capítulo 5

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A Cassie se le olvidó cómo se respiraba. No había sido una broma. Harry no había sido ni siquiera irónico. Ella sintió fuego dentro y se le contagió la tensión que
sentía él. Tensión sexual.
Levantó la vista y vio que sus ojos ardían, haciendo que los suyos también se oscureciesen.
Quería decir algo cortante, despectivo, necesitaba decirlo, pero no le salían las palabras. Él le había dicho unos minutos antes que quería besaría de nuevo, y ella
había preferido ignorar la advertencia. En esos momentos, se sentía como un conejo
atrapado delante de un coche que le iba a pasar por encima. Había separado los labios para protestar, pero cometió el error de pasarse la lengua por ellos. Como si él hubiese esperado exactamente aquella señal, él gimió y levantó la mano para meter
los dedos entre su pelo.
Luego agachó la cabeza y la besó.
Después de aquello, nada volvió a tener sentido para Cassie, que se dejó llevar por las sensaciones. Soltó la toalla y se aferró a la pechera de su camisa, clavándole las uñas en el pecho caliente y sólido y entregándose al apasionado beso.
Sólo había pasado una noche en sus brazos, seis años antes, pero su cuerpo todavía la recordaba con toda su fuerza e intensidad. ¡Era como si nunca se hubiesen separado! A Cassie le latía con fuerza el corazón, le daba vueltas la cabeza, todos sus
sentidos estaban fuera de control. Se abandonó contra su cuerpo largo y fuerte, se apretó contra él.
Harry estaba intentando evitarlo. Sabía que no debía estar haciendo aquello.
No era justo, no estaba bien. Además, seguía encontrándose mal, aunque había intentado ocultarlo. Sintió que su ordenado mundo se desbarataba con aquella bella criatura llamada Cassie Janus.
Intentó apartarse, alejarla de él, pero aquélla había sido una noche de
experiencias desbocadas, admitió mientras le acariciaba los hombros y la abrazaba contra él. Luego la levantó del suelo y profundizó todavía más el beso.
Sintió las duras puntas de sus pechos clavándosele a través de la camisa. Se dio la vuelta y la sacó del baño. Fue hasta su dormitorio y cayó con ella en la cama.
Nunca había sentido algo tan fuerte por una mujer. Nunca había deseado tanto a una. Ella se arqueó bajo su cuerpo y él se puso de lado y notó que le temblaban los dedos al intentar bajarle la cremallera del vestido.
Este se deslizó por su cuerpo, dejando al descubierto los pechos cremosos de
Cassie, que al notar el aire frío en ellos intentó entrar en razón.
—Harry, ¡no podemos hacerlo!
Él no debió de oírla. Estaba como hipnotizado por sus pechos. Tomó uno de ellos con la mano y luego acercó los labios. Y unos segundos después Cassie había vuelto a perderse en el incontrolable deseo que sentía por él.
Le desabrochó la camisa con urgencia y le acarició el pecho musculoso y él
tembló y murmuró algo contra su boca. A Cassie le sorprendió la fuerza de su propio deseo. Dejó de luchar contra lo que estaba sintiendo, dejó de intentar ignorar las sensaciones salvajes que le producían sus caricias. Estaba desesperada por acariciarle
todo el cuerpo. Apenas se sorprendió al darse cuenta de que, de repente, ambos estaban desnudos. Él le acarició el vientre y luego siguió bajando la mano, metiéndola entre sus muslos. Y ella tembló y gimió y le pidió con sus manos y su cuerpo que siguiese.
Y eso que sabía que debía parar aquello, pero no tenía la fuerza de voluntad
necesaria para hacerlo y sus caricias la estaban volviendo loca.
—Ah, Dios, Harry, por favor…
Él se puso encima de ella. Sus ojos ardían de pasión, respiraba con rapidez y gimió justo antes de volver a besarla. Luego la penetró de un solo empellón,
haciéndola gritar.
—Per Dio —gimió él.
Y Cassie sintió que las estrellas empezaban a estallar en su cabeza al notar que se movía. Le clavó las uñas en los brazos, como si necesitase aferrarse a él para seguir
con vida. Fue tan insensato, tan salvaje, que cuando llegó al clímax se puso tan tensa que Harry tuvo que sujetarla para que pudiese seguir soportando su peso.
Después, se quedaron tumbados, aturdidos. Cassie no quería pensar, no quería bajar de la nube en la que estaba porque sabía que la esperaba un buen golpe.
Harry estaba tumbado encima de ella, abrazándola, sin fuerzas. No debían
haber hecho aquello y unas imágenes extrañas flotaban por su dolorida cabeza. Era la primera vez que perdía así el control, no sabía cómo había pasado, ni por qué. Era como si otra persona se hubiese metido en su cuerpo.
Y estaba volviendo a tener recuerdos, puertas que se abrían y se cerraban
violentamente en su mente. Gimió.
—Dio —rió, intentando quitar tensión al momento—, ¿Acaso salimos en algún momento de la cama?
Cassie, que seguía debajo de él, se sintió molesta por el comentario y lo empujó, se incorporó y le dio una bofetada.
Luego se quedó respirando entrecortadamente, horrorizada por su propia violencia.
—¿Te estás refiriendo a la única noche que pasamos juntos antes de que me dejaras? —le preguntó—. Te encanta comportarle como un machote, ¿verdad, Harry? Te pasaste dos semanas cortejándome y luego, después de una noche conmigo, con tu misión cumplida, me olvidaste, me dejaste embarazada y te marchaste.
Harry, que se había dejado caer de espaldas a su lado, se tomó aquellas
palabras igual que se había tomado la bofetada, con tranquilidad. Y el hecho de que no reaccionase sólo consiguió que a Cassie le entrasen ganas de golpearlo de nuevo.
Pero, en vez de hacerlo, salió de la cama con piernas temblorosas y buscó algo con lo que taparse. Vio la camisa de Harry tirada a un lado de la cama y se estremeció, prefería que la quemasen viva antes de ponerse algo suyo. ¿Cómo se había atrevido a hacer una broma acerca de lo que acababa de ocurrir? ¿Y cómo había
ocurrido? ¿Cómo había permitido que volviese a seducirla? Tomó una almohada de la cama y se tapó con ella. Sintió ganas de llorar. Se odiaba a sí misma y lo odiaba a
él. Y casi no se tenía de pie.
Hizo acopio de fuerzas y empezó a recoger su ropa, negándose a mirarlo,
negándose a fijarse en que seguía tumbado, sin decir nada, con la mano de nuevo en la frente.
Luego fue hacia la puerta. Tenía que marcharse. Tenía que…
—No puedo creer que te hiciese eso.
Ella se detuvo, temblorosa, en la puerta.
—¿No puedes creerlo o no quieres creerlo? —replicó.
Sin pensarlo, se giró a mirarlo y vio que estaba poniéndose en pie. Al ver su cuerpo desnudo, sintió que se derretía.
¿Por qué tenía que ser él, el único hombre que la pusiese así?
—Me parece, Harry, que el mayor problema es que no quieres conocerte a ti mismo, por eso me parece que tu pérdida de memoria no es más que una farsa.
Él levantó una mano con violencia para hacerla callar. Cassie se quedó inmóvil y vio cómo iba hacia una puerta y desaparecía tras ella, dejándola sola y disgustada
por haber permitido que la tratase así… otra vez.
Se le escapó un sollozo y dejó caer la almohada antes de darse la vuelta y correr hacia el cuarto de baño donde había empezado todo. Las luces le hicieron daño en los ojos mientras se vestía. No había encontrado las medias, pero le daba igual.
Sólo quería salir de allí sin tener que volver a verlo. Al ir hacia la puerta se vio en el espejo y las lágrimas llenaron sus ojos. ¡Parecía una borracha, con los labios
hinchados y las mejillas rojas! Estaba despeinada y tenía los ojos tan oscuros que parecía que se había estado drogando.
Bueno, en cierto modo, lo había hecho. Se había dejado llevar por la droga del sexo irresponsable, y nunca se había sentido tan mal. Abrió la puerta del baño, recorrió el pasillo y fue al salón con la intención de recuperar su bolso y marcharse
de allí.
Se quedó inmóvil al ver a Harry.
Estaba al lado de un mueble abierto en el que había varias botellas y copas. Se había puesto los pantalones y la camisa, pero no se la había abrochado del todo, estaba descalzo y despeinado. Su rostro estaba pálido, pero sujetaba con fuerza una
copa en la que no había agua.
—Whisky —dijo, al captar la dirección de su mirada—. He decidido que
prefiero convertirme en un borracho antes de que vuelvas a darme otro susto.
—No va a haber más sustos —dijo ella.
—¿Eso piensas? —preguntó él, pasándose la mano por el pelo—. Intenta entrar en mi cabeza, cara. Es un campo de minas, de sustos y preguntas.
Dio un trago a su copa.
En ese momento, la personalidad de Harry había vuelto a cambiar. Había sido el ultra sofisticado hombre de negocios y el hombre encantador. Había sido el hombre débil, el fuerte, el vulnerable y el apasionado. Y en esos instantes, era cínico
y distante. Era como si hubiese recuperado sus defensas.
Y tal vez eso no fuese tan malo. Cassie deseó tomar su bolso y marcharse, pero seguía pegada al suelo, preocupada, porque veía en su rostro que no estaba bien, y estaba muy pálido.
—Harry, por favor, no te bebas eso —murmuró con voz temblorosa—. No
creo…
—Dime, ¿en qué fecha dices que estuvimos juntos? —la interrumpió.
—¡Estuvimos juntos!
—De acuerdo, pues dime cuándo fue.
Cassie tomó aire y le dijo la fecha. Harry pareció estremecerse.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Ya te lo he dicho…
—Pues repítemelo. ¿Durante cuánto tiempo?
Ella apretó los labios, tenía que traspasar la barrera de la vergüenza antes de contestar.
—Dos semanas.
—Dos semanas —repitió Harry. Luego se dejó caer en la silla más cercana y se llevó la mano a la frente—. ¿Quieres decir que concebimos unos gemelos en sólo dos semanas?
—No —respondió ella, acercándose también a una silla para sentarse—.
Tardaste dos semanas en convencerme para que me metiese en la cama contigo, y sólo una noche en concebir a los gemelos. A la mañana siguiente me dijiste que tenías
que volver a Florencia. Me prometiste que volverías en un par de días, pero no lo
hiciste.
—No pude volver. Tuve el accidente y, al parecer, perdí seis semanas de mi
vida.
—¿Quieres parar ya, Harry? —dijo ella enfadada—, ¡Tus semanas perdidas no tienen nada que ver con esto!
Él levantó la cabeza.
—¿Cómo puedes llegar a esa conclusión?
—También te lo he dicho ya —gritó ella—. Te llamé a tu teléfono móvil. Casi no me dejaste ni hablar. Me dijiste que no me conocías y que no volviese a llamarte…
Harry se puso en píe.
—Me diste calabazas —continuó Cassie—. En otras circunstancias, me habría
dado igual, pero estaba preocupada por mí y por… los gemelos. Acababa de enterarme de que estaba embarazada e intenté contártelo, pero me colgaste el teléfono.
—¡No me acuerdo de esa llamada! —dijo él enfadado.
La miró a los ojos.
—Esa conversación tuvo lugar ocho semanas después de que me dejaras,
Harry. ¿No me dirás ahora que perdiste la memoria durante ocho semanas en vez de seis?
Después de aquel comentario sarcástico, se hizo el silencio y Cassie se preguntó por qué se estaba molestando en repetírselo todo. De todos modos, él seguía sin reaccionar.
—Aunque no te acuerdes de mí —continuó—, cualquier hombre un poco más sensible al menos habría barajado la posibilidad de que hubiese existido durante esas
semanas perdidas —ella había estado tan asustada, que casi le había suplicado que la escuchase—, pero a ti el tema no te interesaba lo más mínimo, ¿verdad? Él siguió callado.
Cassie pensó que debía de ser porque ya no podía seguir defendiéndose.
Se levantó y fue a por su bolso.
—Hazme un favor y mantente alejado de mí —balbució, temblorosa—. Si
decides que quieres tener contacto con mis hijos, tendrás que pasar por mi abogado,
porque no quiero que te acerques a ellos.
Y después de aquello, iba a marcharse. No iba a volver a mirar atrás.
Se dirigió hacia la puerta y oyó que algo se caía. Se giró, sabiendo lo que iba a ver, y se encontró con Harry tirado en el suelo del salón.
Volvió a repetir la acción del restaurante, se arrodilló a su lado casi sin darse cuenta.
—Harry… —lo llamó, alargando una mano temblorosa para tocarle la mejilla. Estaba muy frío.
Se levantó y corrió hacia la cocina. Un minuto más tarde estaba de vuelta con un paño húmedo y un vaso de agua que no servía para nada, ya que Harry no había vuelto en sí.
—Venga, Harry… —lo alentó, llevando el paño húmedo a su frente y a sus
labios. Lo tocó porque necesitaba tocarlo, pero sin saber qué debía hacer para ayudarlo.
Pasó otro minuto y él siguió sin moverse. Cassie pensó que tenía que llamar a un médico, tal vez a una ambulancia. Buscó su bolso, que estaba tirado en medio del
salón. Estaba a punto de incorporarse para ir a buscarlo cuando otro teléfono empezó a sonar. Miró hacía la chaqueta de Harry, que estaba donde él la había dejado al
llegar, en el respaldo de una silla.
Sin pensarlo, alargó la mano, tomó la chaqueta y buscó el teléfono en ella.
—Harry, soy Gio. Acaban de llamarme de…
—Oh, gracias a Dios —dijo Cassie aliviada—. Gio, soy Cassie. Harry ha vuelto a desmayarse. Necesita un médico o…
—Yo me ocuparé —respondió Gio, sin pedirle más explicaciones—. En un par de minutos habrá alguien allí.
Cassie se sentó al lado de Harry y pasó los siguientes cinco minutos asustada,
abrazándose las rodillas con un brazo mientras apoyaba la otra mano en el pecho de él, donde podía sentir el reconfortante latir de su corazón. Todavía no había vuelto en sí cuando llamaron al timbre y se levantó a abrir.
Gio estaba en la puerta, con el hombre que habían visto en la entrada del
edificio.
—Este es Marco, el…
—El hermano, sí. Ya lo sé —lo interrumpió Cassie, sonriendo al otro hombre, que no le devolvió la sonrisa.
—¿Dónde está? —preguntó éste bruscamente.
—En… en el salón —contestó ella, sorprendida por su actitud.
Él entró en el apartamento.
—Marco también es médico —le explicó Gio mientras entraba.
Cassie empezó a entender la brusquedad de Marco. La discusión entre los dos hermanos debía de haber sido acerca del desmayo de Harry en el restaurante.
Alguien debía de haber avisado a Marco para que lo examinase, pero Harry debía de haberle dicho que se fuera.
Siguió a ambos hombres y se sentó en una silla del salón, desde donde observó cómo se arrodillaban al lado de Harry. A ella el corazón le latía muy despacio. Le daba la sensación de que estaba entrando en estado de shock, porque no sentía nada en absoluto.
Incluso cuando Harry mostró signos de recuperación, siguió sin sentir nada.
Lo vio sentarse, sujetándose la cabeza con ambas manos. Su hermano le estaba diciendo algo en voz baja y Harry respondía en el mismo tono, en italiano. Los tres hombres parecían saber lo que había ocurrido, aunque ella seguía sin tener ni idea.
Sabía que lo que le había pasado a Harry no era normal.
Entonces, oyó que Marco le decía que tenían que meterlo en la cama.
De pronto, Cassie se levantó, como si acabase de entrar en razón. Sin decir una palabra, entró en la habitación de Harry e intentó ordenarla un poco antes de que entrasen los demás.
Encontró sus medias y los calcetines de Harry, y recordó que estaba descalzo.
Gio y su hermano debían de estar preguntándose por qué…
«¡Para ya!», se dijo a sí misma, intentando acallar a su conciencia. Entonces, un sonido al lado de la puerta hizo que levantase la mirada.
Harry estaba apoyado en el marco.
—Veo que los dos estamos en la misma longitud de onda, para variar… —comentó al ver la habitación ordenada.
—Tienes un aspecto horrible —contestó ella, incorporándose.
—Me siento horrible —hizo una mueca—. Lo siento. ¿He vuelto a asustarte?
A ella no le salían las palabras, así que tragó saliva y asintió. Luego, le dio la
sensación de que Harry iba a caerse otra vez, así que se acercó y le pasó un brazo por la cintura.
—Tienes que meterte en la cama.
Él le puso el brazo encima de los hombros.
—Sí.
—Voy a llamar a tu hermano y a Gio para que le ayuden…
—No, les he dicho que se marchen.
—¿Por qué?
—Porque su presencia aquí te incomodaba.
—¿Y qué más da eso? Tu salud es más importante que mi vergüenza. Hace
cinco minutos estabas inconsciente… ¡otra vez!
—Pero ya no lo estoy —respondió él—, aunque no sé si podré seguir en pie
mucho tiempo más, así que si me ayudas…
—Ah —Cassie lo agarró con más fuerza—. Vamos a la cama.
—Es la mejor invitación que me han hecho en todo el día…
—¡No te atrevas a hacer otra broma al respecto! ¿Sabes lo horrible que ha sido ver cómo te caías? ¡Pensé que estabas muerto! Pensé que te había dado un infarto, o algo y…
—De acuerdo, de acuerdo —la tranquilizó Harry—. No llores, valiente Cassie.
Sólo ayúdame a llegar a la cama.
Ella apretó sus temblorosos labios y lo ayudó. Era cierto que era valiente.
Aunque sentada a su lado, en el suelo del salón, se había sentido impotente y asustada.
Al llegar a la cama Harry quitó el brazo de sus hombros y se dejó caer.
Sin decir una palabra, Cassie apoyó una rodilla en la cama para agarrar la
colcha y taparlo.
—No tengo frío —le dijo él, atravesándola con la mirada.
—Pues estás frío —insistió ella.
—Pensé que no querías volver a acercarte a mí.
Era una provocación, realizada con voz suave y ronca y que hizo que los
músculos del corazón de Cassie se agitasen como respuesta. Abrió la boca para
insistir en que no quería estar cerca de él, pero al final suspiró y se sentó a su lado en la cama, bajando los hombros en señal de derrota.
—Cuéntame qué te pasa —le pidió.
Él estuvo callado tanto tiempo que Cassie pensó que se había dormido, pero cuando giró la cabeza para mirarlo vio que la estaba observando con aquellos ojos
injustamente cautivadores. Entonces se le hizo un nudo en el estómago porque se dio cuenta de que seguía enamorada de él.
—Ellos sabían lo que te pasaba. Gio y tu hermano, el médico —añadió—. Lo vi en sus caras cuando les abrí la puerta. Durante el noventa y nueve por ciento del tiempo eres tan fuerte y vital que ni un tanque podría derrumbarte… —sin darse cuenta, apoyó la mano en su pecho, encima de su corazón—, pero te he visto desplomarte dos veces, y frotarte la frente antes de que ocurra, como si…
—Me doliese. Sí, me duele —terminó Harry por ella—. El accidente de tráfico me dejó… una presión en el cerebro que aparece de vez en cuando.
—Entonces, ¿no soy yo la causante del problema?
Sonó tan vulnerable al decir aquello, que Harry suspiró y puso una mano
encima de la de ella.
—A veces duele mucho…
—¿Tanto que te desmayas… mucho?
—No. De vez en cuando. Raramente. A veces tengo recuerdos, que vienen
seguidos de…
—Un desmayo.
—Sí.
—¿Y no se puede hacer nada para evitarlo?
—¿Por qué no hablamos mejor de los gemelos?
¡Los gemelos…! Cassie tuvo que volver de nuevo a la realidad.
—Vaya —dijo, poniéndose en pie de un salto. ¡Había vuelto a olvidarse de ellos!
Se miró el reloj—. Es tarde. Tengo que irme…
—¿Para relevar a la canguro? —preguntó él, otra vez serio.
—Sí.
Cassie miró a su alrededor e intentó recordar dónde había puesto sus medias para que nadie las viese.
—Jenny es muy buena, pero le prometí que volvería a casa sobre las doce…
—Como Cenicienta.
—No… como una madre soltera que valora a una buena canguro y no quiere abusar de ella.
Harry se miró el reloj y frunció el ceño, sólo faltaban quince minutos para las doce de la noche. Se destapó y fue a incorporarse.
—Yo te llevaré…
—¡No! —gritó Cassie—. ¡Quédate donde estás! Llamaré un taxi…
Él lo miró como si le hubiese ofendido.
—¡O te llevo yo, o aceptas que le lleve mi chófer!
—Está bien, que me lleve tu chófer, pero no hace falta que grites.
—Grazie —dijo él entre dientes, alargando la mano para tomar un teléfono que había al lado de la cama.
Marcó un número y le dio la espalda.
Para ella aquel gesto fue como otro rechazo, así que salió de la habitación. Cada vez que tenían una conversación, pasaban de estar tranquilos a montar en cólera sin más preámbulos. En esos momentos, ya no sabía lo que pensaba, ni por qué estaba esperando en el pasillo mientras él hacía la llamada.
Cuando lo vio aparecer, no pudo evitar preguntarle:
—¿Seguro que estarás bien solo?
—No me hagas parecer tan patético —replicó Harry—. Y deja de mirarme conesos ansiosos ojos de color esmeralda, porque me excitas. Haz algo sensato,
márchate, Cassie.
Le abrió la puerta y se quedó allí, esperando a que saliese.
Así que ella se fue, con los labios apretados, temblando. Harry se quedó en la puerta y la observó hasta que las puertas del ascensor estuvieron cerradas. Entonces,
Cassie abrió la boca y permitió que sus labios temblasen, y dejó que los ojos se le llenasen de lágrimas.

la novia olvidadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora