Cassie entró en su pequeño apartamento justo a media noche. Reinaba el silencio y todo parecía normal, sólo se escuchaba el sonido sordo de la televisión en el salón.
Respiró hondo y abrió la puerta. Jenny estaba sentada en un sillón, viendo la tele, tal y como se la había imaginado, con los pies en la mesita de café y la caja de bombones casi vacía en su regazo.
—Ah, hola —dijo Jenny sonriendo—. Has llegado justo a tiempo, la película
acaba de terminar. ¿Te has divertido?
«Ojalá», pensó Cassie.
—Sí —respondió—. ¿Se han portado bien los gemelos?
—Como dos angelitos. No han rechistado en toda la noche —contestó su vecina
levantándose y haciéndole varias preguntas acerca de su velada mientras se ponía los zapatos.
—¿Quieres una taza de té antes de irte? —le preguntó Cassie, haciendo un esfuerzo por mostrarse educada.
—No, gracias, cariño. Acabo de tomarme una.
Unos minutos más tarde, Cassie estaba cerrando la puerta a Jenny y se apoyaba en ella con un suspiro. Nunca se había sentido tan herida.
Hizo acopio de valor y fue a ver a los gemelos. Los encontró durmiendo.
Anthony boca arriba, destapado, y despeinado, se parecía tanto a Harry que se le encogió el corazón. Bella estaba tumbada de lado, hecha un ovillo, con el pelo rubio
extendido debajo de ella como envolviéndola en un halo de seda dorada.
Los dos parecían tan niños, tan dulces y vulnerables. ¿Qué iban a pensar si un padre del que no sabían casi nada decidía empezar a formar parte de sus vidas?
Cassie prefirió no pensarlo. Estaba demasiado asustada. Sobre todo, temía por sí misma. Los gemelos siempre habían sido sólo suyos. Desde su nacimiento, los había querido y mimado con todo su corazón. Desde que había sabido que estaba
embarazada, siempre había pensado en ellos antes de tomar una decisión. Cuando Angus le había ofrecido la oportunidad de ir a Londres a trabajar para él, el sueldo y
la posibilidad de alquilar aquel piso, que era de su propiedad, la habían hecho decidirse.
A veces, le había costado llegar a fin de mes, pero siempre lo había hecho.
Estaba orgullosa de todo lo que había logrado. No obstante, estaba segura de que a Harry ¿aquel apartamento y los muebles de segunda mano no le parecerían dignos
de orgullo.
Cerró la puerta de la habitación de los gemelos con cuidado y entró en la suya.
Ambas eran pequeñas, la de los niños un poco mayor porque eran dos para
compartir.
¿Pero qué ocurriría cuando ya no quisieran compartir? ¿Qué pasaría si, después de vender BarTec, Angus vendía también aquel piso y tenía que pagar un alquiler más alto?
Volvió a pensar en Angus y se sintió culpable por ser egoísta en vez de
preocuparse por el estado de salud del que había sido amigo de su padre. Se
prometió a sí misma que iría a visitarlo a la semana siguiente y le llevaría a los gemelos, ya que a Angus le encantaba verlos.
Al colgar el vestido en una percha, se dio cuenta de que tendría que llevarlo a la tintorería. El agua había dejado la seda como si fuese papel arrugado. La próxima
vez no se compraría un vestido caro que sólo se pudiese limpiar en seco.
Sabía que estaba pensando en cosas mundanas para evitar pensar en lo que acababa de hacer con Harry.
Se sobresaltó al oír sonar el teléfono. Se lanzó a responder antes de que se
despertasen los gemelos.
—¿Sí?
—Está bien… —le dijo Ella al otro lado— empieza a hablar. ¿Qué pasa entre el nuevo jefe y tú?
—No pasa nada —mintió.
—Eso díselo a otro, Cassie. Ese tipo a punto estuvo de comerte y tú a punto
estuviste de escupirle a la cara. Y eso, antes de que hicieses que se desmayase.
—Yo no hice que se desmayase.
—No, sólo te tiraste encima de él justo después y lo llamaste Harry. Después
se te llevaron a un despacho y nos contaron el cuento de que tenía desfase horario y
migrañas, y ya no volvimos a veros a ninguno de los dos. Lo conoces, Cassie––
insistió Ella—. Todo el mundo sabe que conoces al jefe. Hasta el director ejecutivo comentó que él no había apartado la vista de ti en toda la noche. Y a la señorita
Balista no le hizo ninguna gracia.
—Te lo puedes quedar si quieres —dijo Cassie sin pensarlo.
—Guau. Eso ha sonado a mujer despechada.
—Mira —dijo, intentando encontrar una explicación creíble para saciar la
curiosidad de Ella—. No lo conozco pero… conocía a alguien que lo conocía… —eso
no era del todo mentira—, y ya está. No hay ningún misterio.
—Conoce al padre de los gemelos —adivinó Ella.
Cassie cerró los ojos y gimió en silencio.
—Deja de imaginarte cosas, por favor. Y métele en la cama, que es lo mismo
que voy a hacer yo.
—Vale —bromeó Ella—. A soñar con un amante italiano que deja embarazada a una chica y la abandona, y con un guapo conocido que se cae desmayado cuando le mencionan a los gemelos.
—Qué sueños tan raros tienes —comentó Cassie—, me pregunto qué pensaría tu amante si…
—Muy lista —replicó Ella—. Ahora dime adonde te fuiste con él.
—Me manché el vestido en la conmoción y su chófer me trajo a casa.
Aquello tampoco era del todo mentira, y sería lo que diría el lunes cuando
volviese al trabajo. Que Harry era un conocido y que había vuelto a casa en su coche.
—Escucha, Ella —murmuró con voz seria—, me gustaría que le guardases para ti tus sospechas acerca de mi relación con el señor Marchese. No puedo poner en
riesgo mi puesto en BarTec por culpa de unos rumores.
—Tranquilízale —suspiró Ella—. Soy tu amiga, no tu enemiga. ¡No le diré nada a nadie!
—Gracias —murmuró Cassie—. Lo siento —añadió.
—Por cierto, que el bocazas de Jason Farrow comentó que tu padre y el padre de Harry Styles eran ambos amigos de Angus.
—¿De verdad? —preguntó ella, sin poder ocultar su sorpresa.
—Si quieres que te dejen tranquila, yo me apoyaría en esa relación.
—Gracias, Ella.
—No hay de qué —respondió su amiga—. Tal vez algún día confíes en mí lo suficiente como para contarme la verdad.
«Tal vez», pensó Cassie, sabiendo que Ella era una buena amiga.
El fin de semana pasó con normalidad, sin noticias de Harry, salvo en sus sueños. Intentó convencerse de que lo odiaba y no entendía por qué había hecho lo
que había hecho con él. Había vuelto a mermar la confianza que tenía en sí misma, después de seis años esforzándose en recuperarla.
Con veintidós años había sido una chica tímida e introvertida, que trabajada duro para demostrar que se merecía el puesto que le habían dado en Jay Digital, además de para recuperarse de la reciente enfermedad y muerte de su padre. A esa edad, no había tenido las armas necesarias para enfrentarse a alguien tan atractivo,
encantador y sexy como Harry Styles cuando éste había entrado en su vida. La había cortejado a la antigua usanza. Había sido tan insistente, que Cassie había pensado que estaba enamorado de ella. Le había prometido que la haría feliz durante el resto de su vida. Había hecho todo lo necesario para que ella se enamorase. Cuando había
cedido a acostarse con él, Harry se había sorprendido de que todavía fuese virgen, y le había prometido que se casaría con ella.
Se había marchado a Florencia para contárselo a su familia y Cassie no se había preguntado por qué no le había pedido que lo acompañase, si tan enamorado estaba.
Se había limitado a esperarlo como una tonta. Los días se habían convertido en semanas y la única manera de ponerse en contacto con él había sido su teléfono
móvil. Lo había llamado, le había enviado algún mensaje, hasta que él había contestado y le había dicho que no quería tener nada que ver con ella. Esa última llamada, que le había hecho ocho semanas después de haberse acostado con él, había
sido para pedirle ayuda.
Cassie acababa de recordar por qué lo odiaba. Porque a pesar de saber que
había tenido un accidente y había perdido la memoria, jamás lo perdonaría por cómo
la había rechazado durante aquella llamada.
Cuando llegó al trabajo el lunes por la mañana se encontró con que Ella le había allanado el terreno, así que intentó comportarse con normalidad, aunque le costó mantener la calma. Contestó a las preguntas que le hicieron acerca del viernes por la
noche, que fueron muchas, con humor. Hasta consiguió concentrarse en ciertas proyecciones financieras complicadas y responder al teléfono de su despacho sin preguntarse quién estaría al otro lado.
Así que cuando oyó la voz profunda de Harry, se quedó helada.
—Estoy utilizando el que era el despacho de Angus —le informó éste en tono frío—. Quiero verte, Cassie. Ahora.
—Por Dios santo —murmuró ella mientras miraba a su alrededor para ver si alguien la observaba—. No pienso acercarme a ti en este edificio, ni en ninguna otra parte, nunca jamás.
—Entonces, iré a verte yo —respondió Harry.
—¡No! —Cassie se levantó con tanta brusquedad que captó la atención de Ella, que la miró con sorpresa—. Ahora voy —añadió en voz baja.
Salió del despacho sin mirar a nadie, ni siquiera a Ella. El despacho de Angus estaba situado detrás de una puerta doble, al final del pasillo. Lo que significaba que tenía que atravesar dos hileras de oficinas con paneles de cristal, desde donde
cualquiera podía verla. Además, detrás de la puerta doble había una primera zona en el que solía estar la secretaria de Angus.
En esos momentos, la pobre tenía que compartir su espacio con media docena de personas del equipo de Harry. Todos ellos dejaron lo que estaban haciendo cuando la vieron entrar. Cassie no sabía lo que aquellas personas pensaban que había
ocurrido el viernes por la noche, pero su silencio hacía que le zumbasen los oídos.
Sonrió de manera distante y siguió andando, negándose a mirar a los lados. Ni siquiera de detuvo después de dar un solo golpe a la puerta del despacho en el que estaba Harry, la abrió sin más. No obstante, sí intentó parecer profesional, a pesar
de estar temblando por dentro, y cerró la puerta tras de ella.
Nada más verlo, sintió deseo y vergüenza. Llevaba todo el fin de semana conviviendo con ambas sensaciones cada vez que pensaba en él. a las que a veces se
unían unas irresistibles ganas de llorar. En esos momentos, mientras esperaba a que se girase a mirarla, tenía un nudo en la garganta.
Pero Harry no se giró. Y el silencio se alargó tanto que Cassie empezó a
preguntarse si la había oído entrar.
Tomó aire.
—Ya estoy aquí, Harry —le anunció con frialdad.
—Harry —la corrigió él—. Al menos, cuando estemos aquí.
Ella levantó la barbilla. Jamás lo llamaría por ese nombre. Lo había conocido siendo Harry. La había abandonado siendo Harry. Y había vuelto a su vida como Harry. Hasta que no le diese una buena excusa por haberle mentido acerca de su
nombre, se quedaría con Harry.
—Estaba haciendo algo importante —le informó ella—, y el hecho de haberme llamado va a hacer que la gente vuelva a hablar. Así que si me dices lo que quieres,
me gustaría volver a mi despacho lo antes posible.
—¿Sientes la tensión?
—¿Y tú? —replicó Cassie.
Él se giró, esbozando una sonrisa.
—Si ésa es tu manera de preguntarme cómo me encuentro, la respuesta es fatal.
—Ah —dijo ella, desconcertada por su sinceridad.
También tenía mal aspecto. Estaba guapo, pero no tenía buen color y había tensión alrededor de sus ojos y de su boca.
—Acércate y toma asiento —la invitó con un movimiento de mano.
Y ella obedeció, porque estaba empezando a sentirse como una idiota, parada al
lado de la puerta.
Él la observó con la mirada baja, como lo había hecho su equipo al entrar, haciéndola ser consciente de que llevaba un traje gris desgastado y de que se había recogido el pelo en un moño muy formal.
No obstante, lo retó con la mirada al llegar a la silla que había delante del
escritorio.
—Estás enfadada conmigo —murmuró él.
—Si me has hecho llamar para hablar de temas… personales, no deberías
haberlo hecho —respondió Cassie—. Llevo toda la mañana manejando con cuidado la curiosidad de mis compañeros. Con tu llamada, ha sido como contar toda la verdad.
—Pero no la has contado.
—No.
—De hecho, me han dicho que has estado muy serena. Al parecer, Angus ha tenido un papel muy importante en nuestra… relación.
—Eso fue idea de Jason Farrow. Fue él quien dijo que nuestros padres eran
amigos suyos.
—También comentó que no había separado la vista de ti en toda la noche. Ha estado muy ocupado, hablando de nosotros.
—Le gusta creer que es más importante de lo que es.
—No te cae bien.
Ella levantó la vista para mirarlo a los ojos.
—¿Acaso importa eso?
—La verdad es que no.
—Entonces, ¿por qué estamos hablando de él?
—Para que te tranquilices un poco antes de que empecemos a hablar de ti, de mí y de los gemelos…
Cassie bajó la mirada, desconcertada, no había esperado que Harry
mencionase a los niños.
—No hay nada de qué hablar. Son mis hijos. Mi responsabilidad.
—Pero me has dicho que también son hijos míos —le recordó él.
—El viernes por la noche ambos dijimos muchas cosas que no merece la pena recordar.
Cassie sintió que aquello lo molestaba. Oyó sus pisadas mientras rodeaba el
escritorio y vio sus pies justo delante de ella. Harry se apoyó en la mesa y a ella le entró calor al aspirar su sutil y familiar aroma.
—Nacieron el quince de enero —comentó él en tono amable. Añadió el año, la hora y el peso de ambos—. Un niño y una niña.
Cassie levantó la mirada sorprendida.
—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó, perpleja.
—He hablado con Angus.
—¿Por qué lo has metido en esto?
—Tenía que hacerlo para averiguar todo lo posible acerca de ti y de los gemelos sin tener que pedir formalmente información al departamento de personal de BarTec
—respondió en cierto tono burlón.
A ella le ardieron las mejillas de ira.
—No tenías derecho a meterte en mis asuntos.
—¿Vas a decirme ahora que los gemelos no son míos?
Ella contuvo las ganas de mentir y volvió a bajar la vista. No contestó.
—Eso me parece más sensato por tu parte, cara. Porque tal vez tenga lagunas, pero mi inteligencia se ha mantenido intacta. Sé sumar, y restar nueve meses con los dedos.
—Los gemelos fueron prematuros.
—Nacieron dos semanas antes de lo previsto —confirmó él—. También he
incluido eso en mis cálculos. No está mal, teniendo en cuenta que me he pasado todo el fin de semana sufriendo flashes de memoria, todos protagonizados por ti.
—¿Y qué quieres? ¿Qué me compadezca de ti? —inquirió, poniéndose en pie.
Fue un error hacerlo, porque se encontró frente a frente con él.
—No —contestó Harry—, sólo quiero que tú me confirmes la verdad.
Cassie fue a darse la vuelta, pero él la agarró del brazo. Intentó zafarse, pero el contacto de su mano en la piel la hizo sentir cosas que no quería sentir.
—Te odio, Harry.
—Eso ya lo veo. Por eso estás temblando y te está subiendo la temperatura corporal. El viernes por la noche deseé arrancarte el vestido y hacerte el amor mucho
antes de lo que lo hice. Te deseaba tanto que me ardía la cabeza. Conseguí abrirme paso a través de aquel extraño camino de confusión y deseo, y los dos nos fusionamos cuando te tuve desnuda debajo de mí, en mi cama, con nuestros labios
unidos.
Cassie giró la cabeza.
—¿Tan orgulloso estás de tu comportamiento que te gusta describirlo?
Sorprendida, vio que Harry se ruborizaba.
—Perdí el control —confesó él—. Y quiero disculparme si fui demasiado…
apasionado.
¿Demasiado apasionado? Ambos habían sido demasiado apasionados.
—Debí haberme disculpado justo después, pero volviste a hacer que me
desmayase y no volví en si.
—No quiero tus disculpas —replicó Cassie, zafándose por fin de él—. Y ya te he dicho que no quiero hablar de esto aquí.
—Entonces, cena conmigo esta noche. Así podremos hablar en terreno neutral.
—No —lo rechazó. Y luego se dirigió hacia la puerta.
—¿Y el sábado? Tengo que irme de viaje mañana y no volveré hasta el fin de semana. Cassie, no abras esa puerta hasta que no hayamos llegado a un acuerdo —le
advirtió—. Quiero conocer a mis hijos, y preferiría hacerlo con tu beneplácito.
Cassie se volvió a mirarlo.
—¿Me estás amenazando? —le preguntó, temblando de ira y preocupación.
Él frunció el ceño.
—No… A no ser que tú me obligues a hacerlo.
¡Así que aquello era una amenaza! Cassie se abrazó, deseó mandarlo a paseo, pero supo que no podía hacerlo. Harry era el padre de sus hijos. Si quería
conocerlos, ella no podía oponerse. No podía hacerle eso ni a los gemelos, ni a él. Sus propios sentimientos no contaban. Ellos, los tres, tenían derecho a conocerse.
¿Pero iba a significar eso que Harry iba a entrar y salir de su vida cuando
quisiese? ¿Iba a tener que verlo interactuar con las dos personas a las que quería más que a nada en ese mundo? A Harry se le encogió el corazón al verla tan tensa, debatiéndose. Sabía que
aquello era muy duro para ella. La había abandonado. La había rechazado de manera
brutal. No importaba que no recordase haberlo hecho.
Otra punzada de dolor hizo que se llevase la mano a la frente. Necesitaba
recordar, pero lo único que conseguía era tener aquellos fogonazos que lo dejaban sin sentido.
—Quiero conocerlos. Cassie —repitió en tono decidido.
—Hace tres noches ni siquiera sabías que tenía dos hijos. ¡Ni siquiera te
acuerdas de mí! Todavía no, no hasta que no esté segura…
—¿Segura de qué?
—De que de verdad quieres formar parte de sus vidas.
—¿En qué te basas para juzgarme?
—En que pasé dos semanas contigo y luego desapareciste durante seis años.
—¿Y tú sigues culpándome después de que te haya explicado lo que pasó?
Sí. Cassie tenía que admitir que así era.
—Mira —suspiró, aceptando que tenía parte de razón—. Sólo pienso que es
demasiado pronto para meter a los gemelos en esto. Son tan pequeños, tan vulnerables… Dejar que entres en sus vidas porque tienes curiosidad y porque tienes derecho a hacerlo no…
—¡Al menos admites que tengo derecho!
Cassie se humedeció los labios, asintió.
—Pero pienso que tienes que pensar mejor qué va a significar ese cambio en tu vida antes de que decidas conocerlos.
—Si son mis hijos, no necesito más tiempo para decidir nada.
—¿Si son tus hijos? Ves, ni siquiera estás seguro.
Ambos sabían que habían llegado a un puntó muerto. Harry suspiró con
frustración y se llevó la mano a la frente.
Cassie vio cómo palidecía. Estaba volviendo a ocurrir. La preocupación por él empezó a minar sus defensas. Le asustaba pensar en lo que aquel hombre podía hacer con ella, le asustaba aquel hombre llamado Harry Styles por el poder
que tenía sobre lo más importante en su vida: sus hijos y su trabajo. Harry Rossi
había sido una persona diferente. Más joven, menos intimidante.
Y todavía le daba más miedo lo que la hacía sentir. Estaba deseando acercarse a
él, se le había acelerado el corazón porque… se llamase como se llamase, seguía
habiendo la misma atracción entre ellos.
Se acercó y le tocó la mano.
—¿Estás bien?
—Sí.
Cassie separó los labios temblorosos para tomar aire antes de preguntarle:
—¿Has recordado algo más durante el fin de semana?
Harry negó con la cabeza.
—¿Has vuelto a ver a tu hermano… el médico? Él sonrió, le brillaron los ojos.
—Sé lo que me está pasando, Cassie. Mi memoria está intentando recuperarse.
Lo único que pueden hacer los médicos es recomendarme que tenga paciencia y que me exponga lo máximo posible a aquello que me haga recordar. Y ambos sabemos
que eres tú quien me hace recordar —alargó la mano y le acarició la comisura de los
labios—. Tu cara, tu pelo, tus brillantes ojos verdes, tu esbelto cuerpo y esta boca
suave que tanto deseo besar.
Cassie retrocedió un paso al oír eso último y él volvió a sonreír.
—¿No quieres ayudarme? —le preguntó—. Cualquier mujer compasiva se
acercaría y me daría un beso.
—¿Quién es Harry Rossi?
—Ah. ¿Siempre fuiste tan despiadada? —contestó él.
—No me acuerdo —replicó ella—. Dímelo tú.
—Te lo diré algún día, te lo prometo.
—Entonces, ¿quién es Harry Rossi?—insistió con firmeza. Deseando poder
darse la media vuelta y salir de allí.
—Yo soy Harry Rossi. Harry Styles Marchese Rossi —añadió—. No te
mentí, Cassie. Estoy tan acostumbrado a tener dos nombres, uno para los negocios y otro para mi vida privada, que no suelo pensar en ello. La familia Rossi no era pobre,
pero no podía igualar a la Marchese en riqueza y poder. Cuando mi bisabuelo casó a
su única hija con un Rossi, insistió en que los hijos de ésta llevasen su apellido.
Empecé a utilizar el apellido Marchese hace dos años, cuando murió mi padre. Hasta
entonces, había sido un Rossi…
Sacó dos tarjetas de visita, cada una con un apellido y se las dio.
—¿Y el otro nombre que has mencionado?
—Giancola. Es la unión de los nombres de mis tíos: Gianni y Nicola, los
hermanos de mi padre, en recuerdo a su memoria. Ambos murieron al nacer… —sin
poder evitarlo, levantó la mano y le apartó un mechón de pelo de la mejilla—. Eran gemelos, cara. ¿Ves como todo empieza a encajar?
Casi todo.
—Pandora me dijo que odiabas que le llamasen Harry.
Él rió.
—Es cierto, empecé a odiar ese nombre hace seis años. Hasta que tú volviste a mi vida, me llamaste así y todo empezó a tener sentido.
—Tal vez para ti, pero no para mí.
—Tal vez tenga lagunas, pero no sé por qué no me importa que tú utilices ese nombre. De hecho, me encanta cuando me llamas así. Es como si hubiese estado seis
años esperándolo.
—Y tal vez no habría ocurrido jamás si no nos hubiésemos encontrado en el restaurante —añadió Cassie, devolviéndole las tarjetas de visita.
—Quédatelas, por si necesitas llamarme.
Sus palabras le provocaron una estremecedora sensación de déjà vu y él debió de notarlo, porque suspiró.
—Tenía el teléfono móvil en el bolsillo el día del accidente. No volví a verlo
hasta que estuve recuperado. No ignoré tus llamadas de manera intencionada.
Pero tenía que haberlas visto antes o después. ¿Habría pensado que era una loca porque no se acordaba de ella? Tal vez ése había sido el motivo por el que la había rechazado tan brutalmente cuando por fin había conseguido hablar con él.
—Siento haber sido tan brusco contigo —murmuró Harry, como si le hubiese leído la mente—. Ojalá lo recordase. Siento que merezco recordar haberme
comportado mal —volvió a llevarse la mano a la cabeza—, pero te prometo que no volverá a ocurrir.
Cassie pensó que aquello eran sólo palabras, pero no le quedaba otra opción más que aceptarlas. Aunque siguiese estando molesta con él, no dejaría de ser el padre de sus hijos. Nada, ni siquiera una disculpa, iba a cambiar eso.
Así que apretó los labios, asintió y apretó con fuerza las tarjetas antes de ir hacia la puerta. Al llegar a ella, se detuvo.
—Voy a ir a ver a Angus el sábado —anunció—. Tal vez puedas pasarte tú
también. A los gemelos les encanta ir allí… Correr por el jardín… Es un lugar neutral.
—Sí… Gracias —respondió Harry. Cassie bajó la mirada. —Se llaman…
—Ya sé cómo se llaman, cara —la interrumpió—. Anthony e Isabelle…
Cassie asintió.
—Isabelle prefiere que la llamen Bella. Salió la primera, tres minutos antes que su hermano. La llamamos Bella porque fue como la llamó su hermano la primera vez que dijo su nombre —tuvo que hacer una pausa para tragar saliva. Los ojos se le
llenaron de lágrimas—. A él siempre le hemos llamado Anthony porque Bella siempre ha sabido decir su nombre. Pero… es que Bella es así, lista y rápida y… Que
tengas buen viaje y hasta el sábado.
Después de aquello no pudo quedarse allí ni un minuto más. Así que cruzó la puerta y experimentó otro déjà vu, que la llevó directa al viernes por la noche. Salvo que en ese momento estaba con la compostura hecha añicos y en una habitación llena de ojos que la miraban con curiosidad, en vez de en un restaurante vacío. Sintió que palidecía y miró a los ojos a Pandora Batiste, que la estaba
fulminando con la mirada.
La culpabilidad la hizo ruborizarse. Si aquella mujer era la amante de Harry,
tenía motivos para mirarla así. ¿Sabría lo que había hecho Harry el viernes por la
noche? De pronto, media docena de teléfonos empezaron a sonar a la vez y Cassie aprovechó para cruzar la habitación.
—Sí, Harry —oyó antes de salir.
Y supo que lo había hecho para desviar la atención de ella
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la novia olvidada
RomanceLa historia no es mía es una de las historias que me encantó y me gustaría compartir con ustedes