Capítulo 7

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El café al que vamos tiene una vista sublime a uno de los canales. Estamos en la terraza donde hay guirnaldas por doquier, como lunas brillantes flotando sobre un lago. Yo soy una de esas luces flotantes. Así me siento con él.

¿Cuánto tiempo pasará hasta que esta belleza desaparezca?

A toda belleza le corresponde su miedo; es lo que he aprendido estos días. Solo que ese miedo no lo estoy experimentando ahora.

Es estar con él y quitarse las armaduras; no concibo otra forma de coexistir.

Con él estoy ligado a la magia cotidiana de las cosas. ¿Cómo le explico al miedo que no tiene oportunidad entre nosotros? Algunas personas tienen eso en sus cuerpos, en sus almas, el poder de multiplicar la paz. ¿Lo sabrá Zilé de sí mismo? No creo que solo sean imaginaciones mías.

Nuestra pasta llega a tiempo. Los minutos se desmoronan entre sus pestañas de carbón y sus ojos de plata fundida. A veces tengo que apartar la vista y dirigirme hacia otros sitios de su cara por temor a desaparecer.

Ahora mismo estoy viendo las comisuras de su boca y luego el ensanchamiento de esos labios que no dejan de provocarme taquicardia.

—Algún día estaremos tú y yo comiendo pasta en Italia, en algún futuro verano —me dice.

—¿Lo dices en serio?

—Lo digo en serio.

—Mi mamá ha ido a Italia. Le encanta. Tiene varias amigas allá. Quizá puedan hospedarnos.

—No creo que puedan hospedarnos con los planes que tengo en mente contigo —pronuncia, y el sonrojamiento es inmediato. ¿Qué le puedo pedir al mesero para bajar este bocado? No creo que dos botellas de vino sean suficientes. ¿Con qué proceso esto?

—Debes estarte refiriendo a las fiestas o a que te toque el piano todo el día, ¿verdad?

—Todo puede caber en esos días. No tenemos por qué limitarnos.

Debí suponerlo. Zilé no es de los que se limitan. Pienso en él. En nosotros. En Italia. El panorama es tan infinito que se me esfuma en una cuestión de segundos. Apenas puedo equilibrarme. El sabor de esos días futuros me extasía cada sentido. Es de noche, pero siento el sol abrasador en la piel. La visión más palpable de todas.

Zilé estira su mano a través de la mesa y toma la mía.

—Me gusta cuando cuentas tus planes. Cuéntamelos todos. Conmigo no es como cuando soplas una vela en tu cumpleaños y te dicen que no lo reveles porque se llena de mala suerte y no se cumple. Conmigo ten la seguridad de que se cumplirá cada uno de ellos.

—¿Hace falta contarte más cuando ya te hablé de Italia?

—Sí. Quiero saber más allá de Italia. Aunque ¿debería preocuparme? ¿Los chicos de allá crees que sean competencia?

Me río. ¿Zilé pensando que tiene competencia? Eso desataría el fin del mundo. Crearía una paradoja que abriría el mundo en dos. Es imposible.

—Es imposible —le suelto, convencido—. No, no tienes competencia. Es que Italia evoca... demasiado. No tiene nada que ver con chicos ni la belleza, que de por sí es vasta... Tiene que ver con su cultura y su comida y su arquitectura y sus colores. Veo fotografías y parecen cuadros. Y bueno, nunca he salido de esta ciudad, y que tú aparezcas en la aventura me pone la piel chinita. Pero bueno, demasiado hablar sobre Italia. Otro de mis planes sería... ¡hacer una gira por el mundo!

NUESTRAS CORONAS DE PAPEL (Precuela de «Lo que encontré cuando te perdí»)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora