Miedo

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Nat:

—Nat, ¿ya vienes? Oli no quiere perderse ni un segundo de la película—grita desde la sala.

—¡Ya voy!—grito en el mismo tono mientras me mojo el rostro para despertar por completo, porque siento que después de anoche no he podido hacerlo.

Me miró en el espejo, las ojeras ahora son más evidentes y el deterioro de mi cabello aún más.

El rojizo se ha ido para situarse un color más opaco, sin vida y seco.

—Mami—la voz de Oli detrás de la cortina del baño me hacen voltear despacio y con la misma ansiedad que trato de matar.

Matar...

Tomo la orilla de la cortina de baño para recorrerla mientras el miedo se apodera de mi.

—¿Nat?—la voz de Wanda me detiene, pero todo vuelve a mi al escucharlo de nuevo.

—¿Mami, donde estás?—su dulzura se ha ido para la angustia apoderarse de él.

Quito la cortina de un golpe pero la ducha, como siempre, o no... Está vacía.

—¿Nat, estás bien?—Wanda ya no me observa, solo a la cortina.

—Si, lo siento, es que... Tengo miedo.

—¿Miedo?—no le da la importancia necesaria por como sonríe—Ven, Oli nos espera en la sala.

Toma mi mano y ya no me deja, me jala hasta bajar para sentarnos en la sala.

Su mano es cálida, tan cálida como la primera vez que la sostuve.

Oli me abraza mientras la película comienza.

Wanda toma a la pequeña Nat en sus brazos, aún dormida enredada entre la cobija rosa delgada.

—Mami—la voz de Oli y su mirada toman toda mi atención para dirigirla a él.

—¿Si, cariño?

Miedo...

El miedo me ahoga como si fuese agua al sentir como si ropa escurre.

Volteo para verla a mi lado, pero ella ya no está.

Estoy delirando...

Mis ojos vuelven a él, pero solo hay humedad sobre mis manos y el lugar vacío mientras la película de dinosaurios se reproduce en la tele.

—¿Wanda? ¿Oli?—la cobija rosa está sobre el sofá, sin que nadie envuelva—¿Nat?

Al mencionar su nombre el llanto comienza a escucharse piso arriba.

Mis pies, descalzos, entumecidos por el miedo y el frío por las ventanas abiertas me hacen tomar con esmero la cobija sobre mis manos.

El pasillo al subir las escaleras parece interminable, y el llanto de mi pequeña niña no cesa, sino aumenta a cada paso.

—¿Wanda? No me gusta jugar cuando yo no sé qué estoy en el juego—lo sabe.

Debería saberlo...

El llanto para y el juguete de Oli se enciende, lo sé porque lo escucho del otro lado de la puerta del baño.

Se dónde está... En la ducha, siempre en la ducha.

—¿Mami, ya vienes?—su voz traspasa la cortina al abrir la puerta del baño.

El miedo me abandona, ahí recorro la cortina para ver a Oli sentado en la bañera jugando con ese pato de colores, que hace ese sonido raro que hacen los patos.

—¿Donde está mami, cariño?— él saca su mano del agua y señala al lado mío.

Tengo miedo de voltear y que él desaparezca al enderezar me, pero aún lo hago. Volteo y ahí está, con la toalla en sus brazos para acercarse y sacar a Oli del agua.

—Lia vendrá por Nat mañana en la mañana.

—¿Lia?—le sonrió a nuestro pequeño al enredar sus piernas sobre la cintura de Wanda.

—Si, la niñera, ¿no la recuerdas? Tu la contrataste, Nat.

—¿Yo?—siento que no estoy en el mismo lugar que ellos.

—Si, cuando tomaste el trabajo de tiempo completo dijiste que necesitábamos un poco de ayuda, quizá solo uno o dos días a la semana ya que no querías perderte nada de los niños.

—Ya lo recuerdo—no lo hacía, pero trataba.

—¿Nat?

—¿Si?

—¿Donde esta, Oli?—me mira, angustiada, desesperada y confundida.

—En...—ahora lo recuerdo.

*Fin del sueño*

Su mano pasa de lado a lado y mis ojos van a ella.

Las ojeras en sus ojos son norias a pesar de que trato de ocultarlo con maquillaje, maquillaje que no necesita.

Su cabello lo lleva desordenado en un chongo que se ve sin vida.

¿Que sucede contigo, Natasha?—su voz ha cambiado, ya no es dulce mucho menos cálida.

Mi alrededor cambio, la casa colorida que era hace... Trato de recordar cuanto tiempo ha pasado, ya no es más.

Se ve apagada, gris y a veces levemente azul por la luz del exterior.

—¿Has dormido bien?—yo niego pero creo que eso no le importa en absoluto cuando tomo la hoja que resalta sobre la mesa.

—¿El divorcio?—ella asiente con timidez.

—Lamento el como terminamos, y se que no es el mejor momento pero...

—¿Por qué me pides el divorcio, Wanda?—quiero entenderla.

Entender lo que ha estado pasando aquí, conmigo, con, al parecer, nosotras.

—¿Donde, donde están los niños?—pregunto alejándome de ella para buscarlos pisos arriba.

Nuestra habitación, o la que solía serlo, tiene la cama tendida, como si nadie durmiese en ella hace semanas; los muebles llevan una capa delgada de polvo, como si nadie los ocupase.

—No hagas esto más difícil, Natasha—me reprende al salir de la habitación y tomar la perilla de la habitación de Oli—por favor—pide tomando mi mano.

Arrebato su agarre y abro la puerta, para que aquel silencio vacío, lleno de desesperanza, angustia y miedo, me golpeen como un camión que pasará, después, una y otra vez sobre mi.

—¡Maldición, ¿Que mierda pretendes, Natasha?!—me toma el rostro con enojo para que la mire de frente.

¿Por qué siento que no lo he hecho en mucho tiempo?

—¿Por qué están vacías?—pregunto con lo mismo que llevo arrastrando durante todos estos días, quizá meses, quizá...

—¿No lo recuerdas?

—¿Recordar que?—y la sensación de los recuerdos al pasar frente a mi como casette, me hace caer en cuenta de inmediato.

—Oli murió, Natasha...

Miedo, aquí sigues,
Se que no quieres irte.

Grietas © | [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora