Capítulo 9

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Al final, ese momento que tanto he temido y que tantas planillas ha llenado en El Calamitoso está aquí, frente a mis ojos. Mi tesis está impresa, frente a tres pares de ojos escrutadores examinándola con atención. Mamá, Zilé, Picaza y algunos compañeros de la carrera están en el auditorio. Justo antes de entrar, Zilé —con un traje negro con el cual parece un caballero del fin del mundo— me besó con tanta pasión que pensé que mis labios no serían capaces de volver a moverse. ¿Cómo argumentaría frente a estos profesores? ¿Hablando a través de un piano? Sería buena idea, pero poco factible. Al final me harán preguntas y responderé con suma cautela esquivando, reafirmando, refutando.

Al llegar a la última página uno de ellos se aclara la garganta. Volteo a ver fugazmente a Zilé. Él encuentra mi mirada y su semblante me electrifica. No sé si planea darme ánimos o desvestirme. O si está amenazando con reducir todo a cenizas si no sale como lo espero.

Para mi sorpresa, mi voz sale aflautada pero con convicción. Mi tesis se ha titulado Los retos de un pianista en el siglo xxi, y analiza las proyecciones y perspectivas de un músico de este tipo frente a los escenarios tecnológicos, culturales y económicos de estos años. Zilé leyó una tercera parte y me dijo: «Cualquier editorial te publicaría esto. No sé si es una tesis o un coming-of-age y eso es fabuloso».

Espero unos momentos mientras ellos dictaminan tras mis respuestas y su breve lectura. Corro a los brazos de mi madre, luego a los de Zilé y después a los de Picaza. Por Dios, qué hermoso huelen los tres, en especial mi novio. Un olor a enebro y a canela, justo como huele la palabra hogar en mi cabeza. Todos mis nervios se han disipado con ese olor —y eso es mucho decir. Vaya que sí—. Me pilla por sorpresa el pensamiento de cómo olerá su piel debajo de esa tela, de cuánto extraño volverlo a notar y dormirme bajo el cobijo de esa sensación.

—Ha salido estupendo, cariño —afirma mamá—. Solo un loco no te daría la mención honorífica.

—Ese es mi chico —repone Zilé, sus facciones marcadas con orgullo y alegría. Una alegría que muchos jurarían extraña y que solo yo conozco familiar. Bullo de emoción.

Picaza quiere decirme algo, pero en eso los sinodales me llaman. Mi mamá tiene boca de profeta: me han dado la mención honorífica.

Para la cena a mi madre no le ha dado tiempo de preparar la gelatina, así que vamos Zilé y yo en su carro. Es él quien maneja. El interior de su vehículo huele como a lago, a un día de campo con el sol pleno.

Dejamos las gelatinas en la parte de atrás.

El día está brumoso, pero juro ver inmensos rayos de sol en cada rincón de la ciudad.

—Nunca me imaginé poder vivir un día así. Titulado con honores y con el novio más fabuloso del mundo.

—Y yo nunca me imaginé tener un día así: tener como novio al titulado más tierno y talentoso.

—¿Tus novios de antes no contaban con un título?

—Mis novios de antes no existen antes de ti, claramente.

—Dímelo, no me enojo.

—No, Rob. Con nadie logré oficializar lo que he oficializado contigo. Con nadie he tomado un paso más allá.

Esa realidad me sacude.

—Así que ya comprenderás mi emoción y mi asombro y... lo que tú quieras llamarle —comenta, tomándome ligeramente del mentón. Se supone que el que baila es él, no yo, y yo juro estar bailando entre las estrellas.

NUESTRAS CORONAS DE PAPEL (Precuela de «Lo que encontré cuando te perdí»)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora