Capítulo II

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Está oscuro

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Está oscuro...

Gritos.

Ayúdalos...

Golpes...

No puede.

El pequeño Lucerys tocó su rota nariz, el olor de la sangre metálica invadió su rostro haciendo que se le remueva el estómago.

¡La daga Lucerys!

¡Esta por matar a Jace!

Él tiene la roca en sus manos apuntando a su hermano...

Sus ojos clavados en Jacaerys, va hacerlo...

Lucerys corrió hacia dónde yacía la daga y con sus pequeñas manos temblorosas la levantó, la poca luz en el lugar de las antorchas ayudaron al pequeño Velaryon a caminar dónde se encontraban su tío y hermano.

Lucerys estaba muy cerca y...

Un gritó desgarrador...

Sangre.

Todos se quedaron estáticos al ver lo que el pequeño Lucerys había hecho, quedándose pasmado mirando la daga en su mano, petrificado dejó caer la daga al suelo cuando los guardias llegaron a socorrer a su tío.

Sus gritos.

Su ojo...

Cierra los ojos con fuerza mientras Jacaerys se acercó él a abrazarlo.

"¡Él hizo esto!". La voz de Aemond salió entre cortada debido al dolor en su rostro, un temblor se hizo presente en el cuerpo de Lucerys al escucharlo.

Jace empujó con suavidad a su hermano hacia dentro, él no podía moverse.

Muévete Lucerys.

Le arrebató su ojo...

Lucerys se despertó de un salto, con la respiración descontrolada llevo sus manos a su rostro tocando su nariz, encontrándola intacta. Era el mismo sueño cada noche. Su cuerpo se encontraba empapado del sudor, temblando bajo las sábanas de su cama. Se levantó con sus piernas débiles y se acercó al espejo, necesitaba comprobar algo.

Sus ojos...

Estaban en su lugar. Cerro los párpados con fuerza, sus rizos se añadían a su frente debido al sudor, sus manos temblaban y su boca se encontraba seca.

Su habitación se encontraba semi oscura, no le gustaba dormir con total oscuridad, le recordaban a esa noche tan trágica, todo el castillo le recordaba hace años atrás.

«Fue solo un sueño, Luke», pensó tratando de tranquilizarse. Con las manos sudorosas negó lentamente. «Pero es real, yo lo hice».

El joven príncipe abrió los ojos con lentitud mientras pasaba sus manos por su rostro, el no volvería a dormir. Lucerys se colocó sus zapatos y salió de su habitación, extrañamente no había nadie, ni siquiera el guardia que debía custodiar su puerta. Solo él y la oscuridad de la noche.

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