05. ¿El francés es aburrido?

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Olivia

Dicen que cuando somos jóvenes amamos como jamás en la vida lo haremos de nuevo, por ello, escuchó bastantes quejas de personas mayores que nos reprimen porque algunos logran ver sus reflejos en cuerpos más jóvenes que cometen el mismo error, una y otra vez.

Amanda había tomado lo que sea que revolvió en su interior el enterarse de la situacion de Derek, había colapsado por las noticias a menos de la mitad del año escolar, es increíblemente triste como una persona puede estar sufriendo por dentro y por fuera enseñar una sonrisa al mundo.

Los padres de Amanda siempre habían sido capaces de darle una vida cómoda económicamente, aunque no es un secreto para nadie en la ciudad que la pareja apenas se dirigía la palabra, como si su único vínculo fuera su hija y sobre ella recaía el peso de una relación perdida y ese no era el único peso que tenía: clases extras, diferentes servicios sociales, siempre teniendo algo que hacer para llegar a casa y encontrar una mesa vacía con dos padres sentados a cada lado del sofá.

Derek se había quedado con ella el resto de la noche, no hablaban solo la mantenía en sus brazos. Por otro lado, yo había conseguido el trabajo en el restaurante, lo que pareció avergonzarle a Julia que se culpaba por no tener un empleo.

Amanda no asistió una semana entera a la escuela, las mañanas y las tardes las pasaba en el restaurante mostaza con Derek, quien pausaba su conversación cada que un cliente entraba e interrumpía tan amena conversación. Para ambos fue buena esa semana, por un lado Derek había podido notar que la madurez de Amanda había crecido, aunque conservaba viejos hábitos como formar barcos con las servilletas, había podido ser testigo de que esa pequeña niña que conoció se había convertido en alguien sumamente especial, aunque ella misma se negara a verlo.

Así mismo, Amanda reafirmó que Derek seguía siendo Derek, y eso calmó un poco su agitado corazón.

Cómo dije, había sido una semana tranquila para ambos. Lastima que no pude decir lo mismo.

Lunes por la mañana.

Esperaba en sobre la banqueta, a un lado de la avenida pero ni una mosca parecía pararse por allí. Era una mañana tranquila y el reloj de mi celular marcaba las 6:45 AM. Lucas ya debía estar en camino, ya debía de haber llegado. Los minutos corrían y mientras más pasaban más agitado estaba mi corazón. Debía venir, el debía venir.

Pronto una sombra se hacía presente en la avenida alumbrada aún por los faros de luz que pronto se apagarían.

—¡Estoy aquí! –gritó Lucas levantando su mano solo unos metros delante de mi.

Sin bicicleta, sin nada sobre sus manos. Solo el, con el cabello corto algo despeinado haciendo sonar su voz.

—Dime que la encontraste por favor. –dije con esperanza pero con la respuesta en mi interior.

—Aun no –replico. —Me tomara algo más de tiempo, pero mientras mi búsqueda da resultado tal vez podría acompañarte, es decir, vamos al mismo lugar.

He de decir que la expresión de mi rostro demostró algo de incredulidad y un sobresalto al mismo tiempo, en cuanto se percató añadió.

—Soy como esas canciones de viaje que utilizan para que el camino sea más corto, deberíamos darnos prisa, soy un gran conversador –finalizó y termino por sacar su celular de la chaqueta que usaba para evidenciar la hora y terminar de convencerme.

—Debes traerla lo más pronto posible.

El asintió con la cabeza y caminamos juntos por las calles camino a la escuela.

Lucas vestía con un pantalón negro y un impermeable color azul cuya capucha tapaba su desastroso cabello junto con tenis blancos.

—¿Por qué apareciste si no tenías la bicicleta? –pregunté después de unos largos minutos de silencio.

—Porque te dije que te vería está mañana, ya he dado suficientes malas impresiones.

—¿Y cómo sabes dónde vivo? –pregunte con el plan de desenmascarar las intenciones de Lucas Brown.

—¿Enserio no te lo imaginas? –replico.

Aunque fuéramos nosotros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora