•Capítulo 8•

39 3 18
                                    

Es medianoche, hace ya siete medianoches desde que llegué aquí

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Es medianoche, hace ya siete medianoches desde que llegué aquí. Solo ha pasado una semana y siento como si hubiese pasado un mes a decir verdad, ha sido tan difícil de asimilar este cambio brusco en mi vida, y tampoco lo hace más ameno el hecho de repetir todos los días la misma rutina, Nicolás me tiene terminantemente prohibido poner un pie fuera de su casa, algo lógico si pensamos en que varias veces he tanteado con huir cuando menos se lo espere, pero la casa se me empezaba a caer encima, seguía sin saber nada de Eva ni de mi padre, ni de nadie que tuviese algún tipo de parentesco conmigo, y eso también me hacía tener los nervios a flor de piel durante todo el día, sabía que si algo malo ocurría Nicolás me avisaría, o por lo menos eso me dio a entender en su día, pero una sensación de que algo malo pasaría en cualquier momento me acompañaba constantemente, tampoco podía pedir más calma en mi situación, supongo que debía conformarme.

Estoy en el sofá, reclinada un poco hacia atrás, admirando la destreza con la que Nicolás se ataba la corbata mirándose en el espejo con concentración. Le han llamado mientras cenábamos, y debía de ser importante porque en cuestión de minutos pondrá rumbo hacía ese sitio al que le habrán dicho que vaya.

—Estaré fuera durante algunas horas —  me mira a través del espejo con esa seriedad tan suya —Hay seguridad de sobra como para que hagas alguna estupidez — sigue observándome, ahora desafiante.

—No lo tenía pensado— me encojo de hombros mientras le aparto la vista con desdén y subo los pies al sofá recostándome un poco más sobre los cojines. 

—Eso significa que ya estás cómoda aquí — canturrea mientras empieza una pelea algo enrevesada con su corbata, yo le observo el traje azul oscuro que ha decidido ponerse, podía llegar a entender por qué incluso dormía con traje, los lucía bastante bien, supongo que los habrá llevado desde bien joven y ahora se siente desnudo sin ellos. 

—Eso significa que no quiero morir tan pronto — espero a que sus ojos vuelvan a buscar los míos para dedicarle una ligera sonrisa aduladora.

—Adoro tu inteligencia, esposa mía.

—Podrías probar a llamarme Alba, por favor — inclino mi cabeza hacia un lado y le miro con notable cansancio. Estaba harta de que me llamase así.

—¿Y dejar de incomodarte tan fácilmente? — se acerca a mi, y se agacha ligeramente para estar a la altura de mis ojos —¿Que apelativo me propones tú?

—¡Ninguno! Intento decirte que dejes de hacer eso, es raro. Solo dime Alba.

—Eso es demasiado brusco— agarra mis tobillos sin previo aviso, y todo mi cuerpo se pone alerta, no suelo dejar que tenga contacto físico conmigo porque es una forma de seguir sintiéndome algo libre en esta jaula. Desconcertada quiero mover mis pies para quitarme, pero antes de poder actuar veo como se limita a quitarme las zapatillas —El sofá vale más que nosotros dos juntos querida, hazme el favor. 

El As bajo la mangaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora