L1 - Capítulo 4

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La biblioteca histórica de Düsseldorf estaba muy lejos de ser un lugar abierto al público, solo una élite tenía acceso a sus archivos y libros y pocos miembros de ella hacían realmente uso de sus privilegios, pues el bibliotecario no mostraba ningún deseo de prestar sus servicios a ningún ser vivo y la búsqueda de cualquier documento se convertía en una auténtica odisea que podía durar semanas sin resultado alguno.

Charles era en ese momento su único visitante asiduo y su entusiasmo y constantes preguntas habían provocado que el bibliotecario, si lo miraba, lo hiciese de mala manera.

Verlo aparecer ese día acompañado, no ayudó a que ganarse mayor simpatía.

—¿Quién es este joven? —preguntó el bibliotecario con evidente molestia, mirando a Hank y después al pesado maletín negro que cargaba.

—Es un colega de investigación. Me ayudará a transcribir unos textos —explicó.

El hombre no lo creyó y él lo sabía, pero los papeles de autorización hicieron que finalmente cediese y les dejase pasar, no sin antes murmurar, llamándolos despectivamente "científicos".

Charles condujo a Hank hasta la mesa habitual donde solía reunirse con Erik y ahí estaba él, esperándolo sentado en la silla con las piernas cruzadas, pero al verlo aparecer con alguien, se levantó bruscamente, como una fiera a punto de atacar.

El telépata se echó un poco hacia atrás, llevándose una mano a la sien mientras soltaba una exclamación de asombro antes de reírse.

—Tranquilo. Este es Hank McCoy, del que tanto te he hablado.

—Es un placer conocerle, señor Lehnsherr —dijo Hank con simpatía, aunque aún no podía verlo, y sin más dilación se agachó en el suelo y abrió el maletín, sacando los electrodos y comenzando a colocárselos en la cabeza a Charles, pero antes de que pudiese siquiera ajustar el segundo, el cable de metal se movió, retorciéndose en su dedo y apretándose como si se lo quisiese arrancar.

—Erik, no hagas eso —le pidió Charles con suavidad—. Hank ha venido a ayudarnos, estos electrodos no me hacen daño. Los conecta a mi cerebro porque queremos estudiar cómo son mis ondas cerebrales cuando me comunico contigo, ver si cambian a cuando me meto en la mente de otra persona —le explicó.

Los ojos claros de Erik seguían mostrándose ardientes, pero la poca fuerza que tenía se disipó y Hank pudo tener de nuevo el control sobre los electrodos, si bien miró con duda a Charles, preguntándose si debían continuar con aquello.

Charles asintió con la cabeza, dedicándole una sonrisa confiada.

—Eres una preciosa rata de laboratorio, Charles —lo elogió con malicia Erik cuando Charles tuvo colocados todos los electrodos en su cabeza.

—Un cumplido en esa frase, ¡qué detalle por tu parte! ¿Debo esperar flores por mi cumpleaños? —bromeó Charles, llevando los brazos a su espalda, plantándose con tranquilidad.

Hank se concentró en la lectura del aparato, intentando no prestar atención a los coqueteos que parecían haberse iniciado sin que él se hubiese dado cuenta.

—Mejor que por tu funeral.

Su ocurrencia hizo que la sonrisa de Charles se ensanchase.

—Sí, tienes razón. Mis favoritas son los narcisos, por si te interesa.

—Narcisos, por supuesto —respondió con burla, pues Erik sabía que Charles era vanidoso y a sus ojos tan hermoso como el joven que había dado nombre a esas flores.

Charles se ruborizó de placer por su ocurrencia aunque frunció el ceño ante los defectos que se le presuponían.

—¿Cómo vamos, Hank? —decidió cortar momentáneamente la conversación para no perderse en el mar de sentimientos encontrados que le producía la herida de su orgullo, que no era poco.

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