Capítulo 11

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Roseanne y Jennie caminaban por el supermercado. Roseanne se preocupaba de que Jennie no se tropiece con alguna cosa en los pasillos, lo cual podía suceder mucho más cuando la castaña estaba totalmente concentrada en mirar el papel que tenía en manos donde estaba anotado cada cosa que les faltaba en el apartamento.

—Vale, de acá necesitamos azúcar —dijo apuntando el pasillo donde estaban las bolsas de azúcar. Roseanne solo asintió tomando una bolsa de azúcar y la metió en el carrito de las compras. Siguieron caminando con tranquilidad, aunque Roseanne se sentía como si estuviera supervisando a una niña de que no se caiga.

—Jen, mira por dónde caminas —advirtió Roseanne. Se distrajo solo por las bolsas de sal, pensando si les faltaba en casa. Cuando volvió a mirar a Jennie, pudo ver cómo iba directo a tropezar con una caja, sin darse cuenta al andar leyendo la lista— ¡JEN! —antes de que la otra caiga, corrió rápido para sujetarla con sus brazos.

Jennie pestañó confundida.

—¿Qué? ¿Qué pasó? —ni cuenta se había dado que casi se caía de cara por su distracción.

La rubia solo suspiró y le sonrió dulce.

—Que tú, señorita distraída, casi te caes por andar mirando esa lista. Mejor dámela a mí y te voy diciendo lo que falta —la mayor asintió. Era mejor eso antes que caer de cara y golpearse en público.

Siguieron andando por los pasillos, tomando algunas cosas para dejarlas en el carrito. Al terminar y tener todo listo, se dirigieron a pagar todo lo que compraron, esperando en la fila tranquilamente.

Jennie... —llamó Roseanne mirando a la castaña con voz dulce y tierna. Jennie la miró y alzó una ceja.

La castaña suspiró.

—¿Qué quieres llevarte?

—¿Podemos llevar también chocolate, por favor? —había justo a un lado de la fila un mostrador con chocolates y dulces pequeños, tentándola.

—Con tal, la que va a pagar eres tú —Roseanne sonrió feliz, mientras Jennie rápidamente salía de la fila al ser ya el turno de ellas, esperando a que la cajera vaya pasando las cosas para irlas dejando en una bolsa.

—¡Gracias! —tomó emocionada algunos chocolates, luego cayendo en cuenta de lo que dijo la otra— ¿Cómo que voy a pagar yo?

—Buenos días —saludó amable la cajera, pasando la comida por la máquina que tenían la mayoría en los puestos— ¿Va a pagar con tarjeta o en efectivo?

Ya era tarde para quejarse. Solo pudo suspirar y asentir para sí misma.

—Con tarjeta —mientras hacía eso, Jennie sonriendo iba pasando todo a la bolsa de género de forma ordenada, para que todo quepa perfectamente.

—A nuestros hijos les hubiera gustado esto —escuchó a lo lejos unas voces muy conocidas, sintiendo escalofríos en su cuerpo. Miró a donde venía la voz, encontrándose con su madre y la mamá de Roseanne, quienes miraban una sección donde había muchas palomitas y justo al lado, en oferta, algunas mantas poliéster.

Sonrió nostálgica; Cada viernes por la noche, Roseanne y ella, antes de su segunda oportunidad, se dedicaban a ver películas juntas en la casa de la otra, con las mantas poliéster y una fuente de palomitas, que algunas veces caían al piso cuando empezaban a molestarse entre ellas, tirándose las palomitas a la cara. Así que, un día antes, y si ellas no podían, les pedían a sus madres que si podían pasar al supermercado para comprar palomitas.

Esas noches de viernes eran una completa locura.

"Hace mucho que no tenemos un viernes de palomitas" pensó, suspirando finalmente. A veces juraba que todo lo que pasaban era un sueño, un muy raro sueño, pero a los segundos se regañaba mentalmente diciendo que no era así, que esta era la realidad de ambas. También pensaba en cómo hacer que su madre se dé cuenta que su hijo menor estaba vivo, pero no cómo un hombre.

Antes de que se pusiera triste, volvió a concentrarse en ir acomodando lo que habían comprado en la bolsa de tela. No era momento para ponerse a recordar y pensar.

—Listo, ya pagué todo, pero la debes —dijo Roseanne una vez estuvo al lado de Jennie, tomando la bolsa cuando ya todo estaba dentro— ¿Todo bien, Jen? —preguntó preocupada al ver a la castaña en un trance, mirando un punto fijo de la bolsa.

La castaña salió de su trance y asintió rápido.

—Sí, todo bien. Vámonos —sonrió levemente, empezando a caminar hacia la salida.

Roseanne sin más la siguió, aunque aún un poco preocupada por la otra. De igual forma, ambas salieron del supermercado en silencio y calma.

Apretó fuerte los tirantes de la bolsa cuando escuchó cómo alguien tocaba la bocina de su auto impaciente por salir del tráfico. Solo cerró los ojos por unos segundos y respiró profundamente, volviendo a abrir los ojos una vez se hubiera calmado.

Miró a la castaña que estaba un poco más adelante suyo y pudo fijarse en un pequeño detalle; La pálida estaba estirando los dedos de su mano, cerrando y abriendo su mano, cómo si la hubiera hecho puño fuertemente. Además de eso, también estaba sobándose la palma delicadamente. Elevó su mirada cuando vio cómo se volteaba para mirarla serena.

—Ahora es mi turno de preguntar si estás bien —Roseanne asintió. Había algo, sabía que de algo no se estaba dando cuenta.

—Perfectamente, ya lo voy controlando —siguieron su camino, Jennie en silencio y tranquila, mientras que Roseanne intentaba mirar la palma de la mano de la castaña, cómo si hubiera algo allí. Pero poco lograba ya que Jennie había ocultado sus manos en sus bolsillos, apenas se le veía la muñeca.

Algo había, de eso podía estar segura, pero ¿el qué? No sabía exactamente que buscaba en la mano de Jennie, pero algo debía tener. Suspiró intentado olvidarlo. Quizás solo se estaba haciendo falsas ideas y estaba exagerando.

Ambas salieron de sus pensamientos cuando escucharon el ladrido de un perrito. Se miraron entre ellas y sin necesidad de decirse algo en palabras, empezaron a buscar con la mirada de donde provenía el ladrido.

De una cajita que estaba dada vuelta a un lado junto a un basurero fuera de un restaurante, un perrito blanco con caramelo iba saliendo. Era pequeñito y estaba delgado, no tendría más de tres meses.

Roseanne y Jennie se acercaron al perrito, siendo la castaña quien lo tomó en brazos y le acarició la cabecita. Ambas jóvenes se miraron expectantes, buscando una respuesta en la otra a una pregunta que ni ellas mismas sabían. Lo único claro era que no podían dejar ahí a ese pequeñito.    

¡𝑬𝒔𝒕𝒆 𝑵𝒐 𝑬𝒔 𝑴𝒊 𝑪𝒖𝒆𝒓𝒑𝒐! - 𝑪𝒉𝒂𝒆𝒏𝒏𝒊𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora