Al salir del coche y darse cuenta de que el chófer había aparcado en Bond
Street, Cassie se ruborizó todavía más. Por un momento, se quedó helada, consciente de que casi no le había dado tiempo a abrocharse la blusa.
Y estaban delante de una de las joyerías más famosas de Londres. Miró el escaparate, pero no vio ninguna de las joyas exhibidas en él porque estaba mirando
su propio reflejo.
Volvía a parecer una loca, despeinada, con los labios hinchados y la mirada
perdida. Miró a Harry y vio que estaba muy contento con lo que veía, ya que le sonrió. Su aspecto era el mismo que cuando había aparecido delante de ella en el parque. Su ropa estaba impecable, seguía peinado. No obstante, lo había visto ajustar
ciertas partes de su anatomía antes de abrir la puerta del coche.
Y aquello no aplacó el calor que sentía en las mejillas, ni entre las piernas.
—De verdad, te odio —susurró mientras esperaban a que el guardia de seguridad les abriese la puerta de la tienda.
—Lo sé… —contestó él, dándole un beso en la oreja— y me encanta, amante mía. Estoy deseando seguir disimulando.
Con aquella promesa en mente, entraron en la tienda. Enseguida los condujeron
a una habitación donde les enseñaron diamantes, rubíes y zafiros. Él rechazó las esmeraldas con un gesto.
—No pueden competir con tus ojos, bella mia —le dijo, levantándole el rostro para que lo mirase, sonriendo.
Era un hombre diferente, despreocupado, más expresivo, comunicativo. La
envolvió en diamantes, collares, pulseras y la hizo sonrojarse cuando le colocó un enorme diamante blanco entre los pechos.
—¿Quieres parar? —murmuró Cassie—. No voy a permitir que me compres
nada. ¡Y me siento como una imbécil!
—Voy a comprarte éste —dijo él—. Y voy a comérmelo en nuestra noche de
bodas, mientras te como a ti.
—Estás loco.
—Loco —no fue necesario añadir «por ti».
Cassie supo que había empezado a enamorarse profundamente de él otra vez, ya que era el otro Harry. El Harry al que había conocido seis años antes: relajado, alegre, bromista, encantador. El Harry del que se había ido enamorando en dos
semanas. Aquél era el Harry feliz. Cassie se dio cuenta de lo infeliz que había sido desde que se habían vuelto a encontrar. ¿Cuál era el motivo de aquel cambio?
Dejó de luchar contra él. Había accedido a convertirse en su esposa. Y no por los gemelos. Tal vez no se acordase de ella, pero la conocía. Y en esos momentos
estaba cortejándola.
Aquello tenía que significar algo. Tenía que significar que, si recuperaba la
memoria, no iba a ser para revelar algo horrible.
Eligieron un anillo con un diamante y unas alianzas a juego.
Después de aquello, Harry volvió a cambiar de idea y se la llevó a comer a una tasca, donde tuvieron que quedarse de pie, rodeados de gente, aunque ni se enteraron porque estaba hablando, hablando de verdad, como en el pasado, de todo y de nada.
Absortos.
Tocándose todo el tiempo sin darse cuenta, jugando los dedos de él con los de ella, acariciándole la mejilla, el pelo. Ella dándole trozos de manzana del postre en la boca, asegurándose de que le mordisqueaba en cada ocasión las puntas de los dedos.
Y el magnetismo sexual que había entre ambos los envolvió.
Era como si estuviesen recreando la primera tarde que habían pasado juntos sin ser conscientes de ello. Y Cassie cayó bajo su hechizo. Luego volvieron paseando a
Bond Street, agarrados, y Cassie esperó que empezasen las compras, pero él le dijo que ya lo harían al día siguiente.
Y eso le gustó, porque significaba que también pasarían el día juntos.
Todo fue bien hasta que Harry la acompañó a su apartamento y vio por
primera vez cómo vivían.
No dijo ni una palabra al mirar el viejo sofá, la televisión, los muebles. Su mirada lo decía todo.
—No seas tan esnob, Harry —le dijo ella—. Hemos sido muy felices aquí.
Atravesó la habitación y el pequeño pasillo hasta llegar a su dormitorio.
Ruborizada y con la dignidad alborotada, abrió el armario para colgar la chaqueta.
Un ruido detrás de ella la hizo girarse y cerrar el armario. Harry estaba en la puerta, mirando la habitación con la misma expresión que el salón.
—Si buscas una colcha rosa, ve a la otra habitación —comentó Cassie,
intentando aliviar la tensión reinante.
Él ni siquiera esbozó una sonrisa. Dio un paso al frente, abrió el armario y
observó lo que había en él.
Luego lo cerró, se dio la vuelta y salió de allí. Cassie intentó luchar contra la ira que había provocado aquello antes de seguirlo. Había ido a la habitación de los gemelos, donde parecía haberse quedado petrificado. Un lado de la habitación era
todo rosa y el otro, estaba lleno de lunas, cohetes y astronautas.
—¿Qué esperabas? —espetó Cassie, dolida por su actitud—. ¿Un maldito
palacio? Harry se giró a mirarla. Volvía a estar pálido, pero en esa ocasión, de desdén.
—¡Es nuestra casa! —exclamó ella enfadada—. ¡No se te ocurra meter tus ricas narices en ella!
—No…
—Sí, lo estabas haciendo, pero no te preocupes, Harry. Bella está deseando que llegue el día en que su maravilloso padre nos saque a todos de aquí para llevarnos a
su castillo. Así que, si no tienes un castillo, te aconsejo que lo vayas comprando. ¡Te adorará por hacer realidad su sueño! Anthony tal vez no, lo que más le preocupa es
que no habla italiano. Y no creo que sueñe con que tengas un cohete para ir a las estrellas.
Dicho aquello, se dio la vuelta con los ojos llenos de lágrimas.
—Ya tengo un castillo.
Cassie se quedó parada en la puerta.
—Y mi propio avión. Tengo varias residencias en lugares exóticos, un par de helicópteros, un yate y una isla en el Caribe —añadió, casi como si quisiera disculparse por ello—. Lo que no tengo es lo que tú tienes aquí, un hogar. Calidez y
desorden —suspiró con impaciencia, haciendo que ella lo mirase—. Voy a tener que pensar mejor lo que quería hacer para impresionaros a ti y a los gemelos cuando lleguéis a Florencia… —apretó los labios—. Supongo que no te gustó nada mi piso de Londres.
—Me recordó a un enorme mausoleo —admitió Cassie en un murmullo,
todavía a punto de llorar—. Siento… haber malinterpretado tu reacción, pero…
—Ahora tienes un problema.
Cassie lo miró a los ojos y él se acercó y la abrazó.
—Ya te advertí que no debías sentir lástima por mí —comentó Harry
acariciándola.
Ella sacó la lengua para humedecerse los labios, y Harry la capturó con los
suyos. La hizo retroceder para salir de la habitación y Cassie tuvo que agarrarse a sus
brazos para mantener el equilibrio, porque la estaba besando de verdad.
Sintió la rapidez con la que a él también le latía el corazón, su calor, el control de sus atributos masculinos para hacerla derretirse. Oyó que se cerraba una puerta y se dio cuenta de que era la de su dormitorio.
Hizo acopio de fuerzas para apartarse de él.
—No podemos.
—Sí podemos —insistió él—. Debemos —añadió, besándola en el cuello.
—Pero el colegio… ¡Los gemelos!
—¿Cuánto tiempo tenemos? —le preguntó Harry.
Cassie intentó pensar sin apartar la mirada de sus ojos. No se fiaba de él.
Todavía sentía su erección contra el abdomen, y su propio cuerpo estaba
descontrolado.
Intentó respirar. Harry estaba esperando una respuesta.
—Media hora —contestó—. Jenny, mi vecina, los recoge, así que tal vez
cuarenta y cinco minutos…
—Puedo trabajar con esos parámetros —dijo él con arrogancia.
Y luego empezó a quitarse la corbata, sin dejar de mirarla. Se desnudó con
gracia y rapidez, y ella se quedó sin habla, sin respiración.
—A decir verdad, no iba a hacerlo —admitió mientras se quitaba los
pantalones.
—¿El qué? —preguntó Cassie sin dejar de mirarlo.
—Hacerte el amor antes de casarnos. Iba a esperar, a hacerte desearme tanto que no pudieses cambiar de opinión.
—Eres un arrogante —le dijo ella mientras se quitaba la blusa y se
desabrochaba el sujetador.
Harry atrapó sus pechos con las manos y se los llevó a la boca. Ella gimió de placer. Y Harry absorbió aquel gemido con los labios. Sus manos siguieron las suaves curvas de su cuerpo hasta llegar al trasero, que le agarró para apretarla contra
su cuerpo. Luego, con cuidado, la tumbó debajo de él en la estrecha cama.
No volvieron a hablar, no tenían aliento para hacerlo. Le acarició los muslos y metió la mano en su interior. Entonces descubrió que estaba preparada para recibirlo.
Débil, inquieta, aferrándose a él, rogándole con la mirada fija en la suya. Harry la acarició para darle placer observando cómo se deshacía por él. A Cassie no se le
ocurrió que el hecho de darle placer a ella aumentase el suyo hasta que vio que él también se desmoronaba. Lo vio tomar aire y recorrerla con la vista en un acto de fiera posesión que rayaba en lo salvaje. Ella protestó cuando Harry dejó de hacer lo
que estaba haciendo, pero cuando la penetró, había perdido toda la cordura que le quedaba.
—Cassie… —murmuró contra su boca cuando la intensidad del acto lo absorbió a él también.
Ella le clavó las uñas en los hombros y sus pulmones lucharon por respirar. Era consciente de que estaba perdiendo el contacto con la realidad, y de que él lo estaba perdiendo con ella, consciente de que ambos habían llegado juntos al culmen de la
excitación y se estaban dejando llevar.
La última vez que habían hecho aquello había sido salvaje e incontrolable. En esa ocasión habían cruzado esas barreras y habían llegado a un nivel completamente
diferente. Cassie no podía moverse, no podía hablar, no le funcionaban las piernas, así que se quedó abrazada a su cuerpo caliente y sudoroso.
Harry le dio un beso en la mejilla y ella sintió que le temblaban los labios.
También le temblaron los dedos cuando se los pasó por el pelo para apartárselo de la cara. Ella consiguió abrir los ojos y vio que los suyos eran demasiado negros para ser
reales, que estaban ebrios de lo que acababan de compartir. No hablaron; sus ojos lo hacían por ellos. No sonrieron, no bromearon, no intentaron decir nada que los
hiciese llegar antes a la realidad, a la tierra, a la separación.
Las piernas de Cassie se relajaron por fin. Harry pesaba mucho, pero le
gustaba, le gustaba el modo en que sus pechos estaban aplastados bajo el de él y el modo en que su estómago le apretaba la pelvis. Harry la besó en los párpados, en la nariz, luego en la boca otra vez, y la tensión de los brazos de Cassie se fue relajando
poco a poco, le acarició los musculosos hombros, la línea de la mandíbula y los pómulos.
Así había sido su primera vez juntos, cada vez que habían hecho el amor
durante aquella larga y fructífera noche, en su cama rosa y estrecha.
¿Cómo podía haberlo olvidado? ¿Cómo podía haberlo borrado de su memoria como si fuese algo que no mereciese la pena recordar?
Llamaron al timbre y Cassie volvió al presente con brusquedad.
—Oh, Dios mío, los gemelos —gimió, apartándolo de ella con la fuerza de diez mujeres y poniéndose en pie.
Todavía tenía las piernas adormecidas, así que le costó ponerlas en movimiento.
Tomó su bata, que era lo que más cerca tenía, y se la puso. Cuarenta y cinco minutos… ¡Se habían perdido juntos durante cuarenta y cinco minutos! Se mareó sólo de pensarlo.
—¡Por favor, muévete. Harry! —le gritó al ver que seguía tumbado y desnudo en su cama.
Cassie apartó la vista de él y salió de la habitación mientras intentaba peinarse con mano temblorosa. Abrió la puerta y se encontró a sus dos hijos y a su vecina.
—¡Papá está aquí! —gritó Bella emocionada.
—¡Hemos visto su coche fuera! —añadió Anthony.
Jenny no dijo nada, aunque sus ojos lo decían todo.
—Lo siento —le dijo Cassie—. Debí llamarte para…
Los gemelos entraron corriendo, ajenos al modo en que iba vestida su madre, con el único objetivo de encontrar a Harry, que había salido del dormitorio, aunque
Cassie habría preferido que se hubiese quedado escondido en él. Saludó a los niños sonriendo, acariciándoles la cabeza.
Cassie no sabía cómo lo había hecho en tan poco tiempo, pero se había puesto la camisa, los pantalones y los zapatos. Se fijó en que no llevaba calcetines, lo que casi la
hizo reír con histerismo. Estaba despeinado y llevaba los puños de la camisa sin abrochar. Él se dio cuenta de que lo estaba mirando y arqueó una ceja antes de abrazarla por la cintura.
Los gemelos no dejaban de hablar. Bella le había agarrado la otra mano y
Anthony estaba enredado entre sus piernas. Él miró a Jenny por encima de la cabeza de Cassie y comentó:
—Ah, la única persona del mundo a la que mi futura esposa le confiaría el
cuidado de nuestros hijos. Es todo un placer conocerla, señora Dean…
Desplegó todo su encanto en cada sílaba y Jenny no fue inmune a él. Cuando cerraron la puerta, la mujer, que llevaba cuarenta y cinco años felizmente casada, había sido seducida por un hombre capaz de hacer volver la cabeza a cualquier
mujer si se lo proponía.
—Ha sido horrible —murmuró Cassie, apoyándose en la pared, todavía
ruborizada.
—Por tu reacción, doy por hecho que tu vecina no está acostumbrada a
sorprenderle en este tipo de situación —dijo Harry.
Si lo había dicho en tono de broma, a Cassie no le había hecho ninguna gracia.
De repente, pasó de estar ardiendo a estar helada. ¿Había sugerido Harry que llevaba a casa a otros hombres… o se lo estaba preguntando?
Fuese lo que fuese, consciente de la presencia de los gemelos, intentó
controlarse.
—Perdona —susurró, zafándose de él y desapareciendo por la puerta de su
habitación.
¿Cómo se había atrevido Harry a insultarla de semejante manera? ¿Cómo se atrevía a hacer comentarios acerca de su vida amorosa?
Enfadada, se acercó a la cama y estiró la colcha con más violencia de la
necesaria. El suelo seguía lleno de ropa. Mientras la recogía, pensó en el dormitorio del apartamento de Harry. Tal vez sólo estuviesen hechos para compartir aquellas pérdidas de control.
¿Había hecho Harry aquel comentario porque él sí estaba acostumbrado a que lo sorprendiesen con los pantalones bajados? Se quitó la bata. Detrás de la puerta
cerrada de su habitación, podía oír a los gemelos hablando animadamente con él.
¿Cómo iba a haber tenido una vida sexual con dos niños rondando por allí? No había estado con nadie desde hacía seis años.
Y él todavía no había respondido a su pregunta acerca de Pandora Batiste. Era posible que se hubiese estado acostando con ella esa misma semana, en Florencia.
Sacó unos vaqueros y una camiseta de manga larga y pasó un par de minutos
recogiendo su ropa. Luego tomó la que quedaba de Harry y salió con ella al salón, donde lo que vio la dejó muerta.
Harry estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el sofá y las largas piernas estiradas debajo de la mesita de café. Bella estaba en su regazo, embelesada
con él. Anthony estaba de pie, al lado del hombro derecho de Harry, enseñándole muy serio a hacer un avión con una hoja de papel. En la habitación había pruebas de
que no era el primer intento, aunque Cassie dudaba que alguien con la capacidad de
Harry necesitase tantas oportunidades.
Harry tenía un brazo alrededor de su hija y la mirada fija en su hijo. ACassie
se le llenaron los ojos de lágrimas porque parecía maravillado con lo que Anthony le estaba contando. Los tres se estaban uniendo a su manera. Bella, con su innata naturaleza táctil, acurrucándose contra él, Anthony con su sentido práctico y sus
habilidades técnicas, Harry intentando satisfacer las necesidades de ambos para formar con ellos un trío.
Por primera vez en los cinco años de existencia de los gemelos, Cassie aprendió lo que era sentirse separada de ellos, y le dolió. Se dio cuenta de que los niños habían
echado de menos tener contacto con su padre. Y que Harry se había perdido muchas cosas al no conocerlos.
Se dio cuenta de que llevaba la ropa de Harry en el brazo, y de que su
intención había sido tirársela a la cara, pero eso habría podido quebrar el frágil vínculo que se estaba estableciendo allí.
Sin que la viesen, volvió a la habitación y dejó la ropa encima de la cama.
Después, fue a la cocina y se quedó allí, mirando por la ventana sin saber qué estaba pensando, ni qué sentía, sabiendo sólo que algo dentro de ella había cambiado.
Se dio cuenta de que sus hijos necesitaban un padre, necesitase ella o no un marido. Y que ella necesitaba a Harry aunque le costase reconocerlo.
—¿Qué te pasa?
Harry estaba en la puerta de la cocina. Cassie volvió la cabeza y lo vio con las
manos metidas en los bolsillos y la camisa todavía desabrochada. Parecía triste, cauteloso, como si hubiese captado su humor desde la otra habitación y se hubiese
obligado a ir a verla.
—¿Dónde están los gemelos? —le preguntó ella en voz baja.
—Viendo la televisión. Me he dado cuenta de que nos estabas observando.
Parecías… destrozada.
¿Destrozada?
—No —contestó ella, consiguiendo esbozar una sonrisa—. Me he dado cuenta de las cosas —se giró del todo para mirarlo, cruzó los brazos y se apoyó en el armario que tenía detrás—. ¿Qué va a decir tu familia cuando aparezcas en Florencia, casado
conmigo y con dos gemelos de cinco años?
—¿Mi familia? —repitió él frunciendo el ceño.
—Gio comentó la otra noche, en el restaurante, que tenías una familia muy numerosa —le explicó Cassie—. Dijo que, por ese motivo, se te daban bien las familias.
—Tengo madre, dos hermanas mayores y mi hermano Marco, no entiendo qué quieres decir.
Ella se encogió de hombros.
—Salvo a tu hermano, al resto nunca me los has mencionado. Ni en el pasado, ni en el presente. Me preguntaba cuál sería el motivo.
—Que hemos estado centrados en nosotros. Ya me parecía lo suficientemente complicado.
—¿Vendrán a la boda?
—No. He pensado que es mejor que sea una ceremonia íntima por respeto a los niños. No… sabía lo que iban a pensar de mí —esbozó una sonrisa—. No pensé que iba a tener que llaevarte a rastras al altar.
Cassie apretó los labios y asintió, tenía razón. La agitación emocional que
habían sufrido durante las últimas dos semanas no era propicia para presentaciones sociales.
—¿Sabe tu familia que tienes lagunas?
—¿Te importaría ir al grano, cara? Porque estoy perdido.
Cassie deseó poder hacerlo, pero ni siquiera ella sabía qué era lo que quería.
—Supongo que lo que me molesta es que, en realidad, no sabemos nada el uno
del otro —dijo, intentando aclararse—. Y estamos planeando casarnos, como dos adolescentes insensatos…
—El hecho de que tengamos unos gemelos de cinco años hace imposible que seamos unos adolescentes —bromeó Harry.
—Pero eso es sólo aritmética —dijo ella—. Yo todavía no te conozco y tú no te acuerdas de mí. Los gemelos se merecen un entorno familiar estable, no unos padres que se casen por su bien, pero que se arrepientan más tarde de su decisión.
—Yo no voy a arrepentirme de haberme casado contigo —declaró Harry con firmeza.
Cassie tomó aire.
—Bueno, pues yo pienso que deberíamos esperar.
—No.
—Me parece que sería mejor para los niños a largo plazo si…
—¡No! —repitió él enfadado—. Quiero casarme y quiero hacerlo ya. Los
gemelos esperan que nos casemos y no voy a permitir que estropees lo que estoy consiguiendo con ellos. ¿Qué te ha pasado desde que hemos hecho el amor?
«Buena pregunta», pensó Cassie. Entonces, se dio cuenta de qué era.
—Has dado por hecho que traigo hombres a mi casa —le dijo—. Si me
conocieses mejor, sabrías que yo jamás haría eso delante de mis hijos…
—Nuestros hijos…
—Y no me ha gustado que hicieses ese comentario como si no te importase si les había presentado a los niños un montón de tíos. ¿Qué crees que me hace pensar tu
actitud superficial acerca del sexo?
—Yo no practico el sexo de manera superficial —anunció Harry enfadado.
Luego, tomó aire. Se acercó a ella y levantó una mano para tocarle la mejilla—.
Cualquier mujer con experiencia sabría que un hombre no se desmaya con una mujer
que lo considera sólo un semental. Tú, mi amore, no eres una mujer con experiencia. Y por lo tanto me disculpo por mi comentario, que ha sido grosero e injustificado.
Cassie fue a hablar, pero él le puso la mano en la boca.
—No. Cállale y no busques más excusas para deshacerte de mí. Estamos hechos
el uno para el otro. Recuerda ese acto de fe.
¿Era eso lo que estaba haciendo? ¿Buscar excusas para librarse de él? Tal vez sí.
Le asustaba lo que había entre ambos.
—Tú me quieres. Y yo a ti. Ya trabajaremos en lo demás —dijo él con firmeza—.
Confía en mí. Confía en ti. Ambos queremos esto.
Y «esto» fue la clase de beso que ofuscaba por completo su cerebro. «Esto»
fueron sus manos acariciándole la cara. No era sexual, era tierno, tranquilizador y…
Cassie se dejó llevar por ello. Otra vez.
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la novia olvidada
RomansaLa historia no es mía es una de las historias que me encantó y me gustaría compartir con ustedes