capítulo 3

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—Vuelve a explicarnos lo que ha ocurrido, Cassie.
De repente, Gio Rozario se había puesto una coraza de acero. Estaba apoyado en el escritorio del despacho del dueño del restaurante, al que habían llevado a Cassie después de que se postrase al lado de Harry.
A su lado estaba la mujer del vestido rojo, cuya mirada era de hielo.
—No puedo explicarlo —contestó ella, todavía impresionada por lo que había ocurrido.
—Te tiraste sobre él —describió Gio. A ella le temblaron los labios, todavía no podía olvidarse de esos horribles segundos durante los cuales había pensado que Harry se había caído muerto a sus pies.
Porque le había deseado la muerte muchas veces en los últimos seis años.
—Tú también lo hiciste —contestó, mirándose la mano derecha, que había puesto sobre su pecho y había notado que le latía el corazón.
—Yo lo conozco, tú, no —argumentó Gio—. O eso creíamos —se corrigió—.
Habló contigo…
Cassie cerró los ojos y recordó el momento en que Harry había abierto los suyos y la había mirado.
—Cassie… Madre di Dio… —había susurrado antes de volver a cerrarlos.
Había sido entonces cuando Gio la había apartado de él.
—Por favor —dijo ella con ansiedad—. ¿Podéis ir alguno a ver cómo está?
—Lo llamaste Harry —continuó Pandora Batiste, ignorando su ruego—. Nadie lo llama Harry Rossi. Lo odia. Todo el mundo sabe que se enfada cuando lo llaman así.
¿Por qué tú, que se supone que eres una extraña para él, lo hiciste?
Cassie sonrió débilmente. No sabía que Harry Rossi odiase su nombre, él mismo le había dicho que se llamaba así.
—Llámame Harry. ¿Me permitirías que te invitase a comer? ¿O a un café? Si no, me quedaré aquí a adorarte en silencio… —le había dicho.
—Os conocéis —insistió Pandora—. Me fijé en tu sorpresa al verlo nada más llegar. Y Harry también reaccionó al verte a ti.
Cassie hizo un esfuerzo para levantar el rostro y mirarlos a los dos.
Se sentía molesta. Su actitud de superioridad la ponía furiosa.
—No tenéis derecho a interrogarme —protestó.
—No te estamos interrogando —replicó Gio—, sólo nos preocupa lo que ha ocurrido y…
—Es curioso —dijo ella, sintiéndose de nuevo fuerte—, pero no voy a tener esta conversación con vosotros. Y me impresionaría más vuestra preocupación por Harry si estuvieseis ahí fuera con él en vez de aquí, conmigo.
—Ya están ocupándose de Harry… —intervino Pandora, enfatizando su
nombre.
—¿Cómo lo sabes? ¡Deberías estar averiguando qué le ha pasado!
—Eso estamos haciendo…
—No. Estáis intentando sonsacarme una información que no tenéis derecho a pedirme. ¿Estaba borracho? —preguntó en tono ácido—. ¿Se ha vuelto un borracho,
además de un…?
—¿Además de qué? —preguntó otra voz desde detrás de ella.
Cassie se giró y vio al aludido en la puerta del despacho. Se le secó la garganta.
Tenía un aspecto horrible. Seguía pálido y sus ojos estaban demasiado oscuros.
—¿Estás bien? —le preguntó, sin poder evitarlo.
Él no contestó. Apretó los labios y apartó la mirada de ella para dirigirla a sus dos ayudantes, les hizo salir de allí con un gesto de cabeza.
—Control de daños —los instruyó—. Desfase horario, migraña… Poned la
excusa que queráis, pero que suene convincente —añadió—. Y luego encontradme una salida sin público.
La puerta se cerró tras de ellos y a Cassie le sorprendió la obediencia con la que Gio y Pandora habían acatado sus órdenes. Si Pandora Batiste era su amante, debía de ser una amante muy servil para permitir que la tratasen así.
Harry la miró y ella levantó la barbilla. Estaba arrepintiéndose de haberle preguntado cómo se encontraba, porque era evidente que estaba muy bien. Y si
estaba allí, mirándola así, era porque iba a echarle una buena reprimenda.
La tensión reinaba en el ambiente, generada sobre todo por su actitud
desafiante. Y él seguía sin hablar, se limitó a recorrerla con la mirada, como si la estuviese diseccionando.
Cassie se preguntó cuántos años tendría. ¿Treinta y dos? ¿Treinta y tres? Si no le
había mentido acerca de su edad seis años antes, debía de tener treinta y tres, aunque en esos momentos parecía mayor.
Y tampoco parecía tan elegante como un rato antes, con la camisa abierta y la corbata aflojada.
—No has contestado a mi pregunta.
Cassie lo miró a los ojos con frialdad.
—No tengo nada que decir.
—Al parecer, tenías mucho que decirles a mis ayudantes.
—¿Eso piensas? ¿Entonces por qué no vas a pedirles respuestas a ellos y te
ahorras tener que hablar conmigo?
Hubo un breve silencio, él entrecerró los ojos.
—Eres muy hostil —murmuró por fin.
—Sí, ¿verdad? —admitió ella—. ¿No crees que tengo motivos para serlo?
Para su sorpresa, él le dedicó una atractiva sonrisa.
—A decir verdad, no estoy seguro.
Ella apretó los labios, sorprendida por su respuesta, y esperó a ver por dónde
iba aquella conversación. Había esperado verlo enfadado. Había esperado que la amenazase. Seguro que no quería que se supiese la verdad acerca de ambos, porque
eso mancharía su inmaculada imagen.
—Mira —le dijo, cuando no pudo soportar más el silencio—, ninguno de los dos quiere tener esta confrontación. Harry Rossi. ¿Por qué no te apartas de la puerta y me
dejas salir?
—Harry Rossi —repitió él, y después rió. Luego se frotó la frente y puso de nuevo cara de dolor.
—Creo que será mejor que te sientes —le recomendó Cassie.
—Humm —respondió él sin moverse de la puerta.
Ella tomó una silla y se la puso delante.
—Toma —le dijo—. Siéntate antes de que vuelvas a caerte.
Él se tambaleó y tuvo que agarrarlo del brazo. La dejó que lo ayudase a
sentarse.
—Lo siento —se disculpó mientras Cassie apartaba la mano de su brazo.
Ella no dijo nada.
—No estoy bebido.
—Bien —respondió ella—. Da igual… —añadió con indiferencia.
—No bebo alcohol. Si me has observado esta noche, habrás visto que he estado
todo el tiempo con la misma copa de vino, hasta que se ha caído al suelo, al mismo tiempo que yo —añadió en un tono mordaz que pareció volver a darle algo de energía.
Seguía teniendo muy mal aspecto.
—Entonces es que estás enfermo —comentó Cassie—, y, en ese caso, tienes que ir al médico.
—Sí —admitió él—. Lo haré después de que hablemos…
—No tenemos nada de qué hablar.
—Me conoces, ¿verdad? —insistió él—, pero, por algún motivo, prefieres
negarlo.
—¿Qué es esto? —preguntó Cassie enfadada—, ¿Estás jugando conmigo?
—Te prometo que no es ningún juego —contestó él muy serio después de
ponerse en pie—. Me hablas como si fuese tu enemigo. ¿Qué intentas ocultar?
—¿Qué yo intento ocultar algo? —repitió ella abriendo los ojos como platos—.
Vamos a dejar las cosas claras, Harry. ¡Tú me dejaste! ¡Tú me diste la espalda!
Cuando no has tenido elección, me has saludado como a una completa extraña y hasta has tenido el valor de preguntarme sin nos conocíamos.
—¡Así que nos conocemos! —exclamó él acercándose más.
Cassie empezó a temblar porque estaba demasiado cerca, y porque lo conocía muy bien. Podía sentirlo, olerlo, hasta saborearlo. A pesar de que habían pasado seis años, no había cambiado nada, sobre todo, porque desde entonces no había
permitido que ningún otro hombre se le acercase.
—Retrocede —le pidió, cerrando los puños. Él pareció no oírla, estaba
recuperando el color de la cara.
—Me conoces —insistió, como si aquello fuese un gran avance—. ¡Necesito saber de qué me conoces!
—No lo conozco, don Harry Styles —replicó ella—. ¡Aunque hace
tiempo conocí a un cretino que se hacía llamar Harry Rossi.
Ya estaba. Ya lo había dicho.
—¿Contento? Aunque no entiendo para qué querías que admitiese algo que ambos preferiríamos olvidar. Ahora, apártate antes de que empiece a pedir ayuda a gritos.
Él avanzó un paso más y luego le dio la espalda.
—Dio mió —murmuró—. Lo sabía.
—¿El qué sabías? —le gritó Cassie.
—Que nos conocíamos.
—Ésta es la conversación más absurda que he tenido en toda mi vida.
—No lo entiendes… —dijo él, mirándola de nuevo—. Yo no me acuerdo de ti.
—¿Cómo le atreves a decirme eso?
Él frunció el ceño.
—Comprendo que estés confundida. Por eso le he dicho que teníamos que
hablar.
¿Hablar…? Cassie rió con desdén.
—Teniendo en cuenta la facilidad con la que mientes, Harry, me parece que
hablar contigo es una pérdida de tiempo.
—¡No miento!
—Entonces, cuando me prometiste que volverías a buscarme, ¿tampoco
mentiste? ¿Ni cuando me dijiste por teléfono que no me conocías, tampoco?
—¿Eso dije…? —se había vuelto a poner pálido.
—Déjame tranquila —le pidió—. Tal vez hace unos años habría sido un blanco fácil para ti, pero ya no lo soy.
—No puedo creer que le dijese algo tan cruel —comentó él—. Yo no hablo así a nadie.
—Pues a mí, sí
—insistió Cassie apretando los labios y apartando la mirada de
él—. Ahora, ¿puedo marcharme o hay algo más de lo que quieras hablar conmigo?
—Nadie ha intentado impedir que te marches
—contestó Harry.
Cassie notó que había tensión en su voz y cometió el error de volver a mirarlo.
Se estaba tocando la frente de nuevo.
—Gracia
—respondió con frialdad, dirigiéndose a la puerta.
Dos segundos más tarde estaba al otro lado, con los ojos cerrados y el corazón latiéndole a toda velocidad. Tenía la sensación de que Harry Ross había vuelto a desmayarse, pero no podía quedarse a comprobarlo.
Abrió los ojos y se dio cuenta de que el restaurante se había vaciado mientras
ella estaba en aquella pequeña habitación. Oyó murmullos provenientes del hueco de
la escalera e imaginó que todo el mundo había vuelto a bajar al bar. 
––Fue hacia las escaleras, tragó saliva e intentó hacer acopio de valor antes de hacer frente a la curiosidad de toda su empresa.
No podía bajar y enfrentarse a todo el mundo. ¿Qué iba a decirles? ¿Qué se
conocían? Y que al recordarlo el nuevo jefe había bebido tanto vino que se había caído.
También la había mentido en eso. ¿Cómo si no podía desmayarse un hombre
fuerte y sano como él?
—Hay otra salida
—murmuró Harry a su espalda.
Cassie se dio la vuelta y sintió calor. Harry había salido del despacho sin que lo oyese y estaba cerrando la puerta. Ella volvió a ponerse a la defensiva al verlo de
nuevo diferente, volvía a ser el dueño de la empresa. Hasta se había abrochado la camisa y ajustado la corbata. Se le secó la boca al recordar cómo ella misma se la había puesto la mañana que se había marchado a Florencia, seis años antes.
—¿Cómo lo sabes? —balbució.
—He hablado con Gio —contestó él, acercándose a donde estaba ella—.
Sígueme si prefieres marcharte sin que te vean. Es por aquí…
Cassie dudó un segundo.
—¿Vienes o no?
Él se había parado delante de una salida de emergencia en la que Cassie no se había fijado antes. A regañadientes, lo siguió, consciente de que no podía enfrentarse a sus compañeros. No sabía cómo iba a hacerlo cuando tuviese que volver al trabajo dos días después, el lunes.
Harry empujó la barra que bloqueaba la puerta y ante ellos apareció un estrecho tramo de escaleras iluminado por una tenue luz de emergencia.
—Ten cuidado con esos zapatos —le advirtió—. Estas escaleras son estrechas y empinadas.
Con los labios apretados, Cassie lo dejó pasar delante y luego lo siguió,
aferrándose a la barandilla con fuerza.
Al final de las escaleras había un pequeño vestíbulo. Al llegar a él. Harry se giró y le tendió una mano.
—No seas remilgada. No llevo veneno en la punta de los dedos y el último
escalón se mueve. No creo que esta salida cumpla con las normas de seguridad.
Cassie le dio la mano.
Sus dedos fuertes y calientes apresaron los de ella, fríos y delgados. Otra corriente eléctrica la golpeó, como cuando se habían dado la mano la primera vez.
Cassie se concentró en los escalones y al llegar abajo se quedó tan cerca de él que sus pechos le rozaron la solapa de la chaqueta. Al intentar apartarse, se torció un pie.
Él le puso la otra mano en la espalda para sujetarla y, de repente, sus cuerpos chocaron. Cassie no pudo evitar gemir y mirarlo a los ojos. Vio deseo en ellos.
Intentó tragar saliva, pero separó los labios y dijo algo que ni ella misma pudo entender.
Él sí lo entendió, porque respondió en un susurro.
—No me extraña que me esté costando tanto trabajo.
Cassie iba a preguntarle qué quería decir, pero no le dio tiempo. Él bajó la cabeza y la besó apasionadamente.

la novia olvidadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora