Capítulo 8

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Aquí en Copenhague los días de verano son tan escasos que Zilé y yo compartimos el anhelo de vivir en algún lugar de días soleados como es debido y de días de verano resplandecientes. Nos prometemos buscar pronto nuestro eterno verano en algún país cercano. Salir por algunos días de la monotonía y años después establecernos como chicos del verano hechos y derechos.

Muchas veces hace falta dejar que los sueños fluyan mientras los contamos, permitir que no sean solamente nuestros y así desempolvarlos del tiempo y de la traicionera imposibilidad. Hasta puedes sentirte más ligero y tornarte más convencido de ellos. Zilé es como un rayo que ilumina por entero el itinerario de mis ambiciones, esa cámara oscura y muchas veces llena de trampas e inaccesible.

Platicarlo con él es casi más que un hecho: conquistaremos el verano.

Es tal mi ensoñación que ya estoy preparando —como si el viaje fuera mañana— unas maletas provisorias. A veces mi ansiedad puede ser así de mayúscula, pero esta vez no es mi ansiedad quien actúa, sino mi emoción ante el futuro. Esta vez me sobrepongo. Está actuando la alegría. La sana expectación.

Para no hacer tanto desastre elijo una bolsa de ante color crema.

Tengo que elaborar un inventario de mi ropa de verano; no quiero pasar pena. Otra pregunta cruza mi mente: ¿podrá Zilé Thorn agarrar un poco de bronceado ante los días de verano? No reniego de su palidez; es sexi y embriagadora y otorga el sello de Zilé al cien por ciento, pero imaginarlo un poco bronceado me parece emocionante.

Estoy efervescente de tanta emoción.

Hay algunas cosas por enfrentar todavía: la defensa de mi grado, mi graduación —¡EL VIAJE DE GRADUACIÓN!— y mi independencia, pero son cosas que se darán por naturaleza.

Estoy tan absorto que no noto que hay alguien en la puerta. Seguramente lleva tiempo escrutando y creyendo que he perdido el juicio.

Es Picaza.

—¿A dónde vas que ni siquiera has avisado a tu madre?

Oh, ha venido a ver a mi madre. Veo que lleva un pastel de esos que vende mi mamá en la pastelería, pero de los que guarda en la nevera de la casa para sus clientes especiales.

—No, no, para nada. No voy a viajar. No pronto, por lo menos.

—¿Entonces? Parece que llevas prisa.

—Figuraciones tuyas.

—Me estás dando por loca.

—No, Picaza, para nada. Solo quiero decir que estoy organizando mi ropa, solo eso.

—Llevas días actuando distante. Y para —advierte—, no hace falta que digas que son figuraciones mías porque no lo son. Te conozco de toda la vida.

Con esa última frase sé que ha zanjado el asunto.

—Está bien. Te lo voy a contar, pero no se lo digas a mamá. Estoy planeando un viaje de vacaciones de verano con Zilé. Todavía no sabemos cuándo, pero lo haremos.

—No sabía que Copenhague los había hartado tan pronto. Él no parece un chico tan de verano, por cierto.

Que hable así de él me desconcierta. ¿Con qué derecho lo hace? ¿Por qué cree que lo conoce de todas todas?

—Hace falta probar cosas diferentes. Yo tampoco soy tan fanático, pero cambiar de aires está bien. Aparte casi nunca salgo en esas fechas.

—¿Y confías totalmente en él como para no decirme nada a mí?

«Como para botarme», eso es lo que quiere decir.

NUESTRAS CORONAS DE PAPEL (Precuela de «Lo que encontré cuando te perdí»)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora