Me pregunto cómo pueden existir personas que te obliguen a palpar tu propio cuerpo para comprobar la realidad. Me pregunto cómo pueden ser así de fantasiosas y con un encanto tan difícil de creer. Y luego cómo pueden existir personas como yo, corrientes en su mayoría, con la suerte extraña de encontrarlos.
Encontrarme con Zilé se ha añadido a mi lista de hazañas inexplicables.
Hay tantas cosas precipitadas que quiero decirle.
Tanto pánico, tantas ansias y tanta devoción de buenas a primeras.
Si se lo platico a mi amiga Picaza, seguramente no me lo creería.
¿Tan rápido he dejado de poner los pies sobre la Tierra? ¿Así de tremendo es el efecto de Zilé en mi vida? ¿Cuánto durará? ¿Será mi primera relación o solo una ilusión pasajera?
Sé lo que mi papá me diría: «Solo hay una manera de averiguarlo, y esa es atreviéndote a vivirlo».
Así que por primera vez en mucho tiempo me tengo que atrever. Tengo que salir a la luz del día y no arrepentirme de nada. Me lo merezco. Bueno, creo que me lo merezco. Cada quien tiene derecho a vivir un amor en grande, ¿no? Un amor que exceda hasta sus propios sueños, sus propias fantasías y sus propios límites.
Por lo tanto, cuando lo veo por los pasillos de la universidad no me acobardo. Lo saludo. A veces le grito «¡Hola!» y mi saludo traspasa las hordas estudiantiles como si fuera una flecha y él me escucha y me responde. Su sonrisa con sus hoyuelos me desmoronaría aunque la viera a cientos de metros. Es algo que se me ha instalado por debajo de la piel. Sabría cuando me estuviese sonriendo aunque el mundo entero se apagara y nos quedáramos en tinieblas. Sus dientes rectos serían mis lámparas y así viajaría hasta sus labios.
—Señorito pianista —me dice ahora, en el patio de la facultad—, ¿cómo vas de pendientes? No creo que seas de los que se atrasan, pero solo por si las dudas... He pensado que tú y yo podemos salir en plan más organizados y formales. Tú me entiendes.
Quisiera entenderte, quiero decirle, porque la verdad es que escucharlo decir que tiene planes para nosotros es un atentado directo contra mi cordura.
—Claro. Voy bien. Estoy libre, en realidad.
—Bien, en ese caso te dejo la dirección donde estaré ensayando esta tarde. Después de ahí podemos ir a algún café. El que tú quieras. Yo invito.
Es como si estuviera viendo a un relámpago de frente. Necesito con urgencia espabilar.
—Me parece perfecto —alcanzo a articular. Agradezco que, una vez que se va, Picaza ni nadie de mis conocidos me encuentre. Pensarán que me han asaltado o algo peor. Es solo que me resulta difícil creerlo. Cada día la incredulidad se duplica.
A.
Un.
Grado.
Sofocante.
Pero agradable.
Esa tarde acudo tal y como me dijo. Sospecho que este centro de ensayos debieron de haberlo construido los aristócratas de la ciudad. Nunca había visto una tan bien acondicionado. El piso casi es capaz de devolverme mi reflejo de tan impoluto. Además, está grandísimo. Es como un gigantesco cubo de luz donde Zilé y compañía están nadando.
Veo sus piernas desplazarse con una gracilidad que le surge igual de natural que respirar. Sus extensiones son tan perfectas y precisas que resultan difíciles de procesar. Ver desde lejos sus músculos en tensión —y a la vez ver que todo en él parece flotar— es un ensueño. Vaya, es demasiado sugestivo. Su indumentaria no coopera con mi intento de verlo con total compostura. Lo veo con total delirio, así como es él: todo un arrebato, un ser exuberante en cuanto a belleza. Personas como él deberían pertenecer a los museos. ¿Qué hacen enloqueciendo a simples e inocentes mortales como yo?
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NUESTRAS CORONAS DE PAPEL (Precuela de «Lo que encontré cuando te perdí»)
RomanceLA HISTORIA DONDE TODO COMENZÓ. UN ROMANCE DE CHICO CONOCE CHICO QUE TE ENAMORARÁ. Rob Hilsen es un pianista en ciernes de Copenhague. Él conoce muy pocas cosas sobre la vida y su mente es una vorágine de situaciones desastrosas que lo frenan de exp...