme por el resto de mi vida.

—¿Te quedarás en casa de Scott?—preguntó Paula, en voz baja.

Habíamos llegado a nuestro apartamento compartido, donde volví a devolver todo el contenido de mi estómago al ver mi habitación: el maquillaje y la ropa aún estaba esparcido en ella, el computador abierto se había quedado sin batería. Todo estaba congelado, el tiempo se detuvo en el momento en que Lucas me había llevado a aquel apartamento.

—Lo siento... lo siento—murmuré en los brazos de mi amiga—No puedo quedarme aquí, no soy capaz de ver todo esto.

—Scott podrá cuidarte—me prometió—¿Quieres que me vaya con ustedes?

Negué rápidamente, me sentía demasiado culpable como para pedirle eso, aunque no me sentía segura con ningún hombre.

—Estaremos bien, mejor ayúdame a limpiar este lugar...no puedo seguir viéndolo así.

Entre Paula y yo logramos que la habitación se viera más o menos decente; había conseguido limpiarme las lágrimas para verme un poco más recompuesta. Cuando salimos, Scott me esperaba con los brazos abiertos.

—¿Lista para ir a casa, cachorrita?

Me estremecí al escuchar eso, Lucas me había repetido una y otra vez en el transcurso de las semanas que nos iríamos a casa, así que esa palabra ahora tenia un significado completamente diferente para mí.

—Vámonos ya, por favor—fue lo único que le dije a Scott.

Intentaba mantenerse en contacto conmigo, acariciando mi mejilla o tocando mi mano pero yo solo podía apretar los puños, viendo a la ventana. Me esforzaba por mantener la mirada en el paisaje neoyorquino, recordándome que había logrado salir de aquel infierno.

—¿Quieres comer algo, cachorrita?

—No tengo hambre, cariño—dije, cruzándome de brazos—pero gracias.

Al llegar al apartamento de Scott, me había dirigido al balcón, desesperada por respirar aire fresco. Mi novio aguantó poco más de cuatro horas sin acercarse a mi, lo escuchaba moverse en el interior, seguramente buscando algo que hacer.

—¿Segura que te sientes bien?—cuestionó, viendo su reloj—ya es pasada la media noche y no te has movido de aquí...

Sabía que él lo estaba intentando, sea lo que fuese que yo necesitaba, Scott parecía estar dispuesto a darlo, pero era yo la que no podía.

—Creo que lo que siempre he buscado son amistades reciprocas, amores recíprocos y duele darse cuenta que eso no funciona, que no es como en las novelas—para ese punto no sabía si estaba hablando con él o conmigo misma.

—¿Por qué no haría de funcionar conmigo?—preguntó, tomando con firmeza mi mentón para que yo lo viera a los ojos.

—No me hagas esto, Scott...—supliqué—No ahora. Sabes bien porque estoy aquí.

Ni Tan SolosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora