capítulo 8

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El viaje de vuelta a casa transcurrió con extraña y tensa normalidad. Harry  decidió sentarse al lado del chófer y dejar toda la parte de atrás a Cassie y a los niños.
Éstos estaban tan impresionados por el lujoso medio de transporte que no se fijaron en el silencio de su padre, ni en la tensión que había en la voz de su madre.
Harry rechazó su invitación de subir a casa con ellos. Y Cassie se sintió en
cierto modo aliviada porque sabía que necesitaba alejarse de él, pero también estaba muy preocupada por su salud.
Harry sonrió a los gemelos al despedirse y, de cuclillas y mirándolos a los ojos, les prometió que volvería a verlos pronto. Bella se acercó y le dio un abrazo y Harry alargó un brazo para que Anthony se acercase también.
Cassie no supo por qué la inquietaba tanto aquella escena, pero cuando Harry se incorporó y la miró a los ojos, a ella también le entraron ganas de abrazarlo. Él alargó la mano y le acarició la mejilla.
—Te llamaré —le dijo, antes de darse la vuelta y subirse al coche sin más.
Cassie se sintió devastada, aquello era lo mismo que le había dicho seis años
antes.
Se pasó el domingo sintiéndose vacía, mientras los gemelos la bombardeaban a preguntas acerca de su padre y de los planes de boda.
Y él no llamó.
El lunes, Cassie fue a trabajar y fingió que era como cualquier otro lunes por la mañana. Su sombra la siguió en todo momento, ayudándola a concentrarse en el trabajo. No obstante, estaba nerviosa y poco comunicativa, esperando escuchar el
nombre de Harry, averiguar si estaba en el edificio, si estaba bien, pero negándose a hacer ninguna pregunta.
Pandora no parecía estar allí, pero Cassie tampoco iba a preguntar por ella.
El martes pasó igual que el lunes. Para el miércoles, las tarjetas de visita de
Harry habían salido de su bolso y le quemaban en el bolsillo de la falda.
—¿Estás bien, Cassie? —le preguntó Ella—. Estás muy pálida.
—Estoy bien —respondió—. Es sólo que…
—Ven, vamos a comer. Creo que te hace falta un poco de aire fresco y un
descanso.
Compraron unos sándwiches y café y fueron al pequeño parque que había
enfrente del edificio de BarTec. Hacía calor para ser octubre, así que se sentaron en un banco, debajo de un árbol.
—Está bien —dijo Ella—, te contaré lo que sé, y tú rellenarás los huecos en
blanco… Nuestro nuevo y sexy jefe es el padre de los gemelos. No te molestes en negarlo, me di cuenta al instante. Me parece que Pandora Batiste todavía no lo sabe,
pero se siente amenazada por ti.
—¿Tú no te sentirías amenazada si fueses su amante? —rió Cassie.
—Tal vez. Sobre todo, si se entera que los gemelos y tú pasasteis el sábado con él. Tampoco te esfuerces en negarlo. Pasé por tu casa cuando os estabais bajando de su coche y decidí marcharme.
—Pues si te hubieses quedado un rato más, habrías visto que él se fue.
—¿Para siempre?
—¿Quién sabe?
—¿Por eso estás así esta semana?
Cassie se encogió de hombros, no contestó.
—Tonta. ¿Quieres contarme cómo os conocisteis, para empezar? Hace seis años debías de ser una niña, en brazos de semejante hombre.
—Sólo tiene cinco años más que yo. Ella. No puedes etiquetarlo de pervertidor de menores. Y para ya. Tengo hambre, quiero comer.
—No te estoy impidiendo que comas. Lo estás haciendo tú sola, estás como
perdida.
Era cierto, y se debía al silencio de Harry. Tal vez éste pretendía ir a buscarla el viernes a BarTec para casarse y luego volver a dejarla en su despacho. O tal vez había
cambiado de idea…
—Te alegrará saber que no has visto a Pandora Batiste porque el jefe la ha
mandado a Florencia —la informó Ella.
Aquello no la tranquilizó, ya que Florencia no era más que otra ciudad en la que dos amantes podían encontrarse.
¿Por qué no la había llamado Harry? ¿Estaría en Florencia con Pandora? ¿Era capaz de hacerle algo así? Su cabeza le decía que no, que seguro que tenía un motivo para lo que había hecho seis años antes, pero no podía evitar tener el corazón en un puño.
En realidad, no lo conocía, ni él a ella. Eran dos extraños unidos por los dos
niños nacidos de una sola noche de fabuloso sexo. ¿Era aquello suficiente para casarse? ¿No sería más sensato acordar una custodia compartida de los gemelos?
¿Acaso había accedido ella a casarse?
No, no lo había hecho, y Harry no tenía ningún derecho a dar por hecho que había accedido, ni a dejarla así.
—Y ahora viene lo más interesante —continuó Ella—. Justo antes de venir aquí me ha llamado Gio para que limpiase tu agenda y le pasase todo el trabajo a tu sombra. Al parecer, el jefe está…
—Delante de ti —la interrumpió Harry.
Ambas levantaron la cabeza a la vez. Ella se tragó las palabras que iba a decir y Cassie se sintió sorprendentemente aliviada.
Le brillaron los ojos cuando la miró, pero estaba muy serio. Cassie se dio cuenta de que esa mañana se había puesto el viejo traje gris y se había recogido el pelo con prisa.
Él estaba impecable, como siempre. A Cassie se le secó la boca y tuvo que
apartar la vista de él ya que lo único que deseaba en esos momentos era arrancarle la ropa y verlo desnudo.
Lo deseaba. Era una sensación repentina, caliente, violenta. Quería tenerlo desnudo y tumbado. Quería recorrerlo con la mirada, con las manos y con la boca.
—¿Dónde has estado? —le preguntó con más avidez de la que había pretendido mostrar.
Harry se preguntó qué le diría Cassie si le contaba que se había pasado los tres últimos días encerrado en su piso son su hermano, viviendo un infierno. Un infierno después del cual había recobrado la memoria. Había averiguado la verdad de lo que
había ocurrido seis años antes, que aquella mujer pálida, de ojos verdes, beligerantes, que estaba sentada con una postura frágil y tensa, había pagado el precio de sus malditos pecados.
—Disfrutando de mis últimos días de libertad —respondió en tono irónico.
Cassie se preguntó si había estado en Florencia, con Pandora.
—Bueno, pues espero que haya merecido la pena.
—Mucho —le aseguró él antes de inclinarse para tomarla de los hombros y hacer que se levantase.
De pronto, Cassie se encontró apoyada contra él, recibiendo un apasionado y
hambriento beso. Sin más, a la luz del día y delante de Ella. Y Cassie no sólo permitió que la besase, sino que lo alentó acariciándole los hombros y la nuca.
Cuando Harry la soltó, se sintió débil y aturdida, se le escapó un gemido de
decepción.
—Me has echado de menos —comentó él.
—Estaba preocupada, eso es todo. Me dijiste que me llamarías.
—Bueno, estoy bien y estoy aquí. Que disfrute del resto de la comida —le dijo a
Ella, llevándose a Cassie agarrada por la cintura.
—¡Qué grosero! —protestó Cassie.
—Tu amiga ya ha visto bastante como para dar de qué hablar en BarTec
durante un mes.
—Ella no es una cotilla.
—Entonces, compénsala invitándola a nuestra boda
—¡Yo no he dicho que vaya a casarme contigo!
—Pero lo harás.
La metió en el coche que estaba esperándolos y entró detrás de ella. Cuando Cassie se giró para protestar, Harry la estaba esperando.
—¿Prefieres herir y decepcionar a tus hijos? —la retó.
—¡Tengo derecho a tener en cuenta también mis sentimientos!
—Entonces, tal vez prefieras que utilice métodos menos bruscos para
convencerte.
Estaba refiriéndose al sexo, recordándole que había vuelto a perder el control con el beso del parque.
Cassie separó los labios temblorosos. Estaba acalorada. Podía luchar contra él, salvo cuando la tocaba. Y odiaba que Harry lo supiera.
No se acordaba de ella, pero como cualquier otro hombre atractivo y
sexualmente activo, podía escoger un blanco sencillo e ir a por él. La diferencia con ella era que estaba preparado para ofrecerle un matrimonio porque el destino había
hecho que se quedase embarazada. Sin los gemelos, habría sido una aventura más.
Cassie sintió un escalofrío y apartó la mirada de él. Volvió a preguntarse si
Harry habría estado esos últimos días con Pandora. Y si lo quería saber.
Entonces, recordó lo que Ella le había dicho justo antes de que llegase él.
—Has dado por terminado mi contrato, ¿verdad? —le preguntó.
—¿Qué te hace pensar eso?
Cassie le contó lo que le había dicho Ella.
—Y tú has decidido que lo he hecho para poder presionarle más, ¿no es cierto?
—¿Es así?
Él frunció el ceño con impaciencia.
—No podrás viajar todos los días de Londres a Florencia, cara, eso es evidente, pero no. no he dado por terminado tu contrato. Tienes unos meses de excedencia,
para casarte e instalarte en otro país. Cuando estés preparada, si decides que quieres volver a trabajar, te buscaré un puesto en alguna de mis organizaciones. Tú serás
quien tome la decisión.
—Desde luego, una pequeña concesión frente a un montón de órdenes.
—No es una concesión. Si me conocieses mejor, sabrías que no hago
concesiones… De verdad pienso que tienes derecho a decidir si quieres volver o no a trabajar después de que nos casemos.
—Si es que nos casamos. Digas lo que digas, la verdad es que quieres
arrinconarme para que deje de discutir contigo.
Él dejó escapar un suspiro
—¡Eso no funcionaría! Lo creas o no, pensaba que el tema de la boda estaba
zanjado.
—Entonces, ¿por qué no me llamaste para advertirme que mi sombra estaba ahí
para aprender de mí?
—Porque… —se calló, apretó los labios y frunció el ceño—. He estado ocupado,
¿de acuerdo? Tenía… cosas que hacer. Y por favor, siéntate bien. ¡Y abróchate el
cinturón! —añadió, con inesperada violencia.
Aquello sorprendió a Cassie, que dio un grito ahogado.
—¡No quiero que salgas despedida por la ventana! —añadió, poniéndole él
mismo el cinturón.
—Lo siento —murmuró ella—. No lo había pensado.
—Y yo creo que he reaccionado de manera exagerada, ¿verdad?
—No. Me lo merecía —contestó Cassie, levantando la mano para acariciarle la mejilla—. No me has contado cómo fue el accidente, pero…
—Y no te lo voy a contar —le dijo, apartándose de ella.
—Harry…
—Iba a llevarte a comer, pero he cambiado de idea. Iremos de compras.
—¿Para comprar el qué?
—Las alianzas. Un traje de novia que me haga caerme de espaldas —comentó en tono más natural—, Y tal vez algún capricho para los gemelos.
Cassie no respondió a aquello, lo que obligó a Harry a girar la cabeza. Su bella novia estaba allí sentada, con un traje de chaqueta gris, las piernas cruzadas y expresión adusta.
Harry se dio cuenta de que cuando él se mostraba vulnerable, ella se ponía
dulce. Y que cuando intentaba hacer avanzar las cosas, ella se bloqueaba.
—Deja de luchar contra mí —le aconsejó—. Entiendo que sientas la necesidad de hacerlo, pero eso no cambiará nada. Vamos a casarnos dentro de dos días.
Acéptalo, Cassie.
Ella lo miró.
—Cualquier otro hombre habría tenido el detalle de pedirme que me casase con él.
Al oír aquello, otro recuerdo lo asaltó, un recuerdo diferente a los que había
tenido hasta entonces. Vio a Cassie desnuda sobre una colcha rosa. Sus ojos verdes lo miraban con timidez y deseo.
«Cásate conmigo, Cassie…».
—Dio… —susurró.
«Mañana», había contestado ella en un susurro.
—¿Harry…?
El sonido de la voz de Cassie lo hizo volver al presente. Notó que le tocaba el brazo.
—Harry —repitió ella con nerviosismo—. No.
Él se dio cuenta de que Cassie pensaba que iba a desmayarse, pero nada más
lejos de la realidad. Lo que acababa de experimentar había llegado con la claridad del agua, después de tres días de luchar con su pasado.
Con el pasado del que se había olvidado, pensó mientras intentaba controlar sus hormonas. Levantó los ojos a su rostro y se hundió en su mirada verde y ansiosa.
Le encantaba. Le encantaba cómo se mordisqueaba el labio inferior con
preocupación.
—Estoy bien.
—No, no estás bien —dijo ella, poniéndole una mano sobre el corazón—. ¿Por qué ha sido esta vez?
—Tú, ¿qué si no? —le contestó—. Te he visto desnuda en una cama rosa.
Cassie se ruborizó y Harry tuvo que contener las ganas de reír. Ella sabía muy bien lo que había visto.
—Ha sido muy intenso —le dijo él, apartándole la mano del pecho para
llevársela a los labios—. Sensual… —añadió, besándole los dedos—, apasionado.
—Yo… Tú… —Cassie se puso tensa.
—Te estaba diciendo que te quería…
—No hace falla que me des detalles. ¡Yo no tengo problemas de memoria!
—Y tú me estabas respondiendo que también me querías…
Cassie cerró los ojos e intentó apartarse de él, pero Harry se lo impidió.
—¿Lo decías de verdad, mi amore? —insistió—. ¿Y yo?
—Sí.
—Entonces, podemos volver a hacerlo. Sólo hace falta un acto de fe.
Estaba hablando de nuevo del matrimonio. En realidad, nunca había dejado de hablar de eso. Salvo que en esos momentos lo estaba llamando acto de fe. Cassie
intentó apartarse otra vez.
—Te pedí que te casases conmigo…
—¿Quieres dejar de decirme lo que ya sé? —replicó ella.
¡Ella también había estado allí! Y recordaba a la perfección su primera vez juntos en su minúsculo apartamento, en su todavía más minúscula habitación y en su
estrecha cama cubierta por una colcha rosa.
—Entonces, te lo vuelvo a preguntar. ¿Quieres casarte conmigo?
Cassie pensó que era un hombre despiadado, ¡un cerdo despiadado! Era una pena que no pudiese recordar cómo la había besado para despedirse la mañana que se había marchado.
—Si yo estoy dispuesto a intentarlo, ¿por qué no puedes tú también…?
Cassie abrió los ojos para mirarlo. Su aspecto era fuerte. Era Harry, delgado,
moreno, guapo, con aquellas largas y negras pestañas que enmarcaban unos ojos oscuros y sensuales, y aquella boca suave…
—¡Está bien! —replicó—. ¡Me casaré contigo! Pero no creas que te perdono por lo que me hiciste. Ni que olvidaré lo que has hecho con los gemelos para
convencerme.
Él respondió de manera inmediata y completamente arrogante. Con un rápido movimiento, su largo cuerpo la tenía aprisionada en un rincón del asiento.
—¡Te has desabrochado el cinturón!
—El coche está parado; ahora puedo hacer lo que quiera contigo.
Y lo hizo. Y ella no intentó oponerse cuando la besó. Cuando separó los labios de los de él le costaba trabajo respirar y tenía la chaqueta abierta, los botones de la camisa desabrochados y los pezones erguidos porque querían volver a ser acariciados por él. Tenía el pelo suelo y los labios doloridos.
—Ya está —comentó Harry con satisfacción—, el acto de fe sellado con un beso. Ahora, vamos de compras.

la novia olvidadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora