Capítulo VII

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"—Boo

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"—Boo."

El príncipe se sobresaltó causándole gracia a su tío. Apoyando sus brazos sobre el colchón, miró al frente como el príncipe Aemond se recostaba en las barras de la cama con una expresión tranquila. Mientras la brisa de la mañana se colaba por el ventanal. Esa mañana, tenía el cabello recogido en una cola alta y el parche en su lugar. Llevaba una camisa blanca y holgada, con un chaleco negro desabotonado.

"—Dioses, Aemond." Exclamó, poniendo los ojos en blanco.

Él se burló. "—Sobrino no cabe duda que eres incapaz de herir un insecto. Eres fácil de asustar".

El príncipe se enderezó entre sus almohadas tomando la esquina de las sábanas blancas para cubrir su torso desnudo. El hombre observó todo con detalle. Lucerys suspiró como única respuesta.

"—¿Por que hiciste eso? Además, ¿que haces aquí? Es… temprano".

Él se encogió de hombros.

"—Es un horario normal para mí, la costumbre —Se limitó a responder—. Es hora del desayuno, perezoso".

El latido de su corazón golpeaba su pecho, seco y fuerte. Aemond caminó al centro de su habitación, donde se encontraba la mesa puesta, giró sobre sus talones observando que no se movía para nada; él enarco una ceja.

"—¿Que haces? —preguntó, observándolo—. No estoy aquí para ver tu cuerpo, así que deja de cubrirte. —Él se acercó a la mesa sentándose en su silla— Estoy aquí para desayunar, está fui una de tus ideas, ¿no?" Preguntó entrecerrando los ojos.

Con vergüenza, el príncipe se levantó dejando escapar un bostezo mientras se colocaba su camisa y tomaba asiento en la mesa.

"—Agregó que —comenzó, llamando su atención—, si quisiera ver tu cuerpo no pediría permiso para hacerlo. Tu cuerpo es mi derecho". Llevó la taza de té a sus labios con una sonrisa brillante en malicia.

Él apretó los dientes. "—¿Es realmente necesario asustarme?"

Aemond sonrió a medias. Sabía que se estaba controlando.

"—Encuentro divertido el molestarte. Hacer tus días más desagradables, Omega".

"—¿Me tomas como tú bufón?" Preguntó. Su único ojo se iluminó como respuesta. "—No hace falta que respondas".

"—No iba hacerlo de todas formas". Contestó con frialdad, tomó el libro que tenía en su regazo y comenzó a leerlo.

El joven observo el desayuno hambriento y aspiro el aroma. "—¿Que hay para desayunar?"

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