Canto 1

5K 405 477
                                    

Cabello blanco que revoloteaba en el aire mientras que veía a aquel hombre que ella misma había formado para ser un rey.

Una espalda ancha que parecía cubrirlo todo, una espalda que vio como crecía y como se formó. La espalda de Arthur, el verdadero rey y el único que había alcanzado la cima en todo lo que pasó junto a ella.

¿Qué era aquella vista triste que le daba el hombre al momento de despedirse y mirarla con lástima?

Debería odiarla.

¿Por qué la miraba como si estuviera esperando que ella se moviera?

No lo hizo.

Se quedó viendo como el hombre se alejaba de a poco, a cada paso y cada movimiento antes de desaparecer por completo y dejarla sola.

Fue raro.

Una sensación de aburrimiento repentino llegó en su interior al momento de ver como Arthur dejaba su lado. No es como si realmente le hubiera disgustado la compañía del hombre hasta ahora, tampoco es que fuese una molestia o algo parecido.

Había sido una fuente de entretenimiento por un buen tiempo, una fuente en la que solo podía disfrutar por la forma en la que había visto el crecer del hombre, el ver a aquella figura tímida y diminuta a aquella montaña que ahora se cernía sobre los cielos cruzándolos como si fuese a tocar el sol.

¿La diversión que había obtenido todo este tiempo fue realmente una buena?

Podía asegurarlo, fue un entretenimiento que no se replicaría, ella lo sabía, ella sabía muy bien que no importara cuanto lo intentara o cuanto quisiera mover las cosas para que ese pequeño momento en el cual vio nacer aquella leyenda se volviera a repetir.

Ella sabía que aquel entretenimiento se había detenido para siempre. No es que él hombre la odiara en este momento o que representara una amenaza real hacia ella, pero ¿cómo no dudar en un futuro?

No podía confiar en nadie al final del día, no cuando ella estaba tan alejada de lo que había significado "humano" en todo sentido.

Alzó su cabeza y vio el sol cayendo ante ella, los rayos rojos tomaron presencia ante aquel sol amarillo brillante que había estado presente ante ella hasta ese momento.

Un atardecer que podría considerarse hermoso, pero solo era una partida para ella, un momento en el cual ella se quedaba sin nada más que su persona una vez más en busca de algo que ver o algo en lo que poder intervenir.

Pensaría con propiedad en las consecuencias de sus acciones en otro momento, ahora no tenía ganas de hacer algo.

Inclinó la cabeza, y miró aquel atardecer naranja pálido.

No le gustó aquel color, era demasiado oscuro para su gusto, casi sin vida, aunque quizá eso era lo que se podría considerar como el atardecer, como la muerte de la luz con el paso de la oscuridad, dejando aquel atardecer como nada más que un punto de vida y muerte juntas.

La sonrisa que siempre portó en su rostro se fue mermando cuando se dio cuenta de cómo el sol empezó a descender por completo y toda emoción junto con todo interés fue cayendo ante ese instante.

No había nada, no quedó nada en lo que pensar, ¿un mundo en el cual ella era reconocida y alabada?

No era malo de igual forma, a ella le gustaban los humanos, pero no es como si no pudiera ver la línea que se había dibujado ante ella y como no podía simplemente quitarse de la cabeza el hecho de que esa línea autoimpuesta no podía ser cruzada por más que quisiera.

¿Por qué pensó en cosas tan complicadas en este momento?, no es como si fuese un adiós final para ella o para Arthur, no es como si ella no pudiera divertirse de otra forma o buscar algo más que la pudiera mantener atrapada a un lugar.

Maldición de la diversiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora