Esta mañana tengo una sed desconocida por el jugo de arándanos. Gracias al cielo tengo 20 minutos que bien pueden pasar sin pena ni gloria en la fila interminable de esta cafetería o que pueden darme mi objetivo.

Qué manera de empezar mi mañana.

—Lo siento, se ha acabado —me indica la dependienta. Y luego lanza una mirada fugaz a quien se ha llevado el último ejemplar de mi deseo irrefrenable. Le digo que no pasa nada, que puedo reemplazarlo con cualquier otra cosa.

Pero no es eso lo que importa.

Lo que importa es quién ha captado mi atención.

Como si fuera una réplica de mi hambre; un millar de emociones en tan solo un segundo, tan indescriptibles que llegan a doler.

Semanas después estoy en su cama. Ambos completamente desnudos. Ríos de ese jugo escarlata le recorren el pecho hasta sus oblicuos —y más allá—. La visión es demasiado enceguecedora como para que sea verdad. Todos mis sentidos están al borde del precipicio.

—Podemos hacer esto para siempre —me dice.

La ternura es expansiva.

Y mis labios siguen ese desbordamiento.

Hasta que el sueño se rompe y despierto. 

NUESTRAS CORONAS DE PAPEL (Precuela de «Lo que encontré cuando te perdí»)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora