Capítulo 5

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Sucede cuando menos lo pienso. También dice las palabras más inesperadas cuando menos me las espero.

—Así tenía que pasar, tortolito. Siempre prefiero que mis intereses amorosos esperen hasta la segunda cita para ver si el interés sigue intacto.

«¿Y qué? ¿Sigue intacto?», quiero preguntarle, pero no me atrevo. No me atrevo a que me dé una de sus respuestas contundentes. Temo la manera en que me sacude.

—¿No me vas a preguntar si sigue intacto de mi parte? ¿Qué pasa? ¿Estás enojado?

—Estar enojado no es la expresión correcta. Es solo que... Me hice todo un cuento de hadas, Zilé. Y que seas así de impredecible me pone nervioso. Soy un ansioso y planificador de lo peor. Los cambios a última ahora no son lo mío. ¿Es raro de mi parte?

—Diría que es de todo menos raro. Me gusta —sentencia. Su forma de quitarle hierro al asunto me hace flotar.

—Entonces me decías que has estado en toda mi función y luego vienes a esperarme fuera de mi camerino porque te estaba exasperando que no te hubiera notado entre todo el público... Diablos, esto parece una película de vampiros. Un pianista convertido por un vampiro bailarín de ballet.

—Ahora sé a qué te refieres con lo de tu cuento de hadas. ¿Tienes la fantasía de que yo sea un vampiro y te convierta? Porque podemos intentarlo...

Me sonrojo. Estoy sentado sobre un buró y siento como si se hubiera acercado demasiado a mí hasta atraparme entre sus piernas. Desbarato la imagen antes de que mis vasos sanguíneos exploten.

—Eso se parece más a un cuento de hadas tuyo que a uno mío, Zilé. Y habría pasado si hubieras respetado nuestra primera cita.

—¿Quieres que te pida perdón por eso? Puedo hacerlo sin ningún problema.

—No, no lo hagas —dictamino; odio las escenas de compasión. Aunque verlo a él disculpándose lo imagino tan irreal que me tiento a pedírselo—. Respeto totalmente la dinámica de tus citas. Además, no creo que hubiera sido una cita como tal. Y estoy cien por ciento seguro de que el interés de ambos sigue intacto.

—Y más aún después de verte tocar.

—¿Lo dices en serio?

—Nunca he dicho algo tan serio en mi vida. Quizá nunca me vuelvas a presenciar diciendo algo tan serio, así que recuerda bien mis palabras.

Vaya, a mí se me hacía un milagro tan solo volverlo a ver. Y que ahora me diga eso me desarticula. Debo estar soñando. Incrementar el interés de alguien por algo que ni planeado estaba, que surgió de mí de manera espontánea, es lo más disparatado que se me hubiera ocurrido.

—Qué bonita forma tienes de hacer pedazos mi pánico escénico.

—¿Tienes pánico escénico? Nunca lo hubiera imaginado. ¿Estás teniendo pánico escénico ahora? —pregunta. Se acerca más a mí. Pone sus dedos sobre mi muñeca. ¡Está buscando mi pulso! ¿Quién se cree como para investigar mi nerviosismo? Oh, Dios mío. Su tacto. Su estúpido y volátil y cálido y frío a la vez tacto. Creo que cada vez se está esforzando más por desintegrarme.

—¿Mi pulso te ha dicho algo?

—Tu pulso, Rob, me está diciendo muchas cosas.

—¿Como por ejemplo...?

—Son cosas que no pueden decirse.

—O son cosas que solo tú te has inventado.

—No, yo nunca me invento nada. Eso siempre se los dejo a los demás.

—Supongo que ellos tienen una larga lista de fantasías detrás. ¿Qué harás cuando te encuentres a alguien que no fantasee tanto y solo te quiera en tu arrebatadora realidad?

Parece que le he hecho jaque mate.

Dioses.

Parece que se ha quedado sin palabras.

Tuerce una sonrisa.

Su rostro impávido, sereno y seguro se ve asediado por las emociones.

¿Qué he hecho?

Escucho su risa llenando los rincones de este sombrío camerino. ¿Cómo le hago para guardarla? Me fascina y me hipnotiza. Puedo jurar que su risa es capaz de detener el tiempo.

—Bueno, pues en ese caso no me quedaría de otra. Estoy seguro de que podría inventarme nuevas técnicas. Nunca subestimes la capacidad de reinvención de quien lo tiene todo por defecto. Y más a mí que me gustan las cosas difíciles rozando lo imposible.

Quiero decirle que tratándose de él soy de todo (vapor, sueños, fugacidad, colores pastel), menos imposible. Quiero decirle que tratándose de él puedo ser el acertijo más fácil del mundo.

—Tal vez mi venganza por tu desplante sea ponértelo difícil. Nunca se sabe, Zilé.

—Me gusta ese tono. Lo digo con sinceridad. ¿Sabes qué fue lo que pensé al escucharte tocar tan sereno y tan enfocado? Dije: «Quiero hacer de ese chico una catástrofe». Quiero incendiarlo de pies a cabeza.

—¿Y estás seguro de ese anhelo? ¿Qué pasaría si una vez desatado el caos ya no lo quieres más?

—Rob Hilsen, yo amo vivir en los caos.

Y así se fue. Su tacto aún latiendo en mi pulso. Su perfume de rosas desperdigándose en mi piel. Sus palabras latiéndome como un segundo corazón. Y con más promesas que segundos.

Lo vi marchándose y solo pude imaginar la tentación de su espalda y la longitud de sus piernas y lo ridículamente hermoso que sería verlo venir de ahí en adelante hacia mí. 

NUESTRAS CORONAS DE PAPEL (Precuela de «Lo que encontré cuando te perdí»)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora