•Capítulo 13•

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Mi cuerpo se mece al  ritmo de unas manos que me agitan con fuerza, gruño y me revuelvo entre las sábanas —Vamos Alba — la voz de Nicolás suena casi al lado de mi oído

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Mi cuerpo se mece al  ritmo de unas manos que me agitan con fuerza, gruño y me revuelvo entre las sábanas —Vamos Alba — la voz de Nicolás suena casi al lado de mi oído. Me desperezo lentamente mientras veo su imagen borrosa frente a mí. —Tenemos que irnos — musita, y poco a poco mis ojos van retomando visibilidad. 

—¿Qué? ¿Por qué? — balbuceo sin comprender muy bien que pasa, miro la hora en el reloj que yacía en la mesita, las cinco y cuarto de la madrugada. —Nicolás pero mira que hora es — gruño volviéndome a girar y escucho como suspira con desesperación. 

—Alba, nos vamos. Si en cinco minutos no estás me voy sin ti — no dice nada más, siento como el peso de mi cama ha desaparecido y segundos después el sonido de la puerta me indica que se ha marchado. Aún medio dormida, me levanto torpemente, no sé si sería capaz de dejarme aquí, pero tampoco quiero comprobarlo. Cojo mi mochila y me pongo el abrigo sobre mi pijama. Me tambaleo hasta la puerta, chocándome con el pecho de Nicolás. 

—¿A qué viene tanta prisa? Ni siquiera hemos pasado aquí un día entero — me restriego los puños sobre los ojos con fuerza, estoy agotada, y no soy capaz de espabilarme. 

Él no dice nada, coloca su mano sobre mi espalda y me guía hacia el coche. Apenas subo, me tapa con la manta y mis párpados caen casi al instante. 


—Ves despertándote querida, estamos llegando — su voz me hace abrir los ojos en el momento, acabo de recordar que ni estoy durmiendo en la blandita cama de la cabaña, ni tampoco se muy bien la razón por la que hemos vuelto tan rápido y sin explicación. El sol me da en la cara haciéndome achinar los ojos molesta mientras me estiro con intensidad, tengo hambre, tengo sueño, y lo más importante, un castigo que pagar. Conforme voy espabilando, recuerdo la fatídica partida de anoche, fatídica para mi, claramente y lo mucho que Nicolás recalcó lo mal que lo iba a pasar. 

El coche se detiene frente a lo que, en ocasiones, sigo considerando mi cárcel y castigo. Me bajo envuelta en la manta y antes de poder coger mi mochila, los hombres de Nicolás ya están metiendo todo en casa.  

—Ponte cómoda y vamos a desayunar, en poco tiempo tendrán el desayuno listo — me avisa mientras se deshace de su sudadera y desaparece en algún rincón de la casa. Siendo obediente, me quito la chaqueta y las zapatillas, dejando que mis pies vaguen libres por la tarima. Me recojo el pelo en una coleta y tomo asiento en la mesa esperando el festín que pienso darme. 

Cuando el desayuno ya está servido, y me encuentro a punto de darle un bocado a una de mis tostadas, le veo aparecer, su mirada fría y calculadora había vuelto, parecía malhumorado, sus trajes de lino habían vuelto, y su rostro solo parecía decir que algo no iba bien.

—Me temo que mis planes de desayunar junto a ti y darte el castigo que mereces tendrán que ser para otro momento — pasa por delante de la mesa mientras ata su corbata —No sé lo que tardaré en llegar — parece muy poco conforme con tener que irse.

El As bajo la mangaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora