Capítulo XVIII

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El príncipe Lucerys se encontraba sentado en la mesa bebiendo del vino al lado de Cregan Stark

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El príncipe Lucerys se encontraba sentado en la mesa bebiendo del vino al lado de Cregan Stark. El hermano de su prometido hablaba acerca de los negocios y comercios en el Norte y, como Robb manejaba a recién ingresados a la manada, que era como una pequeña guía. Y ahora que pronto sería su esposo en un futuro, también llevaría los mismos asuntos que el Norteño.

Robb se encontraba a su lado hablando con su hermano menor, Rickary, mientras los demás miembros de la familia Targaryen esperaban la llegada del Rey a la cena.

El joven había notado la presencia de su tío en la cena, pero ninguno se atrevía a reconocer la presencia del otro. Aemond se había mantenido de pie en la cabecera de la mesa, donde en un momento tomaría lugar cuando el Rey apareciera, mientras charlaba con el príncipe Aegon.

"—No consiento tu actuar, hermano". Murmuró.

"—No tenía elección".

Él apretó los dientes.

"—¿Dejarás que se case con alguien que no ama?" Preguntó, haciéndolo reflexionar por un breve momento.

El ojo de Aemond se oscureció y en su rostro vacío se iluminó una expresión triste.

"—Era algo que debía pasar. Él ya no es mi derecho, Aegon".

Aegon negó y dio un largo tragó al vino dando un paso atrás y, Aemond cruzó los brazos hacía atrás, bajando la mirada. La danza había sido la pista de una caza. Y él era el maestro. Pero ahora había perdido su premio.

"—Era tu deber, ¿no? —preguntó con voz apagada—. ¿Para tenerlo tenías que hacer todo eso que hiciste? ¿Para que te lamentas ahora, cuando sabes que todo está perdido? ¿Por qué perdiste a tu esposo trofeo? Tu deber era amarlo por sobre todo y su deber era acompañarte y eventualmente tener herederos, Aemond". Aegon escupió, como si estuviera disgustado que él fuera su hermano.

"—¿De qué estás hablando? —gruñó—. Definitivamente el vino te ha afectado el cerebro. Yo no lo ví como un esposo trofeo, nunca lo he visto de esa forma. Necesitaba su consentimiento para marcarlo y no me lo dio, no podía hacer más".

Aegon había pasado por cosas peores y manejar el carácter de su hermano no era un problema.

"—La obra divina de los Dioses. Eres imbecil, Aemond". Agarró su muñeca izquierda, ejerciendo presión sobre su pálida piel. "—¿Que harás ahora, verlo feliz con alguien más? Su nombre está grabado en tu piel, hermanito".

Aemond apartó su mano, observando que nadie estuviera prestándoles atención y a su pequeña rebelión de hermanos.

"—Mi decisión fue tomada. Así que sí".

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